sábado, 31 de enero de 2009

El valor de las chorradas (en dólares USA)

Resulta que me he metido en una página web que calcula el valor de tu blog en dólares USA. No te cobra nada por ello, lo cual es de agradecer, y mediante un sencillo procedimiento, que consiste en meter la URL del blog, realiza el cálculo y te devuelve la cantidad. También -incluso- te da la valiosa posibilidad de lucir orgulloso, en tu barra lateral, cuanto vale tu blog. En realidad no sé que algoritmo utilizará el invento para hacer el cálculo pero el caso es que es de una precisión que roza la ciencia ficción. Supongo que tendrá que ver con la cantidad de visitas que recibe el espacio en cuestión... aunque lo que no sé es de dónde sacará el dato.

Leía el otro día en el blog del Lagarto, que a decir de la cantidad de comentarios (visitas) debe valer un huevo y la yema del otro, un interesante artículo sobre el aburrimiento y las razones por las que los humanos tenemos la necesidad constante de permanecer activos, aunque sea a base chorradas, para huir de él. Aburrirse significa pensar y pensar es más que peligroso, por lo visto, porque se pueden llegar a conclusiones dañinas para uno mismo. Si se piensa demasiado se puede llegar a una conclusión a la que yo, sin discurrir demasiado, llegué hace muchos años: La vida carece de un sentido objetivo. así que nos inventamos divertimentos diversos para engañarnos vílmente.

Una clara prueba de ello es esta entrada. Mucho más que, por ejemplo, crear una herramienta que calcule el valor de los blogs (en dólares USA). Porque esta entrada no produce dinero y lo otro, indudablemente sí. Lo digo porque me imagino que el tipo que inventó el asunto recibirá miles de visitas de gente aburrida que, como yo, busca de algo que les ditraiga por un rato de su absurda existencia, y que esto incrementará el valor de su página de manera notable. Además utiliza las siempre útiles técnicas del marketing y, habilmente, mediante venta cruzada, ofrece la posibilidad de que te asesores de como ganar dinero con tu página. Menos que él, seguro, pero es que la idea es suya... y si no... pues que se te hubiera ocurrido a ti.

Mi blog, Renegando, vale la nada desdeñable cantidad de 2.258,16 $ (así de preciso es el invento que te calcula hasta los céntimos). En fin... que yo vendo... que la crisis no está como para desdeñar dos mil y pico pavos. ¿Alguien podría decirme quién va a ser el panoli que compre?

miércoles, 28 de enero de 2009

Tasunka witko

Profecía del Búfalo Valiente. Nación Sioux (extracto)
El Sagrado Aro muestra cómo todas las cosas entran en un círculo. Lo viejo se vuelve nuevo; lo nuevo se vuelve viejo. Todo se repite.

La cultura tiene sus raíces en la Tierra. Las personas sin cultura no existen por mucho tiempo porque la Naturaleza es Dios. Sin una conexión a la naturaleza, las personas flotan, crecen negativas, se destruyen.

El Gran Espíritu esta en todas las cosas, esta en el aire que respiramos, y La tierra es nuestra madre, lo que nosotros damos a la tierra, ella nos lo devuelve.”


El hombre blanco quiere que abandonemos la tierra de nuestros ancestros, las colinas que me vieron nacer, que nos observan imperturbables desde que el primero de los Oglala cazó búfalo bajo su viento. Hostigan a nuestro pueblo, humillan nuestra cultura.

Makhpyia-luta* ha perdido su fuerza, no quiere más guerra y da por buenas las palabras del rostro pálido. Ya no recuerda Sand Creek; enterró el recuerdo junto con su hacha. Envejecerá confinado en el lugar que otros decidieron. No sabe que para el blanco la pipa nada significa, que él mismo no es más que un viejo sin patria.

La codicia es insaciable y cruel. Fue un metal amarillo lo que les trajo hasta las colinas negras, nuestro último reducto. Quieren profanarlas como profanaron nuestra caza y nuestras llanuras, sin dar nada a cambio, sólo nuestra sangre. Un metal no vale una vida del mismo modo que una vida no vale un metal. El Gran Espíritu grita, la madre tierra gime. Si yo no escucho a aquel que me alimenta y me cobija, ¿quién soy? Si dejo que la codicia prevalezca y no escucho a mi madre ¿dónde reposará mi espíritu cuando mi hora llegue?


Cuando apenas era hombre soñé que montaba sobre un caballo salvaje, que giraba nervioso, que me guiaba a la batalla. Un rayo de fuego y granizo surcaba mi cara y mi lanza de guerra se alzaba hacia las nubes. Fue cuando mi padre me dio su nombre, Tasunka witko**, cuando me dijo que nunca sería vencido en la batalla. Muchas lunas han pasado y mucha sangre ha corrido pero el aro sagrado todavía no se ha cerrado.


El día es tibio y mi sueño ha sido plácido. La visión regresó anoche desde el fuego de mi hogar: un caballo salvaje que galopa a la batalla, que guía a todo un pueblo, inyectado de valor, orgulloso de la sabiduría que no está escrita, esa solo prevalece en nuestra memoria y que morirá cuando el último de nosotros haya caído o se haya rendido.


Los rastreadores han regresado y hablan de rostros pálidos hasta donde la vista se pierde. Una nueva batalla se avecina. Sobre la loma se recorta la figura de un blanco de largos cabellos. Que el Gran Espíritu nos ayude, que la madre tierra nos dé fuerza, que el aro sagrado se cierre otra vez.


****

El veinticinco de Junio de 1876, Tasunka witko, al mando de tres mil quinientos guerreros (hunkpapas, sans arc, pies negros, miniconjou, brule, cheyennes, oglala, y un grupo pequeño de indios two-kettles y arikara), ayudado por la codicia y el ansia de gloria de un joven teniente coronel llamado George Armstrong Custer, venció en la batalla de Little Big Horn, masacrando al Séptimo de Caballería e infligiendo a los rostros pálidos la mayor derrota conocida a manos de unos ¿salvajes?.

* Red Cloud (Nube Roja)
** Crazy Horse (Caballo Loco)




lunes, 26 de enero de 2009

Gregory Colbert - Ashes and Snow










miércoles, 14 de enero de 2009

Recurrencia (II)

—Ya nadie daba un euro por Leo —Berni hablaba con su mirada de sonado clavada en la pared. Plantaba sus ciento veinte kilos sobre la banqueta de madera de la entrada al garito, que gemía con cada movimiento —no es sólo que debiese pasta a media ciudad, es que, el muy hijo de puta, se había estado follando a la hermana del jefe… ¡y pretendía dejarla! Ella estaba muy enamorada, ¿sabes?

—Ya entiendo —a Lucio le importaba un carajo lo que aquel trozo de carne y músculo pudiese pensar o decir, que sin duda no era mucho. Le daba igual que Leo se hubiese estado tirando a la hermana de Tatín, que la hubiese dejado o que le hubiese transmitido la sífilis. Él hacía su trabajo y lo cobraba, por supuesto —¿Está tu jefe? Tengo un asunto con él.

—Está abajo pero no sé si podrá recibirte, tiene visita —dijo el portero con una voz gangosa que rompía toda la fiereza de su rostro romo —Te advierto que está cabreado de cojones. Baja si quieres, puedes esperar en la barra, tomando algo —sacó un pañuelo de papel y se sonó los mocos con estrépito —puto trancazo.

—Eso haré, Berni, cuídate ese catarro —Lucio se encaminó a través del estrecho pasillo de paredes descascarilladas, mustias de humedad. Al final, una angosta escalera bajaba hasta una puerta de chapa, similar a la que custodiaba Berni. Tras de ella se abría un enorme espacio diáfano en el que se desperdigaban mesas de juego por doquier. Sobre ellas aún quedaban los restos de la noche anterior: vasos vacíos, ceniceros repletos y cartas amontonadas sin ningún orden concreto. Eran las cuatro de la tarde y aún olía a vicio reseco. Al fondo había una barra. Detrás, una camarera adormilada pasaba una bayeta, tan desgastada como ella, por la pegajosa superficie y maldecía por lo bajo. Debía tener unos cincuenta. Eso o estaba demasiado perjudicada por la vida nocturna, implacable con la salud y la frescura. En su rostro cansado y demasiado maquillado se podían leer varias vidas juntas. Lucio avanzó hasta ella y, sin quitarse el abrigo ni los guantes, se sentó en un taburete metálico, tapizado con una tela indefinible que simulaba la piel de un leopardo.

—¿Qué se te ha perdido, encanto? —dijo la mujer sin ápice de emoción, casi de carrerilla. Miró a Lucio a los ojos, por un instante, y luego bajó la vista hacia la barra. Era como si el instinto de miles de noches de lumpen la hubiese puesto en guardia, advirtiéndola que mirar directamente a esos ojos sólo podía traer problemas.

—Vengo a ver a Tatín. Pon un café con leche —Mientras hablaba, Lucio recorrió con la mirada todo el espacio hasta detenerse en una puerta disimulada en el dibujo incierto de un mural de escaso valor artístico, dibujado sobre la pared, al otro extremo de la sala. Encendió el pitillo y miró de reojo a la mujer. No era ninguna jovencita despampanante pero Lucio la hubiera cabalgado con gusto. “La experiencia es un grado y seguro que la chupa como los ángeles”, fue todo su pensamiento

La camarera le sirvió el café y siguió puliendo la barra.

****

Tatín frisaba los cuarenta. Era tan bajito como robusto, de cabeza redonda, sin un solo pelo en ella; para compensar su alopecia, lucía un enorme mostacho, que se mesaba cuando pensaba y que le había hecho famoso. Golpeaba con fiereza la mesa de su despacho al tiempo que profería gritos al tipo sentado al otro lado, que permanecía imperturbable.

—No me toques los huevos, Felipe, los Minuesa aceptaron el trato y ahora soy yo el que controla esas discotecas, si hay que ir a la guerra iremos.

—Sinceramente, Tatín, no creo que merezca la pena. Son sólo un par de locales y los Minuesa todavía tienen mucho poder —Felipe había sido siempre un consejero tan fiel como precavido. Nunca le había gustado la guerra, demasiada sangre, demasiada pérdida absurda, pero esta vez se equivocaba.

—Me parece que no lo entiendes. No se trata de un par de locales, se trata de una cuestión ética, de principios. Es un trato, hay que cumplirlo. Además, si les dejo que se salgan con la suya, la próxima vez vendrán a arrebatarme lo que es mío. Joder, parece mentira que te tenga que explicar esto. No podemos mostrar debilidad.

—No somos débiles y no es malo que ellos lo piensen. Deberías leer “El arte de la guerra” de Sun Tzu. Tú no lo ves así porque piensas con las pelotas y lo enfocas todo desde ese extraño sentido ético que sólo entiendes tú. Cuando los Minuesa quieran venir a por lo que es tuyo lo harán sobre un cálculo equivocado y eso nos dará ventaja suficiente para acabar con ellos para siempre. Y si no vienen, podremos cogerles desprevenidos. Ahora sólo esperan que les ataquemos.

- Tú y tus putas lecturas, ¿Quién coño es Suzún, o como coño se diga? —Tatín se quedó pensativo y comenzó a mesarse el mostacho.

****

Lucio apuró el café, apagó el cigarro y llamó a la camarera.

—¿Es esa la puerta del despacho de Tatín? —acercó la boca hasta su oreja, como si fuese a hacerle una confidencia.

—Sí, ¿por qué? —Antes de que pudiese darse cuenta, Lucio la agarró por la nuca. Con un movimiento rápido pegó la boca contra su hombro y le clavó un punzón en el cuello, que le atravesó la yugular y la garganta. “A tomar por el culo el abrigo” pensó mientras la mujer trataba de zafarse de su muerte con grito mudo.

Se levantó, ajustó sus guantes en un gesto mil veces repetido, y se dirigió con paso firme a la puerta disimulada, al otro extremo del local. Sacó la Beretta, ajustó el silenciador y la abrió con una violenta patada.

A Felipe, el fiel consejero, no le dio tiempo a girar la cabeza. Recibió un tiro en la nuca y cayó, junto con la silla, con ruido seco. Tatín, que estaba mesando su bigote, sólo pudo esbozar una mueca absurda Quiso gritar pero Lucio le acertó con un disparo en la garganta, que le destrozó las cuerdas vocales. Se desangraba , con el gesto congelado en un grito, los ojos desorbitados y la boca muy abierta, cuando Lucio le dijo:

—¿Te creías alguien? —y disparó tres veces más, balas de ejecución: dos en la carótida y una en la base del corazón. Mientras se dirigía a la puerta, y sin mirarle, remató a Felipe que todavía acertaba a respirar. El despacho quedó en silencio. Cerró la puerta a su espalda y observó una vez más la sala. Seguía en calma. Subió por las escaleras, atravesó el angosto pasillo y antes de que Berni pudiese preguntar nada le atravesó el cráneo con un único disparo, a quemarropa. Berni no llegó a caer del taburete. Fue el taburete el que no pudo aguantar más su peso y quebró las patas, en una suerte de dimisión perpetua. Quedó con la cabeza apoyada en la pared, sobre su propio charco de sangre y vísceras, en una posición que a Lucio le pareció inverosímil Sus ojos parecían seguir clavados en el mismo punto del espacio y su rostro desencajado mantenía la expresión pasmada.

Ya en la calle, con mueca de asco, Lucio tiró el abrigo ensangrentado y los guantes en el primer contenedor por el que pasó, guardo su arma, subió las solapas de la americana, se ajustó la corbata y encendió un pitillo. Salió con paso decidido del callejón y subió al coche que estaba esperándole con el motor encendido.

—¿Todo bien? —le preguntó el menor de los Minuesa.

—Sin problema… —se quedó Lucio con la mirada perdida en la calle iluminada de Navidad mientras terminaba de murmurar entre dientes de rabia — …al menos Leo ha tenido una justa venganza, aunque él no lo sabrá nunca.

—¿Quién es Leo?



lunes, 12 de enero de 2009

Nostalgia (ruego me perdonen)

Aún recuerdo los días en que todo tenía su sitio, en los que los acontecimientos, -su sucesión-, no necesitaban de explicación porque todo encajaba sin fricciones. Nada chirriaba. Son recuerdos borrosos, prendidos del acantilado de mi memoria, recuerdos de infancia.

Mi hija se mira en el espejo de la habitación. Tiene cuatro años pero ya se mira como lo haría una mujer adulta. Una luz tenue ilumina la estancia, luz de hogar. Yo leo un cuento, recostado en la cama, y la observo furtivo, tratando de que ella no se dé cuenta. No lo sabe pero es ella la se ha encargado de ir rescatando muchos de esos recuerdos que yo creía perdidos. A veces, como ahora, la serenidad me encuentra observándola, los ojos perdidos en el acantilado y una sonrisa que se esboza tenue. La realidad se me escurre entre los dedos y, por unos instantes benévolos, se fusiona perfecta con mi pasado.

Añoro tanto, -tanto-, mis días felices de infancia, de despreocupación, que me duele. Porque yo ya no los siento como los siente ella.

Yo sólo los puedo recordar.

jueves, 8 de enero de 2009

Copenhague (La Vetusta Morla)

El corría, nunca le enseñaron a andar,
se fue tras luces pálidas.
Ella huía de espejismos y horas de más.
Aeropuertos. Unos vienen, otros se van,
igual que Alicia sin ciudad.
El valor para marcharse,el miedo a llegar.
Llueve en el canal, la corriente enseña el camino hacia el mar.
Todos duermen ya.Dejarse llevar suena demasiado bien.
Jugar al azar,nunca saber dónde puedes terminar... o empezar.
Un instante mientras los turistas se van.
Un tren de madrugada consiguió trazar
la frontera entre siempre o jamás.

Ella duerme tras el vendaval.
No se quitó la ropa.
Sueña con despertar
en otro tiempo y en otra ciudad.