El que otrora fue un lustroso banco de madera yace su agonía final en medio del otoño de cualquier parque; junto a él un anciano roble, ese que siempre fue, sin remisión, fiel abrigo. La estampa es la de ambos sumidos en niebla persistente de húmedo atardecer, rodeados de un manto de hojas secas, esas que un día fueron rojo intenso y que acabaron al poco arrastradas por el frío, como cometas a la deriva.
Las hojas caían ahora, grises y marchitas, sobre las tablas del viejo banco, acariciándole; le obsequiaban con ese simulacro de contacto que atraía instantáneo el recuerdo de un pasado mejor, mucho mejor, que se dibujaba cada día más evidente y más lejano. Recuerda, entre susurros de viento, que no hace mucho, uno gozaba del calor de amantes apasionados, lectores embebidos, calmos viejos, madres impacientes, niños irreverentes… mientas el otro alzaba toda su belleza de fuego al sol de la primavera.
Componen juntos un surrealista cuadro de bella decrepitud.
- ¿Y ahora qué? – Gime el banco, casi sin preguntar - ¿Me echarás de menos?
- El tiempo es tan relativo – es toda la respuesta que pudo dar el roble tras horas en silencio - ¿Qué significa echar de menos?
- Yo echaré de menos la caricia liviana de tus hojas de otoño. Tu vigor en primavera. Esa belleza que exhibes sin recato y que atrae a todos los que vienen a mí.
El roble volvió a tomarse su tiempo antes de hablar, se quedo un buen rato disfrutando del viento frío que azotaba su superficie, arrastrando su yerma estirpe
- Creo que tú sólo echaras de menos tu propia utilidad. Yo no puedo saber que es eso.
- ¿Estás seguro? - Y crujieron sus tablas en un suspiro de derrota.
Poco antes de la primavera fue groseramente arrancado del trozo de tierra que fue suyo; y vio, antes de que lo acabaran de despedazar, como colocaban en aquel terruño removido un flamante banco metálico; y supo que este nunca podría conversar con su roble en la soledad de las tardes del otoño, pues la madera y el metal no hablan en el mismo idioma.
Y al cabo de los años supo por fin el roble cual era la respuesta adecuada… pero ya no quedaba nadie que pudiera entenderle.