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lunes, 12 de enero de 2009

Nostalgia (ruego me perdonen)

Aún recuerdo los días en que todo tenía su sitio, en los que los acontecimientos, -su sucesión-, no necesitaban de explicación porque todo encajaba sin fricciones. Nada chirriaba. Son recuerdos borrosos, prendidos del acantilado de mi memoria, recuerdos de infancia.

Mi hija se mira en el espejo de la habitación. Tiene cuatro años pero ya se mira como lo haría una mujer adulta. Una luz tenue ilumina la estancia, luz de hogar. Yo leo un cuento, recostado en la cama, y la observo furtivo, tratando de que ella no se dé cuenta. No lo sabe pero es ella la se ha encargado de ir rescatando muchos de esos recuerdos que yo creía perdidos. A veces, como ahora, la serenidad me encuentra observándola, los ojos perdidos en el acantilado y una sonrisa que se esboza tenue. La realidad se me escurre entre los dedos y, por unos instantes benévolos, se fusiona perfecta con mi pasado.

Añoro tanto, -tanto-, mis días felices de infancia, de despreocupación, que me duele. Porque yo ya no los siento como los siente ella.

Yo sólo los puedo recordar.

martes, 19 de agosto de 2008

Ciclos

Llega el momento de poner el cuenta kilómetros a cero, otra vez. Llega el momento de reponer el orden en mi existencia convulsa. El último tramo de carretera ha sido una locura, a bordo de mi bólido, corriendo como un kamikaze, desbocado y sin control... todo aparecía difuminado a mi alrededor... no existía claridad más allá del momento preciso.

Lucecitas de emergencia parpadean en la distancia. No son más que yo mismo que me alarmo de mi mismo. La ruptura de la rutina implacable, aceptada con agrado hace apenas un par de meses, es, otra vez, mi propia trampa... porque al fin, cuando ya he gastado los cartuchos, cuando ya he quemado toda la gasolina, me doy cuenta de que necesito la rutina, que no es otra cosa que orden... porque no sé volar sólo y en libertad... porque cuando la tengo no la sé utilizar como debiera... pero ¿quién sabe?... yo al menos lo intento... de vez en cuando...



Estaba solo y en caída libre, haciéndolo lo mejor posible para no olvidar
¿Qué nos pasa, qué me pasa, que pasa cuando dejo que se deslice?

Me confunden los poderes y olvido nombres y caras.
Los viandantes me miran como si pudieran borrarlos.

Cariño, ¿olvidaste tomarte tus medicinas?

Estaba sólo, paseando por el alfeizar, haciéndolo lo mejor posible para no olvidar
Toda esa diversión, todo ese regocijo y nuestra heroica promesa.

¿Cómo esto nos puede pasar a nosotros, me puede pasar a mí?
Y las consecuencias

Confundido por los árboles y las abejas, olvidando si lo comprendo

Cariño, ¿olvidaste tomarte tus medicinas?

Y el sexo, y las drogas y las complicaciones

Cariño, ¿olvidaste tomarte tus medicinas?

Estaba solo y en caída libre, haciéndolo lo mejor posible para no olvidar



jueves, 26 de junio de 2008

Operación Tufo (Gracias Olive)

Hace algún tiempo que vi “Pequeña Miss sunshine”, una película sublime en la que con fino humor, agridulce -como a mí me gusta- se parodia la sociedad en que vivimos y sus valores. Siempre he sentido deseos de escribir algo sobre ella pero por unas u otras causas, quizás por pereza existencial o por temor a enfrentarme a la realidad que me envuelve, que no es tan diferente a la que la película retrata, no me he decidido hasta ahora, que me encuentro hilvanando temas en mi cabeza y me han venido a la memoria algunas de sus secuencias.

El argumento es sencillo. La casualidad -la puta casualidad- consigue juntar a seis miembros de una misma familia en una destartalada furgoneta Volkswagen, confabulados sin quererlo, en la consecución de un mismo objetivo: Llegar hasta California, desde el Este, para que la pequeña de la familia, Olive, una adorable y regordeta niña, de enormes gafas y sonrisa mellada, vea consumado el sueño de asistir a un prestigioso concurso de belleza para preadolescentes. En realidad ninguno de ellos, excepto Olive, tiene ganas ni intención de hacer el viaje, pero es la puta casualidad la que consigue, a través de diferentes circunstancias en cada caso, que se embarquen en una aventura que acabará por convertirse en una suerte de viaje iniciático, en el que cada cual encontrará su respuesta. Si no la definitiva, sí esa que les ayudará a dar algo de sentido a sus respectivas existencias.

Pierdo mi mirada en el televisor mientras mis pensamientos vuelan lejos, justo en dirección opuesta…

…pensamientos al hilo de lo que el hipnótico aparatuelo despliega ante mis ojos. Todavía no he encontrado mejor método para divagar que fumarme un canuto y poner un programa absurdo, de esos a los que se le puede sacar punta sin demasiada esfuerzo. Me escapo a lomos de mis pensamientos porque de lo contrario correría serio riesgo de quedar lobotomizado -más aún, si cabe- ante tanta sandez junta. Hoy ha tocado ver Operación Triunfo. Hace miles de años que no veía ninguna de las galas, creo que desde que Rosa (esa que estaba en la cola de gargantas cuando dios repartía cerebros) ganó el concurso. En general ninguno de estos concursos me despierta la más mínima curiosidad, aunque hay que reconocer que todos ellos son la perfecta expresión del vacío en el que vivimos la mayoría de nosotros. Casi, más que vacío, debiera decir desamparo.

Apoltronado en el sofá observo atónito como desfilan los cantantes uno tras otro, como clones a los que han ido modelando poco a poco, clase a clase, hasta convertirlos en caricaturas televisivas, en personas aptas para el show-bussiness. Antes de cantar, los entrevista un desgastado Jesús Vázquez, que despliega una simpatía tan natural que parece impostada, que sólo puede ser impostada, que coño. Después de cantar los juzga El Jurado… así, con mayúsculas. De entre los miembros de El Jurado despunta un tal Risto, que es sin duda mucho más listo que los demás. Al menos él debe de estar convencido de ello a juzgar por su actitud chulesca de malo malote cascabelote.

Todo es tan chachi piruli que estoy apunto de apagar la tele e ir a cortarme las venas. Menos mal que aún queda canuto por fumar porque de lo contrario, además de haberme suicidado inútilmente, me hubiera perdido la actuación de un giri negro que canta más que bien. “¿Qué hace este tipo aquí?” – me pregunto despertando de mi letargo y con toda la estupefacción de la que soy capaz a estas horas y tras dos horas de concurso. Antes de cantar habían puesto los típicos videos con las vicisitudes semanales en la academia, en las que el tipo había osado cuestionar (medio en español, medio en inglés) la mecánica del programa porque consideraba injusto que los factores extra-musicales influyeran a la hora de juzgar a los concursantes. “Music is important!” – se le ocurrió decir, con bastante indignación, gesticulando impotente... “¡No jodas!”- fue todo mi pensamiento.

Como ya he dicho, actuó muy por encima de la media mediocre del programa y le llegó el turno de ser juzgado por El Jurado. Risto comenzó a repartir estopa sin entrar a valorar la interpretación que acababa de presenciar (“¡Coño!, si va a tener razón el negro” -me dije). Parece ser que el hecho de que el muchacho hubiese osado pensar y, no sólo eso, sino también opinar, no le hizo demasiada gracia al Juez. De hecho comenzó su ataque diciendo que quien era él para opinar sobre la mecánica del concurso… ¿¿¿¿????.... a partir de semejante premisa construyó todo su ataque. El negro no debió enterarse de nada porque de español ni papa, pero a Risto le daba lo mismo porque a él no le interesa que le entendiese el muchacho sino el público. Fue un momento lamentable. No hay nada más patético que ver a un tipo que se supone inteligente (es Juez) y que además entiende de música, defendiendo un formato como el OT y crucificando al único que parece saber cantar con algo de personalidad, por algo tan normal como es pensar por uno mismo. Hasta que grado hemos llegado cuando el público aplaude a un tipo que cuestiona la opinión individual de una persona… viendo este tipo de cosas a uno no le extraña que Hitler llegase a ganar unas elecciones…

…les comentaba lo de “Pequeña Miss Sunshine” porque el final de la película, la última media hora, está dedicada a la participación de la pequeña Olive en el concurso de belleza. La llegada de la familia hasta el hotel en donde se celebra y todo el periplo posterior, son dignos de pasar a los anales de la historia del cine. Esa familia, atípica, con todas sus expectativas puestas en un concurso absurdo, que para ellos representa, simplemente, la consecución de un reto… y el tremendo choque contra esa realidad distinta, que desconocen completamente y en la que no se saben desenvolver, que son ese tipo de concursos en donde el triunfo es lo primordial, en donde todos los valores y todos los principios se desintegran y la superficialidad humana afora sin contemplaciones. Ese tipo de concursos en los que pensar y tener opiniones propias está prohibido por ser contraproducente y dañino. Esos concursos que son la metáfora perfecta de esta nuestra sociedad, en la que la fama (nimia y efímera) es el mayor de los logros. En los que alcanzar el triunfo justifica perder los principios más elementales, prostituirse por una causa. En la película es aún más triste porque el objeto del triunfo son los hijos, niños pequeños que se convierten en simples proyectores de toda la frustración acumulada de unos padres que creyeron que para ser algo en esta vida hay que triunfar. Y yo me pregunto ¿Qué coño es triunfar?

Sólo me resta dar las gracias a Olive, esa niña maravillosa cuya esencia deberíamos guardar todos dentro, por siempre jamás. Y a toda esa familia de perdedores que, si se mira bien, son en realidad, los únicos que ganan, los verdaderos triunfadores.

martes, 3 de junio de 2008

Autista

Puede que sea desidia… puede que esté cansado de tanto bregar en el día a día, levantarme temprano, acudir al trabajo, regresar tarde, atender a mi familia… nada que se salga de lo común, siquiera estoy seguro de si hago todo esto bien.

Si quiero escribir -que es de las cosas que más me gustan, porque me liberan, porque consigue evadirme de esta rutina justiciera- tengo que trasnochar o robarle horas al trabajo (aunque no estoy muy seguro quien le roba horas a quien)… esto al final redunda es que aún estoy más cansado porque lo cierto que habitualmente al único que le robo horas es al sueño. Cuando consigo terminar un cuento, cuando de entre las tinieblas de la inspiración aparece el cordel que conduce a una idea y consigo desmadejar con éxito una trama, me acuesto cansado pero feliz. Puede que a muchos les parezca absurdo e incluso contraproducente… mucha gente no lo entiende pero a mí me llena… me cansa… me llena.

No siempre que me acuesto tarde escribo… no soy de producción compulsiva sino más bien lenta porque la inspiración suele aparecerse cuando le viene en gana. Hay veces que me enroco ante la pantalla del ordenador, navegando -que gran expresión, que acertada y descriptiva- por la enorme red, escuchando música, dejándome llevar de un sitio a otro en busca de una historia o de una palabra que abra la puerta, que me dé esa primera frase a partir de la cual todo parece distinto. Hay veces que no aparece… y me quedo en la cama, cansado, pensando, dándole vueltas a alguna idea, buscando un enfoque, buscando una primera frase… pero casi nunca aparece cuando sólo pienso en ello.

Últimamente me he convertido en una especie de autista cibernáutico y todo el entramado de relaciones que fui tejiendo, comentario a comentario, en blogs propios y ajenos, se ha desmoronado como si nada. Y me duele…. pero sé como funciona todo esto y tampoco esperaba otra cosa. Poca gente comenta en un blog si no es en respuesta a una llamada previa o espera que lo hagan en el suyo. Así funciona. A veces escribo un cometario en alguno de los blogs amigos y luego lo borro, siento como si no estuviera aportando nada, porque siempre se huye de la polémica, siempre se comenta en positivo, a veces pienso que suena forzado, que sólo se hace porque no hacerlo significa romper el cordón, dejar tu propio blog a la deriva no-comentario… pero no sería justo decir esto porque muchos habéis seguido comentando en este lugar, a pesar de todo, y comprendo que si no hay respuesta al otro lado de la línea es muy difícil establecer comunicación… y yo ya ni siquiera doy respuestas en este, mi espacio. ¡Qué falta de cortesía, por Dios!... Os pido disculpas por ello a todos los que, a pesar de todo, seguís transitando por aquí. Siempre tuve tendencia a la misantropía y los años no han hecho más que acentuar esa manía mía… además estoy cansado… relacionarme supone para mí un gasto de energía extraordinario, mucho más de lo que podáis imaginar, y las pocas fuerzas que me quedan (nunca fui muy activo) las utilizo en escribir o en buscar inspiración por entre libros, blogs y páginas de Internet. Espero que esta explicación sirva, al menos, como disculpa, nunca como excusa… no está mi intención justificarme… ni dejar de hacerlo.

domingo, 16 de marzo de 2008

El mecanismo del ko

"El cuerpo sabe algo que los boxeadores desconocen: cómo protegerse. El cuello sólo gira hasta un punto determinado. Si lo llevas más allá, el cuerpo dice: ’Eh, ya me encargo yo, está claro que tú no sabes lo que haces. Ahora échate y descansa. Ya hablaremos cuando te recuperes”. Se llama mecanismo del ko".

****

Ayer estuve viendo, una vez más, “Million dolar baby”. Lo mío con esta película se está convirtiendo en obsesión. Cada vez que la veo me gusta más. Habla de boxeo, es su tema central, pero tiene tantos mensajes subterráneos… tantos afluentes. Siempre me deja pensativo… con mi cabeza derivando hacia algún lugar en el que no se habría aventurado de no ser, en este caso, por Eastwood.

Una cosa es admitir la genialidad porque no queda otra, porque no hacerlo parecería un sacrilegio, lo haces casi de carrerilla… y otra muy distinta percatarse de su por qué, cuando tienes delante una obra indiscutible. Es tan subjetivo y a la vez tan evidente. Es tan redondo que te atrapa para siempre. Como cuando una canción te perfora y se te queda alojada, perpetuándose en ti y en el momento que te atrapó y la disfrutaste por primera vez. Si no fuera redonda, no sería para siempre. Lo que no es orondo, subjetivamente irreprochable, es tragado por el sumidero, queda, de manera inexorable, olvidado dentro de ese tamiz inflexible que es el suceder de los acontecimientos.

El tiempo, en su extraño devenir, también tiene su mecanismo del ko.

Cada vez resulta más complicado encontrar cosas que me resulten perfectas hasta el punto de llenarme. La música, los libros, las películas… ya no calan como antes, los mitos comienzan a agrietarse, a exhibir evidentes sus pies de barro, los matices quieren difuminarse. Y con ellos se me escapan muchos asideros, quedan atascados en el penúltimo tamiz. Me siento, cada vez más, en un imperfecto equilibrio en el que me resulta complicado saber a ciencia cierta si voy o vuelvo. No sé si el criterio juega a mi favor o mi contra, no sé si se me mueren los sentimientos, vivos, inexplicablemente perfectos, o es que ya no tengo derecho a más... que ya los viví y punto. No sé si esto es evolución o involución, no estoy seguro de si voy ganando o perdiendo, de si han comenzado fallarme las conexiones con el exterior y me encuentro cada vez más incomunicado.

Cada vez hay menos canciones, menos películas, menos libros, menos gente, que consiguen llenarme… el criterio también tiene su mecanismo del ko.

Afortunadamente conservo unos pocos tesoros, visitados y revisitados, mil veces filtrados, y creo que todavía soy capaz de encontrar algunos más. El gozo se espacia, el tiempo y el criterio adquirido no perdonan, y cada vez cuesta más encontrar colores que jalonen las orillas de mi camino. A pesar de las dudas, de las que siempre consigue meterme este tipo llamado Clint, creo que la vida todavía me depara muchas sorpresas… si no ¿qué coño haría yo aquí hablando de él?, si no ¿tendría dudas?





martes, 11 de marzo de 2008

Requiem

Hoy hace exactamente cuatro años que unos fanáticos cagaron de explosivos sus mochilas y se dirigieron a distintas estaciones de la provincia de Madrid. Programaron las cargas para que acabaran estallaando de manera simultanea en la estación de Atocha, en el centro de la capital, a la hora de mayor tráfico de personas. Padres, madres, hermanos o hijos que se dirigían como zombis hacía sus diferentes ocupaciones. Gente como tú o como yo, que enfrascados en sus pensamientos cotidianos se vieron sorprendidos por el estallido de las bombas. 192 perdieron la vida. Es un número, un número estremecedor pero no significa más que la cantidad de muertos que hubo. En realidad las víctimas fueron muchas más, unas de manera directa e imborrable, mutilados en sus almas y en sus cuerpos, condenados a que la pesadilla quede para siempre enraizada en sus recuerdos y en sus carnes, perenne e imborrable. Otros lo sufrimos estupefactos, en forma de profundo escalofrío que recorre la espina dorsal y queda alojado en forma de perpetua tristeza, de asco, de incredulidad al darnos cuenta una vez más de lo que son capaces algunos de nuestros congéneres en nombre de la barbarie. Y sólo se puede decir barbarie porque si cayésemos en el error de decir que es nombre de algún dios o alguna idea estaríamos pervirtiendo a ese dios o a esa idea que fue tomada en vano por un perturbado que no merecía siquiera pensarla.

Hoy hace exactamente cuatro años que murió un pedacito de todos nosotros, y que sentimos un dolor y una rabia que debieran unir, solidarizar, hacer que no importe la condición social, ni la religión, ni el país de procedencia, que dejan diáfano quien es el enemigo y que donde se encuentra: justo ante nosotros, nunca entre nosotros. Cuatro años en los que tuvimos delante un examen, que nos encontramos ante la oportunidad de demostrar que éramos un país maduro y que por fin sabíamos lo que era la democracia que se nos había otorgado, casi por casualidad, treinta años antes. Un examen que, por desgracia, no superamos y seguimos sin superar.

Cerramos, como siempre, la puerta en falso, quisimos justificar cosas que a nadie debieran importar, porque lo importante no era nada de eso sino todos aquellos que quedaron tendidos en la fría vía de una mañana de Marzo y cuyo único delito fue el de levantarse muy temprano, como cada puto día, para ir a trabajar.


In memoriam




domingo, 24 de febrero de 2008

Cometas en el cielo

Según transcurren los años, según vas acumulando vivencias te vas dando cuenta de que el currículo de cada uno se plaga de aciertos y errores, de tachones y enmiendas. Cuando me detengo y hago resumen de lo que soy, de lo que hice para ser como soy, siempre me digo que cambiaría tal y cual cosa, que desde la experiencia del de ahora no habría hecho esto o aquello tal y como lo hice. Pero lo cierto es que si no lo hubiera hecho como lo hice no sería yo, el que suscribe este pensamiento, sería otro, probablemente pensando en otras bifurcaciones en las que también me equivoque. Creo que lo importante es que en el resumen salga más en el haber que en el debe. Es completamente imposible ser del todo congruente porque cambiamos acorde a nuestras circunstancias en cada momento, porque cada etapa tiene su forma de actuar. Llegado a la madurez me doy cuenta que el mayor logro de ahora es la estabilidad, el asentamiento de mi carácter y mi propia aceptación. Darme cuenta que lo que he forjado hasta ahora me satisface. Es probable que sea mejorable, pero esto no deja de ser una proyección imposible de constatar porque como ya he dicho nuestro camino es el que es y ya poco o nada podemos hacer para cambiarlo. Los resúmenes siempre sirven, siempre que se hagan con un mínimo de perspectiva y pleno de espíritu crítico, sin temor, sin engaños. Un ejercicio complicado, sin duda.

Yo tuve la suerte de que me echaran de la empresa en la que trabajaba. En aquel momento fue todo un drama, algo que me resultaba inexplicable del todo. Por mucho que puse todo mi empeño en buscar las razones a lo que entonces estimaba una tremenda catástrofe, no acaba de encontrar ninguna. Simplemente era porque buscaba el origen en el lugar equivocado. La razón no la pude ver hasta tiempo después, no se trataba de una razón objetiva e inapelable, no tenía nada que ver con Curriculums ni con errores en mi manera de trabajar, en realidad nada tenía que ver con mi valía como empleado. Yo no lo sabía pero necesitaba aquel periodo, que fue periodo de resumen, de crisis personal, de mirarme al espejo con sinceridad para acabar haciendo las paces conmigo mismo. El azar de las causas soplaba a mi favor sin que yo fuera del todo consciente. Lo que entonces creí catástrofe se torno con el paso del tiempo en la suerte de haber podido disfrutar de ese momento, de haber podido frenar y haber podido reflexionar desde el sosiego que me otorgaba el mar imperturbable. No todo fueron rosas y amaneceres pausados, también lo pase mal, tuve muchas comeduras de tarro, me infravaloré, me denosté, me di por acabado, me pregunté cientos de veces que había hecho yo para merecer todo aquello, en que lugar del camino tomé la senda incorrecta… Es lo que tiene ponerse frente al espejo, es lo que tienen las crisis, que son lucha.

Hace unos días terminé la esplendida novela que da título a esta entrada. Un recorrido circular del protagonista desde la infancia hasta la madurez, un resumen al fin y al cabo en el que Amir se pone frente al espejo y se confiesa. Se juzga con dureza, alberga en su alma herida el peso de la culpa y finalmente, a pesar de todo, retorna al origen, a un Afganistán destrozado por los talibanes, un lugar que es el reflejo de su alma atormentada, para acabar encontrando la paz en forma de agridulce redención. El precio de su viaje queda resumido perfectamente a lo largo de la intensa narración en primera persona. Nada es gratis, lo importante es que cuando nuevamente aparece ante ti esa oportunidad que perdiste seas capaz de reconocerla y actuar como crees que debiste hacerlo cuando te equivocaste, en aquel pasado inamovible.

El objetivo de la madurez es acabar consiguiendo, desde la estabilidad que confiere la experiencia, una mayor coherencia porque eso significará que has aprendido esa lección que es tu pasado.

Les dejo uno de los temas de la banda sonora que ha compuesto Alberto Iglesias para la película que se ha filmado, basada en la novela, y que se estrenará en pocos días en España. Alberto Iglesias también ha sido nominado al oscar por esta composición.



domingo, 27 de enero de 2008

Querida P.:

Quiero que comprendas el por qué de tantas cosas que se me olvida preguntarte si tú quieres saber el por qué de todo lo que yo te quiero contar. Porque, digo yo, que seguramente lo querrás vivir sin necesidad de que nadie te adelante inoportunamente los acontecimientos.

Me imagino que tu alma vacía todavía de heridas es incapaz de comprender todo lo que yo quiero contarle, todavía carece de los conocimientos básicos para descifrar esta lectura tan complicada que traigo a tu abrevadero; llena de garabatos y tachones; de aclaraciones a los costados y a los pies de cada página. Tan llena de enmiendas que ya casi no se la reconoce.

Pero todavía me quedan tus páginas, las que reservé para ti, blancas e impolutas como lo están todas las tuyas. Este viaje lo hacemos juntos y solo tú decidirás hasta cuando.

viernes, 25 de enero de 2008

Horizontes imperfectos

Creo que una de las maneras que tienen tus hijos de pagarte por el esfuerzo que depositas en ellos, de compensar de alguna manera todo lo que de renuncia implica el que ellos aparezcan en tu vida, es devolviéndote, de manera inconsciente pero absolutamente natural, vívidos, recuperados del fondo de un estante en que permanecían polvorientos, ocultos en algún corredor del alma intrincada, recuerdos y sentimientos que creíste perdidos para siempre, y que, en realidad, solamente permanecían aletargados esperando la llegada de ellos, que son esa mano que los rescata y los hace patentes en la retina de los deseos recobrados.

Pienso en ello mientras observo, con paz de espíritu, como mi hija, recortada al borde de un mar plateado, incansable tira piedras desde el borde de una roca, esperando que estallen en el agua, haciendo esfuerzos para mantenerse erguida. Un sol resplandeciente de media mañana baña la estampa de su figura feliz, sonriente y despreocupada; ajena por completo a los problemas que acucian y devoran el día a día de mi existencia de hombre ya definitivamente abducido por el suceder de unas responsabilidades que hace mucho se tornaron inevitables.

Tira pequeñas piedras y me mira. Pregunta si he visto lo lejos que ha llegado, lo bien que lo hace, espera mi aprobación con cada lanzamiento. Escucha con la cabeza ladeada de interés los consejos que le doy para lograr llegar más y más lejos sin desequilibrarse; como los hago extensibles a otras parcelas en un intento de desarrollar la precaución como arma contra el sufrimiento inútil, el evitable, el que yo ya conozco y que ella aún no ha experimentado. Quiero creer que conseguirán que el número de golpes sea el menor de los posibles, y lo quiero creer a pesar de que yo he sido uno de esos que aprendí muchas de las cosas que ahora ya sé, tras caerme y volverme a caer, de ser yo mismo uno de los que no quiso escuchar y siempre, incluso ahora, ha escalado la montaña por la ruta más complicada, la más severa y lacerante. La frustración y el sufrimiento son parte indisoluble de la existencia de todo ser viviente. Sé que es inútil, incluso contraproducente, protegerla en exceso, no mostrarle la cara más amarga de la existencia que le queda por vivir, porque ello implica que al final los golpes serán más imprevistos, más dolorosos. Pero la visión de su pureza infantil en forma de sonrisa inquieta me impide hacerlo, por lo menos hacerlo de una manera explícita y contundente. Quizás sea porque quiero ver recuperada mi inocencia perdida a través de ella, quiero preservar ese estado de felicidad que aún conserva el mayor tiempo posible; porque, al fin y al cabo, su felicidad inopinada, es la mía, sus piedras lanzadas con torpeza son las mismas que yo lancé un día, hace ya muchos años, con mirada expectante, con el pensamiento puesto en que era seguro que algún día llegaría hasta ese horizonte que ahora se recorta tras la figura de mi hija, allá donde el cielo y el mar se funden en un abrazo y donde todo parece posible. Un horizonte que todavía se puede llegar a alcanzar.

Y mientras el sol baña mis pensamientos y el olor de mar salado inunda mis pulmones, mientras sonrío con ella, recupero, de un estante olvidado, la esperanza que creí perdida hace mucho tiempo. Quizás demasiado.





viernes, 18 de enero de 2008

La certeza de la inestabilidad

Nunca me había preguntado por qué, como un deseo latente que se hace evidente de pronto, emerge de mí la necesidad de escribir. No es algo meditado, es una cuestión de seleccionar un tema y encontrar un inicio. El resto fluye como una reflexión inmediata, no premeditada, que brota por primera vez y que por primera vez queda plasmada sobre la pantalla de mi ordenador, grabada en mi disco duro, repasada y finalmente exhibida bajo la máscara del coronel Kurtz.

La música siempre sonando, perpetúa compañera de mi viaje.

Mi escritura es como yo… irregular, tendente a la inestabilidad, al altibajo isobárico. No hay que darle más vueltas al asunto. Mi escritura soy yo, desdoblándome en un intento por encontrarme, por saber quien soy, siempre errático, siempre alejado de la línea recta.

El mundo a veces me supera, inevitable me bandea.

He pasado unos meses en los que la incertidumbre y el desasosiego han sido tónica dominante, meses de ansiedad que ahora, todavía, no es absurda, que queda fresca en mi memoria, como las fauces del león de mis sueños, ese que me asalta cuando estoy despierto y enfrentado a mi vida cotidiana, que cada vez lo es más. Meses de fino hilo colgado sobre el precipicio de mis acontecimientos inmediatos, de miedo de funámbulo, de futuro en blanco o negro… Y yo, que soy como un tablón arrastrado por el río de mi vida, me veo incapaz de remar apropiadamente cuando llegan los rápidos. No sé si tendría pericia de piragüista, que esquiva mientras elige la mejor ruta, porque siempre he carecido de remos y nunca lo podré comprobar. De todas formas nunca tuve demasiado firme el pulso y es quizás por eso que la naturaleza no se molestó en dotarme de embarcación más apropiada para surcar confiado la totalidad de mi río.

Y ya pasó.

Y yo me pregunto si has sentido alguna vez la lluvia, fina como el hilo del funámbulo miedoso, gratificante como un remanso tras aguas revueltas, cayendo sobre tu cabeza en un tibio día de sol.





Hace tiempo que alguien me dijo que la calma precede a la tempestad,
lo sé, es algo que sucede de cuando en cuando.
Cuando escampe, eso dicen, lloverá un día soleado,
lo sé, brillante como el agua que cae.
Me gustaría saber ¿has visto alguna vez la lluvia
cayendo en un día soleado?
Ayer, y algunos días antes, el sol fue frío y la lluvia excesiva
lo sé, este viene siendo mi camino desde el origen.
Funciona así desde siempre, atravieso el círculo, rapido o despacio
lo sé, me temo que no puedo parar.
Me gustaría saber ¿Has visto alguna vez la lluvia
Cayendo en un día soleado?

viernes, 11 de enero de 2008

¿Quién es el animal?

Leo con gran alegría la noticia de que el gobierno de EEUU ha prohibido en todo su territorio la investigación médica y científica con chimpancés.

Hace mucho que pienso que estos homínidos (y en general casi todos los homínidos no humanos) son más inteligentes que muchos homínidos humanos con los que comparto mi día a día, en el trabajo, sin ir más lejos. Siempre me ha parecido una auténtica barbaridad, una aberración, lo que se ha llegado a hacer con ellos en nombre de la ciencia, torturas incomprensibles que no se pueden justificar con ningún avance porque, sinceramente, para avanzar así es preferible recular.

Recuerdo un documental en el que se narraba el trabajo ímprobo de una pareja que habían construido, con sus propios medios y algunos donativos, un albergue destinado a chimpancés que hubieron pasado toda su vida en laboratorios, sometidos a todo tipo de experimentos bárbaros. De este modo podían pasar dignamente los últimos días de su vida. Un final digno para una vida de indignidad labrada en sus carnes. Muchos de ellos habían sido mascotas en su niñez y al convertirse en adultos, como suele suceder, fueron donados por sus dueños a laboratorios para que pudieran experimentar con ellos. Los pocos historiales “médicos” que pudieron recabar eran como para poner los pelos de punta: La mayoría eran seropositivos porque les habían inyectado el virus del sida, algunos no tenían dientes ni uñas; Los había con falta de movilidad porque habían jugado con sus sistemas nerviosos y, en definitiva, todo un catálogo de barbaridades, más propias del oscuro medioevo, que les habían producido tremendos traumas de los que poco a poco y con mucho cariño, algunos, parecían ir curándose.

Casi todos los casos, dentro de este documental, estremecían el alma; como el de uno de ellos que conoció finalmente los espacios abiertos y tras rechazar el salir de su jaula finalmente pasó toda la noche al lado del que luego sería su árbol, respirando naturaleza a horcajadas. Pero el que más me conmovió fue el de otro del que consiguieron localizar al que fue propietario, el mismo que lo cedió al laboratorio cuando no pudo hacerse cargo de él. Tras contactar y explicarle lo que había sido de su mascota, accedió a ir a visitarlo y juró que de haber sabido las atrocidades que se iban a cometer no lo hubiera donado a la ciencia (es una buena manera de lavar su conciencia pero a mí no me convence). Era desolador ver al chimpancé reconociendo a su antiguo dueño tras más de veinte años, gimiendo entre el llanto y la alegría... y ver como agarraba su mano con cariño a través de los barrotes de su jaula, como se dejaba acariciar del mismo modo que le gustaba en su niñez, como si nada hubiera pasado, como si aquel hombre no le hubiese abandonado a su suerte en el más oscuro de los agujeros, sin rencor. Yo me preguntaba quién era el animal, quien era superior a quien.

Es por todo ello que me alegra profundamente que se tomen por fin iniciativas como la tomada por el gobierno norteamericano, espero que en breve se debata en el congreso el proyecto Gran simio y se reconozcan los derechos de estos animales porque para aquellos que todavía dudan de que son auto conscientes, de que tienen inteligencia y memoria, ahí va ese vídeo.





miércoles, 9 de enero de 2008

Sobre crucifijos y crucificados

Es nuestra estupidez de humanos estándar, sobre todo cuando creemos estar en posesión de derechos pero no de deberes, casi del todo infinita. El principal problema es que cuando entramos en barrena por culpa de nuestra falta de entendederas, típicas de estúpido estándar, por otro lado, no nos apercibimos de nuestra propia tontería y nos indignamos ciegamente cuando alguien con algo más de seso en la mollera nos pone la cruda realidad ante nuestros desdichados ojos. Es más, me atrevería a decir que estamos mucho más capacitados para percibirla en los demás antes que en nosotros mismos en nuestra mismidad cerril.

Es por ello por lo que me quedo estupefaciente ante una noticia publicada hoy en el periódico en la que se informa acerca de una empleada de British Airways a la que se solicitó, por normativa de régimen interno sobre uniformidad, que se quitara un pequeño crucifijo durante sus horas de trabajo. Ya se sabe que hoy en día cualquier pequeña estupidez puede convertirse en causa digna a poco que uno la envuelva con las palabras adecuadas, léase: libertad, justicia, constitución, dignidad, paz, o cualquier otro de esos vocablos que, solos o en compañía, pierden su significado de tanto ser usados y llega un momento que uno ya no sabe muy bien a que atenerse cuando las escucha, así en frío y sin el debido matiz, que no debiera ser necesario.

Sucede que esta señora se puso la libertad de religión por montera y alzó sin tapujos una bandera de justicia ante la discriminación a la que estaba siendo sometida, dando como resultado la siempre sana rebeldía de no quitarse el crucifijo y retar a la empresas que le paga su salario. La compañía aérea, viendo el cariz que estaban tomando los acontecimientos y dado que la prensa había comenzado a clavar sus garras en el jugoso asunto y comenzaba a hacerse eco de tamaño escándalo contra la dignidad humana, le ofreció a la susodicha, no sólo cambiarse a un puesto en el que no debería uniformarse y por tanto podría ejercer su preciada libertad religiosa, sino una jugosa indemnización económica que ascendía a 8.500 Libras (casi 12.000 Euros).

Pero amigos… la dignidad no se vende… tan barato. Así que nuestra Juana de arco rechazó la oferta y acudió a los tribunales, imagino que en busca de una indemnización algo más jugosa, en donde se ha fallado en su contra, si bien, y este es el problema, podría no haber sido así y también nos parecería fantástico, y eso es lo terrible.

Lo que a mi me queda claro de toda esta historia y de las muchas similares que se producen a diario (fundamentalmente en países anglosajones aunque ya nos vamos contagiando en otras latitudes) es que hemos llegado a unos extremos en la defensa de nuestros derechos que a lo único que puede conducir es a la reversión, tarde o temprano, de los mismos. El hecho de que nos aferremos a clavos ardiendo, bien por motivaciones puramente económicas o bien porque alguno crea haber sido tocado por la varita de la iluminación salvamundos, nos conduce a situaciones tan paradójicas como las acaecidas a raíz de los atentados del 11-S contra las torres gemelas, en las que nos encontramos con que nuestras libertades solo se pueden defender recortándolas (Si no me creen no tienen más que hacerse un viajecito a cualquier destino de EEUU). Porque, señoras y señores, es inevitable que esas libertades de las que gozamos dejen huecos, recovecos por los que colarse, y las convertiremos en una farsa desde el mismo momento en que usemos su nombre en vano y nos aprovechemos de ellas para nuestro beneficio personal y no para el colectivo, que es para el que fueron concebidas. Y si no que se lo pregunten al tipo ese que fue crucificado sin juez ni parte, hace unos dos mil años.

domingo, 30 de diciembre de 2007

El infame que clama en mis adentros

No sé ustedes, pero yo, tengo un personaje en mi interior que me habla y me distrae de mis quehaceres, pero, no tranquilo con eso, también se permite el lujo de discutir y cuestionar mis deseos, digamos, más inmediatos. Tirando de ánimo imaginativo les pondré el clásico ejemplo: el despertar matutino. Yo clamo por dormir un poco más, pido poco, diez o quince minutos a lo sumo ¿es tanto? Sí. Es una barbaridad, es la diferencia entre llegar a tiempo, o no, a hacer la retahíla tareas que me fueron asignadas por el infame que vive aquí dentro, la pasada noche, justo antes de cortar mi conexión con él.

Paz…Hasta que el muy cabrón reanuda sus retransmisiones con el primer rayo de luz que atravesó por entre las cortinas, antes, mucho antes, de que el despertador sonara. Discutimos, entonces, mostrando ambos los razonamientos más sugerentes, unas veces gana él y otras consigo la retirada onírica, pero, siempre, absolutamente siempre, el infame está ahí, al pie del cañón, infatigable en su perpetua batalla. Pomposamente se autoproclama “La parte racional”. Ja, como si eso existiera más allá de su pobre imaginación. Y, por cierto ¿Parte de qué, de mí? ¿Dónde hay que firmar para que me den de baja?

No sé el de ustedes, pero el mío, como ya he apuntado, anda escaso de imaginación. Casi podría vaticinar, con un mínimo margen de error, cual será su siguiente palabra. Su capacidad de sorpresa es inversamente proporcional al tamaño de su aplastante lógica. Pero llegados a ciertos extremos ¿A quién le importa la lógica? Yo, desde mi espíritu tendente a la falacia y a la rebeldía, que no deja de ser la mejor formula para luchar contra lo inapelable, me encanta desafiar sus preceptos y sus certezas, tocar un poco los huevos y realizar actos que en apariencia, aparecen carentes de sentido pero, que curiosamente, suelen estar plenos de sensibilidad para conmigo mismo porque suelen ser etéreos, desintoxicantes, desatascantes, magnánimos pero, sobre todo, liberadores. Queda el infame, por esos momentos que pueden ser minutos u horas, relegado a la prisión de la lógica idiota, que también existe, como queda patente en esos instantes.

Luego viene el cantar de la culpa. Retorna el infame con el hacha de guerra en todo lo alto dispuesto a recobrar todo el tiempo perdido. Debo confesar, que últimamente, en realidad casi siempre, el tipo este que en un famoso cuento adoptó aspecto de grillo resabido y repelente (¿por qué será?), habla y habla sin que servidor le preste más atención de la debida. Se tienen que encender todas las luces de alarma, sonar implacables las sirenas, para que pase a desatascar mis oídos cansados y tome en consideración sus, casi siempre, sabios consejos.

Todo esto me lleva a ser como soy, un tipo despistado que ha aprendido casi todo lo que sabe por medio de la empírica. Incapaz he sido, a pesar de los años transcurridos desde mi alumbramiento como ser que piensa, de tomar las debidas precauciones antes de darme un ostión. Así ando, de ostión en ostión, aprendiendo los misterios de mi vida, que es mía y por eso hago con ella lo que me da la gana, escalando, como muy acertadamente dice mi padre, por el lado más arriesgado y complicado, esta montaña que es mi dualidad.

Y el infame señala las veredas de paz y tranquilidad, pero a mí se me antojan un coñazo. Además, ya me he comprado un casco. Sirve para amortiguar los golpes y la voz de este tipo que clama en mis adentros.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Soy esnob





Sucede a menudo que descubres un grupo, un cantante, que poca gente conoce y esto, en mi caso, suele tratarse de un valor añadido. Este extremo, es de por sí, una gilipollez lo reconozco, una marca de elitismo absurdo que tiene poca razón de ser pero que, sin duda, en mi caso, no me queda más remedio que reconócerlo, es.
Sucede que cuando estos grupos o cantantes, ganan como se merecen, el olimpo de la masiva fama, parecen descender escalones y experimento una necesidad de sacarles punta, en algunos casos inmerecida, tildándoles de haberse tornado excesivamente comerciales, haberse vendido al vil metal, abandonando en el camino esa crisálida de pureza artística que es el semi anonimato underground. Es un esnobismo que trato de evitar y buena prueba de ello es la pública confesión.
Lo cierto y verdad es que no hay cosa que más le joda a un músico que le digan que su último trabajo no es el mejor, porque generalmente han puesto la misma ilusión en su realización como la que puso en el anterior y para él es como un hijo recién parido, pulcro y sin defectos. Siempre hay un estímulo dentro que, si es un auténtico músico, le lleva a intentar mejorar en cada trabajo.
A modo de expiación por mis pecados de esnob dejo un par de temas de Fito Cabrales, un tipo que hace una música muy a tener en cuenta, que tiene un directo muy potente y que comencé a criticar por estimar que se repite como el ajo; y que ahora, escuchándole, me arrepiento porque lo cierto es que un músico como la copa de un pino.
Ah, y lo siento Fito, sé que “Por la boca vive el pez” es ahora tu niño predilecto, pero tus dos primeros discos son los mejores.





sábado, 22 de diciembre de 2007

Tarde gris

Hoy hace una de esas tardes plomizas en las que el gris se destila a través de la preñez de las nubes suspendidas a media altura, amenazantes hasta la insolencia. El mar se encona y lanza sus aguas hacía el cielo en un intento vano por unirse a él como lo estaban en el principio de los tiempos. Ese principio remoto en el que no existían palabras ni símbolos, en los que el equilibrio de todo el universo se condensaba paradójicamente en algo que muchos eones después un humano denominó como singularidad.

Hoy he estado viendo Million dolar baby, del viejo Clint. Viejo pero que porte tiene el tío. Parece increíble que el tipo que comía perritos calientes mientras disparaba con su magnum45 a incautos cacos que osaron cometer fechorías en sus inmediaciones, sea capaz de expresar tanto en un primer plano. Tanto Million Dolar como Mystic River son películas magistrales; no me cabe ninguna duda de que se convertirán en clásicos imperdurables junto con otros tantos de su carrera como actor y como director. Me fijé ayer en que en ambas hay un plano cenital que marca el punto de inflexión definitivo dentro de la trama. En Mystic river es ese en el que Jimmy accede con sospecha nerviosa al parque donde yace su hija asesinada; una barrera de policías le impide el paso y aquel que fue su amigo en la infancia le ratifica con la mirada que es su hija la que ha sido asesinada. El gesto desgarrado de un padre enloquecido por el dolor, agarrado por media docena de policías y el plano subiendo lentamente. En Million dolar baby sucede justo después de que la pérfida, hasta el punto de que deseas su muerte, Osa blanca golpea a Maggie con traición impotente. Ella cae, se parte el cuello y el plano subiendo lentamente. Ambos planos son escalofriantes no ya sólo por la maestría con que han sido filmados sino por lo que representan para los protagonistas. Jimmy pierde a lo que más quiere en el mundo, al único legado que le quedaba de su difunta esposa, a partir de ese momento el odio invade su mirada y ya nunca nada será lo mismo si bien es capaz de mantener firme el rumbo de su vida. Maggie pierde todo solo unos minutos antes de alcanzar la cima a la que había ascendido con un tesón y una determinación propios solo de elegidos. Es un golpe demoledor para el espectador impaciente por ver el triunfo de alguien que se lo merece más que nadie. Lo sientes como si fuera la misma Osa la que te hubiera golpeado a ti. Eastwood también noquea a traición con un golpe directo, seco y fundido en negro.

Recuerdo una conversación con una vieja amiga que me decía que fue al video club y que como no le apetecía deprimirse en vez de Mystic River, que había oído que era de bajón, mejor había alquilado Million dolar baby… En fin.

Como decía, hoy hacía una de esas tardes plomizas y el viejo Clint ha terminado de rematar la faena.




domingo, 16 de diciembre de 2007

Individuo individual


Recibí este texto por correo electrónico. No me pregunten quien lo escribió, sólo sé que me lo remitió mi vecino el cibernauta. Lo transcribo tal cual.

Soy un individuo individual. No crean ustedes que se trata de una contradicción. Podría ser otra cosa, una pieza más de este puzzle en el que nos encontramos inmersos y que hemos denominado sociedad, un diente más del engranaje que cuando quede desgastado e inútil, será sustituido por otro, sin que apenas nadie lo perciba. Sé que lo mío no es más que una cuestión de percepción, hace ya mucho tiempo que me percaté de ello, que por mucho que yo crea que soy un individuo individual no soy más que otra pieza, ya no trato de huir porque no hay donde, simplemente me resisto a encajar, quiero que mi desgaste sea consciente, sentir el dolor de mis músculos tras el esfuerzo inútil, morir extenuado, luchando por aquello en lo que ya no creo. Sé que habrá muchos que criticaran mi actitud, que la catalogaran como poco solidaria, de antisocial, otros me maldecirán por mi absoluta ignominia, por ser como soy, por parecerles, en realidad, distinto. Yo sé, porque puedo verlo en sus ojos, que aquellos que una vez soñaron lo harán con envidia, pero esos serán los menos porque la mayoría, o nunca supo o ya habrá sepultado el recuerdo de lo que supo bajo cientos de capas de responsabilidades absurdas, de madurez que no es otra cosa que aceptación, o si lo prefieren, rendición. Ya no queda espacio en sus angustiadas vidas para la esperanza, les hablo de la esperanza real, esa que va muriendo poco a poco hasta que un día desaparece y es sustituida entonces por un sucedáneo, que es sombra de lo que fue, un espejismo creado a medida. Deja de ser real para los restos pero seguimos sintiéndola como siente el brazo aquel que un día le fue amputado y ahora sólo tiene una prótesis que simula lo que era. La esperanza impostada que es un calidoscopio en donde se mezclan la desgracia de lo ajeno y la inalcanzable zanahoria en forma de fortuna de unos pocos. Desgracia para sentirse mejor, para saber que se puede estar peor y que no hay nada por lo que quejarse; fortuna irreal para pensar que también puede haber algo mejor. Todo en pequeñas dosis, todo a través de ese hipnótico aparatuelo que han conseguido meter en todas y cada una de las casas de este planeta enloquecido. Una de cal y una de arena, cuerpos desmembrados seguidos de futbolistas galácticos que gastan sus fortunas en creerse felices, en maquillar sus existencias, en construir su particular escaparate de felicidad artificial, para que el resto de los mortales crean que hay algo más aparte de levantarse todos los días, trabajar, pagar créditos, consumir, comer, mear, cagar y fornicar. Esperanza impostada.

No sueño con mundos mejores, no creo en las verdades de los otros, el animal que somos teje su tela de araña dentro de otra que no alcanza a percibir. Los veo sentados (y me veo a mí) frente a sus televisores soñando con mundos mejores, horrorizados y aliviados a partes iguales ante crueles escenas de realidades ajenas o, quizás, no tanto. Encerrados en sus cubículos, bailando al compás de las imágenes, de los eslóganes, de las bombas y del tintineo del dinero fácil de los concursos y los sorteos, que les transportará lejos de las vidas que llevan, sin darse cuenta que nunca serán lo suficientemente buenas… siempre habrá un foco de insatisfacción, un cabo suelto, un imprevisto. Y mientras tanto devoramos o, mejor dicho, buscamos la eterna insatisfacción en el consumo porque el consumo es un agujero negro en el que todo cabe, capaz de crear cualquier ilusión a la medida de cualquier bolsillo. Capaz de conseguir que gastes más de lo que tienes. Es el cebo, la fórmula perfecta para que todos andemos juntos al compás del pastor, y nos arrastra hasta esa tela de araña imperceptible sobre la que construimos nuestro mundo, inoculados por un veneno llamado madurez, o certeza, o solidaridad, o rectitud, Sea lo que fuere nos paraliza y nos aturde, hasta que un día, sin darnos cuenta, hemos sido devorados. Ya ni siquiera queda espacio para la rebeldía porque hasta esto ha pasado a ser un producto de consumo de masas, una etiqueta, un arquetipo, porque ya hemos constatado, con el paso de nuestra historia, que no conduce a nada, bueno sí, a más de lo mismo. ¿Y qué nos queda? No nos queda nada, sólo decir, de cuando en cuando, a modo de bálsamo para lo que nos queda de alma, gilipolleces del tipo “Soy un individuo individual”.





Publicado en El Termo Impostado

sábado, 8 de diciembre de 2007

Mar Cruel


Ojos que me miran de frente y me hablan de historias terribles tras de ellos, tan terribles como para haberse atrevido a llegar hasta ese punto en el que un fotógrafo los captó, llenos de miedo ante la inminencia de la muerte, de desesperanza al descubrir que el sueño es de cartón piedra, que ese mar de olas tranquilas que unos días antes se abrió ante ellos, plagado de sueños, brillante de luna llena, templado de verano que comienza, podía fácilmente convertirse en bestia hambrienta, que el sueño de un lugar en donde todo el mundo come a diario y tiene las mejores comodidades, es una celda llena de temores e incomprensión; o una tumba anónima en la que nunca nadie dejará flores. Me viene a la cabeza la noticia de hace unas semanas, quizá meses (¿quién sabe?), en la que diez de esos ojos que ahora existen, que son personas desde el mismo momento en que miraron a través de ese objetivo, se ahogaron a apenas unos metros de la orilla cuando se tiraron al agua pensando que ya habían llegado a tierra. Se ahogaron con el sueño todavía intacto, aún excitado en sus anhelos, dibujado ante sus ojos a tan sólo unas decenas de metros, con olas rompiendo sobre su orilla.

****

Hace unos días me llegó una presentación por mail. No una de tantas que llegan cada día a lomos del correo electrónico… puede que para otros sea una más pero no lo fue para mí. Con una esplendida canción interpretada por Moby y Amaral al fondo, prologadas y culminadas con textos de Bennedeti, se reprodujeron ante mis ojos fotos de desesperación y desgarro infinitos. Correspondía a una colección que fue expuesta bajo el título, Nos queda la palabra, aunque en realidad debiera llamarse sobran las palabras, lo que sucede es que a la fotografía les acompañan textos de escritores y periodistas que, en mi humilde opinión, son del todo prescindibles.

Mirando esas fotos, me he dado cuenta de que esta madurez de la que últimamente hago gala con dudoso honor, que este acopio de responsabilidades al que me he sometido y que se ha convertido, de manera paulatina, en rutina de vida, me ha ido carcomiendo la sensibilidad; que he ido poniendo escudos para defenderme de las amargas dosis de realidad a la que soy sometido cada día, desde todos los frentes, desde por la mañana hasta caída la noche. En mi ineludible (no sé por qué) tarea de de informarme a diario, ancestral necesidad que he mamado desde los tiempos de mi infancia, me he ido acostumbrando a cuerpos desmembrados y sufrimiento ajeno, a poner una distancia sideral entre los problemas de los demás y los míos propios. Me he ido escudando en mi rutina, en mis propias preocupaciones, y doy por sentado el mundo tal y como está concebido así desde mucho antes de que yo pisara por primera vez el suelo bajo mis pies; y que nada, o casi nada, puedo hacer yo para cambiar los designios de la naturaleza en su conjunto. Cada día estoy más convencido de que lo mejor que puedo hacer es tratar de modificar mi entorno más cercano y hacerlo habitable y sereno para mí y los míos. Rompe frontalmente con los sueños de adolescencia en los que aún creía que frente a la injusticia se oponía una justicia posible y ciega, como se la supone, como debe de ser. Lo que sucede es que pocas son como debieran ser y que en función de la perspectiva una misma cosa puede adoptar múltiples verdades o mentiras. He ido poco a poco introduciendo matices en mi vida hasta diluir lo que consideraba verdad incontestable y finalmente hacer mía la que más me conviene, la que me hace sufrir menos. Eso no quiere decir que no contemple todas las posibles… es que he aprendido que da lo mismo e intento sufrir lo menos posible.

Eso no me impide, a veces, cada vez menos, pararme de vez en cuando a reflexionar, mirar a unos ojos como los que me trajo una presentación a través de mi e mail, y sufrir con ellos, darme cuenta por unos minutos, una vez más, de que este mundo es una mierda pinchada en un palo, que no hay esperanza más allá del horizonte. Y luego corro a refugiarme en mi rutina anónima, a la seguridad de lo mío, a mis preocupaciones.

Puede que todo esto que cuento suene insensible, de hecho lo es, son esas capas que me han ido creciendo, pero yo les animo a que miren hacia dentro y se pregunten si no los pasa a ustedes lo mismo, si no sucede, como en el poema de Bennedeti con el que culmina la presentación, y que nos señala a todos acusadoramente. ¿Será esa la verdad sin matices?

****

Si cuarentamil niños sucumben diariamente
en el purgatorio del hambre y de la sed
si la tortura de los pobres cuerpos
envilece una a una las almas
y si el poder se ufana de sus cuarentenas
o si los pobres de solemnidad
son cada vez menos solemnes y más pobres
ya es bastante grave
que un solo hombre
o una sola mujer
contemplen distraídos el horizonte neutro

pero en cambio es atroz
sencillamente atroz
si es la humanidad
la que se encoge de hombros.

Mario Benedetti

Publicado en El Termo Impostado

jueves, 6 de diciembre de 2007

I`m listening

Hace tiempo que no encuentro esos momentos en los que una mañana me levanto y todo parece encajar, cada cosa en su lugar y yo en perfecta sincronía con mi mundo, que es mío y de los míos y de nadie más. ¿O quizás debiera decir que hace tiempo que esos momentos no dan conmigo?. Los echo de menos. Todo transcurre a demasiada velocidad. La vida se condensa en apenas unas décimas de segundo. Y me pregunto que debo hacer para que acudan a mi rescate, para que se tornen de nuevo, aunque sólo sea por un instante efímero, en tabla de salvación en este mar salvaje que es mi vida colapsada de nimiedades, de olas que se hicieron enormes sin darme tiempo a batirme en retirada hacia aguas más tranquilas . Y me pregunto quién tendrá la respuesta... porque estoy escuchando.








What do you want me to do

I've tried to do things my own way
I've tried to do what people say
And I'm going nowhere fast
and I'm turning to you at last

What do you want me to do?
What do you want me to do?
What do you want me to do Lord?

I can see the lights of home
but I can't get there on my own
I can see the landing strip
but I need you to steer my ship

What do you want me to do?
What do you want me to do?
What do you want me to do Lord?

I've been a foll and I've been a clown
I let the enemy turn me around
I've wasted love and I've wasted time
I've been rpoud and I've been blind

What do you want me to do?
What do you want me to do?
What do you want me to do Lord?

I've got a lot of things to change
a whole man to rearrange
And if you show me how
I'll begin right now

What do you want me to do?
What do you want me to do?
What do you want me to do Lord?

I'm listening...

The Waterboys

sábado, 1 de diciembre de 2007

Siempre supe que te quise



Sutil y evocadora la llama se contonea, dibujando, tenue rojiza, la forma inconstante de tu cuerpo de fuego. Viene a mi recuerdo en conjunción perfecta con aquel que fue el mío, memoria de nuestros pliegues, de cada surco paciente, cóncavo o convexo, armonía singular. Como la de esa hipnótica llama que me transmuta hasta aquello que fuimos, antes, mucho antes, de que encendiera esta vela -luz de fantasmas apocalípticos- que alumbra tu cuerpo inerte y -sí- de que se empeñara con su palidez en traernos hasta aquí, tal como éramos, en los mejores días de aquel esplendor que fue nuestro. Eres tan bella.







She is so beautiful
I've got no words to describe
The way she makes me feel inside
I'm flying solo
As free as light as a bird
yet I could lay my wings down in a moment
To guard and comfort her

She is so beautiful
light-filled, loving and wise
Laughter dancing in her eyes
all my road is before me
And I never did plan on a wife
yet she's the most beatiful soul
I ever have met in this life

For she is like a song
she is like a ray of light
She is like children pRaying
like harps and bells and cymbals playing
And she is like a wind
moving, soothing, bringing joy
And here am I, destroyed
she is so beautiful
I don't know what I'm going to do when I leave
except grieve


The Waterboys

domingo, 21 de octubre de 2007

Paradojas individuales

“El hombre es social no sólo porque nace en sociedad, sino porque la sociedad estructura su inteligencia, mediante el lenguaje y la cultura, y, además, porque necesita vivir en sociedad para cumplir sus fines privados. La felicidad íntima es un proyecto que sólo puede alcanzarse integrándole en un proyecto mancomunado. Sin embargo la cultura occidental ha descubierto la individualidad, la autonomía, como gran conquista, lo que provoca contradicciones peligrosas en un ser que es inexorablemente social, pero al que la sociedad parece animar a una desvinculación social. Tal vez nos estamos timando a nosotros mismos.” - José Antonio Marina – Aprender a vivir

A veces los pensamientos de otros y los propios confluyen producto de una aparente casualidad. Sucede que, quizás, un montón de ideas desconectadas, de pensamientos que todavía no han encontrado su armario, comienzan a juntarse como por arte de la curiosidad y del azar. A través de las palabras de otros tus propios pensamientos comienzan a tomar la forma que no encontrabas. Por eso es tan necesario comunicarse, para no resultar un simple cascarón mecido por los vientos de la inseguridad individual. Porque no nos llevemos a engaño, la seguridad de aquel que cree ser capaz de conseguir todo por si mismo, no existe, es una impostura que acaba vaciándose tarde o temprano.

Lo digo porque a este extracto que encabeza el artículo, se le ha unido un, a mi entender, magnífico texto de La funámbula en el que enreda con el fino hilo de desencanto la necesidad de comunicarse con los afines, de encontrar puntos comunes, parecidas aficiones, mismas formas de expresarse… necesidad de ser comprendido tal como se es en la intimidad de uno mismo, al fin y al cabo. Porque de resultas de nuestra inevitable individualidad, necesaria para poder acercarse al conocimiento de uno mismo, surge otra necesidad: la de expresar esa individualidad y hacerla comprensible a los demás. De encontrar otras individualidades que encajen sin fricción con la que uno ha ido creando a golpe de cincel, de experiencias, lecturas y avidez de conocimiento, de novedad, de sorpresa.

No creo que se trate exclusivamente, como dice Funámbula, de una cuestión de lucimiento, de compartir y comunicar, que lo son. El hecho que nos acerquemos hasta estos lugares que hemos creado, unos con más mimo que otros, es también producto de una necesidad de aceptación, de ver que nuestras palabras despiertan la curiosidad de almas afines, de que no nos encontramos solos. Por desgracia, en esta sociedad en el que el tiempo transcurre a velocidad insoportable para nuestras limitaciones de humano, se hace necesario crear un espacio propio y que nos esforcemos por hacerlo común, en la medida de nuestras posibilidades. Este medio que es internet, este conducto dentro del medio que son los cuadernos de bitácora, son el paradigma de esa necesidad de expresión que, muchas veces, por temor a la incomprensión y a la herida, no nos atrevemos a encauzar dentro de nuestros habituales ámbitos de desarrollo vital. Y aquí surge una de las paradojas de nuestro tiempo en el que utilizamos una máscara, un mote, un lugar virtual de comunicación para ser nosotros mismos, mientras que en nuestros lugares “reales” de desarrollo, utilizamos máscaras para ocultar quien somos en realidad, que nos mueve y que nos hace ser como somos. Nuestra necesidad de comunicación se extravía entre extraños, que no ajenos.

I've been down and I'm wondering why these little black clouds keep walking around with me, with me

It wastes time and I'd rather be high, think I'll walk me outside and buy a rainbow smile, but be free, they're all free

So maybe tomorrow I'll find my way home
So maybe tomorrow I'll find my way home

I look around at a beautiful life been the upperside of down, been the inside of out, but We breathe, We breathe

I wanna breeze and an open mind, I wanna swim in the ocean, Wanna take my time for me, all me

So maybe tomorrow I'll find my way home
So maybe tomorrow I'll find my way home
So maybe tomorrow I'll find my way home
So maybe tomorrow I'll find my way home
So maybe tomorrow I'll find my way home
So maybe tomorrow I'll find my way home