El argumento es sencillo. La casualidad -la puta casualidad- consigue juntar a seis miembros de una misma familia en una destartalada furgoneta Volkswagen, confabulados sin quererlo, en la consecución de un mismo objetivo: Llegar hasta California, desde el Este, para que la pequeña de la familia, Olive, una adorable y regordeta niña, de enormes gafas y sonrisa mellada, vea consumado el sueño de asistir a un prestigioso concurso de belleza para preadolescentes. En realidad ninguno de ellos, excepto Olive, tiene ganas ni intención de hacer el viaje, pero es la puta casualidad la que consigue, a través de diferentes circunstancias en cada caso, que se embarquen en una aventura que acabará por convertirse en una suerte de viaje iniciático, en el que cada cual encontrará su respuesta. Si no la definitiva, sí esa que les ayudará a dar algo de sentido a sus respectivas existencias.
Pierdo mi mirada en el televisor mientras mis pensamientos vuelan lejos, justo en dirección opuesta…
…pensamientos al hilo de lo que el hipnótico aparatuelo despliega ante mis ojos. Todavía no he encontrado mejor método para divagar que fumarme un canuto y poner un programa absurdo, de esos a los que se le puede sacar punta sin demasiada esfuerzo. Me escapo a lomos de mis pensamientos porque de lo contrario correría serio riesgo de quedar lobotomizado -más aún, si cabe- ante tanta sandez junta. Hoy ha tocado ver Operación Triunfo. Hace miles de años que no veía ninguna de las galas, creo que desde que Rosa (esa que estaba en la cola de gargantas cuando dios repartía cerebros) ganó el concurso. En general ninguno de estos concursos me despierta la más mínima curiosidad, aunque hay que reconocer que todos ellos son la perfecta expresión del vacío en el que vivimos la mayoría de nosotros. Casi, más que vacío, debiera decir desamparo.
Apoltronado en el sofá observo atónito como desfilan los cantantes uno tras otro, como clones a los que han ido modelando poco a poco, clase a clase, hasta convertirlos en caricaturas televisivas, en personas aptas para el show-bussiness. Antes de cantar, los entrevista un desgastado Jesús Vázquez, que despliega una simpatía tan natural que parece impostada, que sólo puede ser impostada, que coño. Después de cantar los juzga El Jurado… así, con mayúsculas. De entre los miembros de El Jurado despunta un tal Risto, que es sin duda mucho más listo que los demás. Al menos él debe de estar convencido de ello a juzgar por su actitud chulesca de malo malote cascabelote.
Todo es tan chachi piruli que estoy apunto de apagar la tele e ir a cortarme las venas. Menos mal que aún queda canuto por fumar porque de lo contrario, además de haberme suicidado inútilmente, me hubiera perdido la actuación de un giri negro que canta más que bien. “¿Qué hace este tipo aquí?” – me pregunto despertando de mi letargo y con toda la estupefacción de la que soy capaz a estas horas y tras dos horas de concurso. Antes de cantar habían puesto los típicos videos con las vicisitudes semanales en la academia, en las que el tipo había osado cuestionar (medio en español, medio en inglés) la mecánica del programa porque consideraba injusto que los factores extra-musicales influyeran a la hora de juzgar a los concursantes. “Music is important!” – se le ocurrió decir, con bastante indignación, gesticulando impotente... “¡No jodas!”- fue todo mi pensamiento.
Como ya he dicho, actuó muy por encima de la media mediocre del programa y le llegó el turno de ser juzgado por El Jurado. Risto comenzó a repartir estopa sin entrar a valorar la interpretación que acababa de presenciar (“¡Coño!, si va a tener razón el negro” -me dije). Parece ser que el hecho de que el muchacho hubiese osado pensar y, no sólo eso, sino también opinar, no le hizo demasiada gracia al Juez. De hecho comenzó su ataque diciendo que quien era él para opinar sobre la mecánica del concurso… ¿¿¿¿????.... a partir de semejante premisa construyó todo su ataque. El negro no debió enterarse de nada porque de español ni papa, pero a Risto le daba lo mismo porque a él no le interesa que le entendiese el muchacho sino el público. Fue un momento lamentable. No hay nada más patético que ver a un tipo que se supone inteligente (es Juez) y que además entiende de música, defendiendo un formato como el OT y crucificando al único que parece saber cantar con algo de personalidad, por algo tan normal como es pensar por uno mismo. Hasta que grado hemos llegado cuando el público aplaude a un tipo que cuestiona la opinión individual de una persona… viendo este tipo de cosas a uno no le extraña que Hitler llegase a ganar unas elecciones…
…les comentaba lo de “Pequeña Miss Sunshine” porque el final de la película, la última media hora, está dedicada a la participación de
Sólo me resta dar las gracias a Olive, esa niña maravillosa cuya esencia deberíamos guardar todos dentro, por siempre jamás. Y a toda esa familia de perdedores que, si se mira bien, son en realidad, los únicos que ganan, los verdaderos triunfadores.