Comencé a cursar una carrera que no acababa de convencerme así que, después de jugar mucho al mus y estudiar nada o casi nada, decidí que era tiempo de dar nuevos aires a mi existencia despreocupada. Era hora de hacer la mili (sí, yo fui de esos que les tocó en suerte servir a la patria) y quitármela de encima; después cursaría otros estudios, algo sencillo, que me permitiera alternarlo con un trabajo con el que empezar a ganar mis primeros panes. Mi madre no se mostró muy de acuerdo con mi decisión así que me insistió en que visitara un gabinete psicológico, de los llamados conductitas y que parece ser que son los que estaban en boga por aquel entonces. Como soy persona mansa y de escasos recursos a la hora de discutir accedí a visitar aquel templo en el que, cual oráculo, un señor me conduciría por la vereda correcta y me haría recapacitar sobre lo más adecuado para mis intereses, tras escucharme intensamente y cobrar ocho mil pelas por cada hora de su valioso tiempo. Para mi sorpresa (y la de mi madre, sobre todo) al cabo de tres sesiones me dijo que me veía estupendamente y que por favor le comunicara a mi señora madre que quería verla previo pago del importe antes mentado. Al cabo de tres sesiones mi madre renunció a acudir más al oráculo argumentando que para que le dijera lo mismo que, a la postre, ya le venía diciendo mi padre desde hace unos cuantos años, no le parecía ni coherente ni conveniente pagar tan desorbitada cantidad de dinero a un señor al que apenas conocía.
Todo esto viene a colación ya que en el periodo transcurrido entre el inopinado final de mis estudios de técnico en informática y el comienzo de mis gloriosos e improductivos días en el ejercito del aire mediaba un periodo de casi un año que había que ocupar con algo. Había llegado hasta mis manos, a través de un conocido que trabajó allí, la dirección postal de un picadero en Inglaterra. Les envié una carta solicitando abrigo, posta y un pequeño importe semanal a cambio de un puesto como “cuidador de caballos” y aceptaron, también por carta, un par de semanas después: me remitían un número de teléfono al que debía llamar para que pudiese anunciarles que día llegaría y ellos me indicaran el lugar en que me recogerían a mi llegada. Llamé y les indiqué que llegaría a Londres en un par de días. Me comunicaron que una vez en Londres debía llegar hasta la estación Victoria y comprar un billete para el primer tren que saliera hacia lugar llamado Moreton In Marsh. Allí habría alguien esperándome para conducirme hasta mi nuevo lugar de residencia y trabajo, The Vine. No fue así y tuve que llamar desde la misma estación para saber si había algún problema. Lo cierto es que el único problema era que se habían olvidado de mí y de mi llegada. Al cabo de un par de horas apareció por allí, en un todo terreno destartalado, la que resultó ser la dueña y gerente de la granja. Apenas me saludo, casi ni me miró, pues lucía un tremendo cabreo que yo no supe interpretar si era debido a que había tenido que interrumpir algo para venir a buscarme o simplemente que estaba indignada porque nadie se había apercibido del pequeño detalle de mi llegada. Más tarde supe que se trataba de lo primero y es que Jill, así se llamaba, era una mujer de armas tomar: magnífica amazona de rudeza difícilmente superable por ninguno de sus empleados, ex-maridos o caballos.
Resultó ser un trabajo bastante duro con jornadas de diez y doce horas, en el que sólo descansaba un día a la semana. Allí conocí el dolor de manos entre amaneceres limpiando cuadras por entre las piernas de ejemplares de caza de dos metros y purasangres que vivían mejor que el príncipe de Gales, que decir de mí. Mi trabajo consistía en limpiar una cuota de establos establecida, mantener todo aquel lugar en orden, alimentar, duchar y cepillar a los caballos, prepararlos para sus salidas, apilar fardos, trasportar heno y, en definitiva cualquier tarea que pudiera surgir en el tranquilo día a día de un picadero.
Lo cierto es que a pesar de la dureza de las condiciones, no sólo de trabajo, sino de clima y de entorno humano hostil, recuerdo esa época como una de las mejores de mi vida y de mayor aprendizaje personal… aprendí lo duro que puede resultar ganarse el pan con el sudor de la frente pero sobre todo me relacione de una manera directa con un entorno de naturaleza en el que todo parecía estar perfectamente equilibrado. Me resulta imborrable la relación que llegué a alcanzar con muchos de esos caballos a los que cuidaba y con los que me entendía mejor que con muchos de los compañeros de trabajo; cada uno tenía sus manías y una personalidad definida. Los había afines y los había a los que no aguantaba por su arrogancia o simplemente porque ellos no me aguantaban a mí. Hubo algunos que intentaron cocearme en más de una ocasión pero cuando llevas tiempo con ellos aprendes a predecirles, sabes de que humor andan y sobre todo, que si te intentan agredir lo último que tienes que hacer es amedrentarte porque es un animal que huele el miedo mejor que nadie y si te lo huele estás perdido del todo ya que no conseguirás que te respete. Así que antes de estar encima de uno de ellos ya los conocía a todos y ya había experimentado la sensación de tener que trabajar bajo sus patas o de cepillarles la cola, algo que requería colocarse “a tiro” justo detrás de ellos.
El caso es que los días de libranza, acudía en autobús a Chelteham, la ciudad más cercana. Recuerdo los recorridos leyendo a Hesse que en aquella época me tenía prendido y más que calado, y recuerdo mi primer viaje hasta territorio civilizado con mi primera paga en el bolsillo. Pasee por la ciudad sin rumbo fijo y decidí gastar algunas libras en un walkman y varias cintas “nice price”. Entre ellas se encontraba el “Led Zeppelín II”. El día era plomizo, como tantos días por aquellas latitudes, una fina lluvia mojaba mis cabellos y caminaba cabizbajo y meditabundo. De repente sonó la canción que dejo y enderecé mi cabeza, cruce la mirada con todo aquel que pasaba cerca de mí y esbocé una sonrisa de oreja de oreja que contrastaba notablemente con el ambiente triste que destilaba aquel día de otoño lejos de mi hogar.
Las fotos corresponden a Stanton, el pueblo donde se situaba The Vine
25 comentarios:
"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla"
Gabriel García Márquez
Vivir para contarla
La música demasiado fuerte para mi gusto (ya sabe querido coronel que soy una antigua) pero a cambio he disfrutado con usted de un magnífico paseo por la campiña inglesa, creo que hasta en algún momento he recordado a la Austen, le imagino Coronel cual Mr.Darcy paseando sobre un caballo negro...
Exquisito relato Coronel.
Aprovecho que no le conozco mucho para preguntarle tímidamente: ¿es verìdico/autobiográfico?
La Luz: Siempre he admirado a Márquez. Me parece un fabulador inconmensurable. Tengo pendiente su autobiografía porque desde que el tipo ejerció dominio, allá por mis años adolescentes, no lo he vuelto a tocar. Seguro que la leeré... lo que no sé es cuando.
Querida funámbula... esta es la canción que aseguraban que si se ponía al revés (en su parte central) se podía escuchar con claridad meridiana, un mensaje del mismísimo Satán (en inglés).... así que fuerte no, fortísima. :)
Las casas de los pueblos (no sé si has visitado la página que enlazo) y los paisajes del lugar, desde luego evocaban a esa campiña de Austen. Es un paisaje magnífico y que se ha conservado tal cual desde hace al menos trescientos años.
Lo de Mr Darcy.... ejem... yo me imaginaba un John Wayne... aunque cambiado continente y vistas. :)
Pradero: Le permito la pregunta porque no nos conocemos. En el momento que exista la más mínima confianza entre nosotros le prohibiré taxativamente volver a proferir semejante pregunta.
Es completamente autobiográfico. Son los hits de mi vida....
Besos y abrazos.
Comprendido camarada, no volverá a ocurrir, sepa dispensarme sólo por esta vez.
:)
Saludos.
qué lindo relato Kurtz. Esos vuajes adolescentes en soledad no se olvidan nunca.
Es cierto, Mari. Yo tengo varios en el catálogo de recuerdos preciados.
Hoy ando dejado de la mano de la lucidez, as� que te voy a citar algo de otra persona:
"La felicidad no se basa en uno mismo, no consiste en tener una peque�a casa, en dar y recibir. La felicidad se consigue al participar en la lucha, en la que no existe una separaci�n entre la vida personal y el mundo en general".
Ah� queda.
Un saludo, maestro.
Conseguir acoplarte al entorno. Es una buena definición, Carlos
Coronel:
Es de Lee Harvey Oswald.
Pues me parece una historia llena de melancolía. Me ha gustado bastante.
Saludos.
Carlos... Parece mentira.
Rayco: Gracias y bienvenido.
Recuerdos de animales nobles y de paisaje lluvioso , era mas joven , mas vivo y aprendia , la memoria es selectiva y mitifica .....pero es lo vivido :)
El texto deja en el lector una sensación muy concreta, yo diría que sabe transmitir perfectamente cómo se sentía usted en aquel momento: la edad, las circunstancias, todo un estado emocional, el viaje, la estancia, los animales como personajes, todo el conjunto deja al lector en un estado anímico concreto.
Después, uno se imagina la soledad, el paseo, la lluvia, la paga y el walkman.
Cuando empieza a sonar la música el lector entiende perfectamente, como si fuera su propia experiencia, la necesidad de erguir la cabeza y buscar la mirada de los extraños.
Muy buen hit, coronel.
Cierto, Peggy... es lo vivido. La memoria deforma muchas cosas, amplifica o reduce a cero; pero puedo asegurar que esos paisajes son magníficos como lo es la sensación de cabalgar un noble animal en soledad por el campo. Kiss
K: Me imagino que se trasmite esa sensación porque es vivido y eso, se quiera o no, se nota a la hora de escribir. Gracias.
En ese tema habría debate... yo, en principio, discrepo :)
K: Aquí estamos abiertos a cualquier debate así que puedes exponer los argumentos que más te apetezcan... en realidad estoy intrigado.
Me imagino que después de cuidar a tan noble animal habrán pasado a ser muy especiales para ti ¿no?. Tendrás buenos recuerdos de ellos, imagino.
Son animales dignos de admirar, no entiendo como la gente puede comerselos...... en fín tiene que haber gente para todo.
Un saludo señor Coronel.
Anastasia: A mí lo que me llama la atención es que a usted se le despierte el morbo con un personaje como Lucio y luego alucine con los que comen carne de potro. :)
Tiene que haber gente para todo...
Un saludo
Hay momentos de nuestra propia vida que no olvidamos nunca, que parecen grabados en nuestro cerebro a golpe de cincel. Uno los mira desde fuera, analiza sus elementos, y no encuentra nada realmente extraordinario en ellos. Sin embargo, es su conjunción, el contexto en el que se enmarcaron, y sobre todo las sensaciones que nos embargaron en ellos lo que hace que perduren en nuestra memoria. Yo creo, Coronel Kurtz, que se trata de aquellos momentos en que uno se sintió especialmente vivo, especialmente consciente y contento de su estar vivo. Una conciencia y una alegría que, por desgracia, se nos desdibuja con relativa frecuencia. Pero cuando emerge, es como si uno se dijera a sí mismo: Eh!, despierta, que estás aquí, y que es una maravilla estar aquí. Trata de no olvidarlo.
Un saludo
Qué bonitos recuerdos... Supongo forman parte del todo ese que nos condiciona, nos hace, nos diferencia....
Me alegro de que todo ahora sea pasado, y de que ese hogar ya no quede tan lejos... aunque el hogar lo llevamos dentro, y tipo tienda de campaña se instala en cualquier parte, pero es necesario aferrarse a el.... da tanta seguridad...
Un besazo¡
Bienvenida, Antígona. Mi memoria es escasa pero sí es cierto que hay momentos que quedan grabados. Hesse decía que en esos momentos en los que te sientes integrado y especialmente vivo lo son porque Dios ha posado su vista en ti por unos segundos (no debe tener tiempo para más, pero se agradece :)).
Delirium: El hogar son los tuyos.
Un beso
Mi querido Coronel, me decepciona mucho pensar que no sabe usted distinguir ficción de realidad.
¿Lucio está basado en alguien real?
Perdona mi ignorancia sobre sus personajes, pero no llevo mucho tiempo siguiéndole y quizás ya lo ha aclarado en anteriores comentarios.
Un saludo.
Anastasia: Siento haberte decepcionado. Lucio no está basado en nadie real, pura ficción, pero no sé que tiene que ver eso con los gustos y preferencias de cada uno.
Un saludo
Querido Coronel, he tardado en llegar hasta aquí, pero desde luego ha merecido la pena. Hasta que no coincidí con tu yo real no supe donde te hallabas en el ciberespacio. Admiro tu capacidad de evocación, esa memoria de la que yo carezco, y me encanta descubrir los sentimientos que describes cuando ya en aquella época nos conocíamos, como yo lo percibía y como descubro ahora que lo hacías tu. Es como entrar en la cocina de un amigo. Mola!!. Por cierto, ese temazo es brutal, a mi también me ha sacado la sonrisa.
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