domingo, 4 de octubre de 2009

Algo así

—Un disparo de adrenalina que primero coloniza el estomago y desde allí comienza su invasión. Eso, esa sensación de vigor repentino, el estado de visión preclara, es lo que me gusta de mi trabajo. ¿Sabías que la adrenalina es la droga más potente de todas las que se conocen? —Lucio hace un breve inciso, da una calada al pitillo y bebe un sorbo de su güisqui mientras expulsa humo por la nariz. Fija su mirada durante apenas un par de segundos en el culo de la camarera cuarentona que limpia una de las mesas y continua su plácido monólogo, intentando hacerse escuchar por encima de la música blues que inunda el antro —Es gracioso que haya gente buscándose la vida como pordioseros, por poblados infestos, en busca de una dosis de cualquier sucedáneo, sin saber que su cuerpo es capaz de producir el solito la más pura de las drogas… y gratis.

—¿Eres broker en la bolsa o algo así? —el tipo a su lado pregunta con voz emplastada; es como si acabara de salir en este mismo momento de un estado catatónico en el que hubiera permanecido sumido durante varios años.

El garito no está lleno. Ni mucho menos. Una camarera que probablemente un día tuvo el sueño fugaz de una vida bohemia, Ramiro, el propietario de aquel reino de inmundicia y su socio, el borracho de la pregunta inoportuna. Lucio continúa como si nada:

—La clave está en controlar tu viaje. De lo contrario te domina el pánico. Y ya no hablas de poder sino de miedo. En el campo de batalla, ese pequeño matiz, es el que marca la diferencia entre un héroe y un cobarde.

—¿Eres soldado o algo así? —Ramiro, en pie al otro lado de la barra, le ha dado por intervenir en la conversación mientras receba el vaso de Lucio —la última que chapamos.

—Algo así —Lucio taladra al propietario con la mirada —en realidad trabajo para los Minuesa, una respetable familia del sur de la capital ¿te suenan? —Ramiro palidece, tensa levemente su cuerpo tras la barra y comienza a mirar a un lado y a otro, sin fijar la mirada en ningún lugar en concreto. Lucio vuelve a dirigirse al tipo a su lado que no da muestras de haberse enterado de nada —¿Lo ves?, a esto me refiero. Si dejas que el chute de adrenalina te colapse el celebro estás perdido. Esa es la diferencia entre Ramiro y yo. Por eso él se dedica a servir copas y a pasar farlopa a cuatro colgados y yo a matar a gente como él.

Lucio se levanta como empujado por un resorte. Con un movimiento rápido saca la Beretta y apunta a Ramiro que sólo acierta a mascullar un rancio “puedo explicarlo”. Pero antes de terminar ya tiene una bala de nueve milímetros alojada en la traquea y otra en el corazón. La voz desgarrada de Janis Joplin ahoga el sonido de las detonaciones y la camarera ni siquiera puede ver como la parca la pesca con la escoba en la mano mientras barre la bohemia de Malasaña al ritmo de “Summertime”. Lucio deja la Beretta sobre la barra, enciende un pitillo y apura lo que queda de güisqui.

—¿Lo ves? —dice dirigiéndose al borracho que permanece inmóvil sobre su banqueta —el pánico te impide coger la pistola sobre la barra, darme un tiro y salvar tu culo de alcohólico. Ya no vas pedo, ¿a qué no? La adrenalina mata el pedo, ya te dije que es la droga más potente… a que ahora lo comprendes.

Dos detonaciones más y una figura, negra como una noche sin luna, que se desliza entre las calles estrechas y empedradas rumbo a la plaza del Dos de Mayo. Atrás sólo un neón parpadeante y el singular olor de la muerte. Huele a miedo.