jueves, 31 de julio de 2008

La soledad...

…soy un líder, un político, un caudillo, un guerrero: camino sobre la tenue línea que separa la locura de la cordura, pues ya no queda nadie con quien pueda compartir mi pesada carga, todo un imperio... ya no alcanzo a distinguir los amigos de los enemigos… hace tiempo que aprendí que todo tiene una causa... y que esta, raramente es noble, siquiera en los niños... cada vez son menos las personas en quien puedo confiar... en nadie ciegamente, eso es seguro... es lo más duro de sobrellevar... no la gloria, ni la segura posteridad... no la responsabilidad de las decisiones que atañen a todo un imperio...

…suenan frescas las palabras de Marco Tulio, sobremesa de una guerra: lo más complicado ahora será luchar, cada día, contra esta caterva de parásitos e inútiles que se arraciman a tu alrededor, esperando una ocasión, un tropiezo, una duda… deberás aprender a distinguir cual de ellos amasará la suficiente ambición como para intentar usurpar tu poder... haz en la política como en tus guerras: divide y conquista y ellos mismos se delatarán… luego aplasta al traidor sin levantar demasiado polvo… trata que acepte el noble gesto del suicidio... o un lejano destierro, si su muerte pudiera ser demasiado dolorosa para el pueblo o para ti... y, si no queda otro remedio, emplea la violencia contra el traidor y su familia, sin contemplaciones, arrasa sus campos y masacra su estirpe...

…me vienen al recuerdo la imagen de Vercingétorix: derrotado, deponiendo sus armas tras el asedio de Alesia... echo de menos ese olor, dulce mezcla de sudor, sangre y campos quemados... el aroma de la victoria... el placer de un enemigo postrado al que arrastraré hasta mi casa, como un trofeo, para que todo el mundo contemple el castigo de quien ose retarme, de quien ose retar a Roma...

…Roma que ruge: los cascos de mi corcel de guerra resuenan sobre el cuidado pavimento y el populacho me aclama enfervorizado... brillantes las armaduras y los correajes, relucientes los estandartes de mis legiones, que desfilan victoriosas... Vercingétorix, semidesnudo a mi grupa, con un collar y una soga que lo ata a mi montura, anda exhausto y desencajado, soporta la humillación de todo un pueblo... poder en estado puro… la plebe, patricios, senadores, magistrados, pretores y ediles que se encorvan sumisos ante lo que represento... el triunfo de Roma, que aplasta y conquista...

…en las campañas no hay matices: sabes quien es el enemigo, a quien debes masacrar... y lo haces sin dudar, hasta que el último de ellos haya caído, sin rehenes ni tribunales... pero aquí en Roma, todo es turbio e indefinido... las palabras son espadas y las conspiraciones, batallas cotidianas... los amigos, enemigos y los parientes, sanguijuelas ávidas de mi sangre... en apariencia todos quieren darme satisfacción pero a la más mínima ocasión cualquiera de ellos no dudaría en darme el golpe de gracia, si eso le permitiera medrar o enriquecerse aún más...

…siento que me fallan las fuerzas: no soy capaz de pensar con claridad… es como si me hubiera quedado atrapado en mi propia tela, esa que tejí para enredar a los parásitos que me rondan, que beben de mi poder... todos son y ninguno es... todos me complacen y todos traman a mis espaldas... me resulta tan complicado discernir...

… y ahora me convocan al Foro… quieren que devuelva el poder al senado… ¿Por qué habría de hacerlo?... ¿por qué, si el ejercito está de mi lado, si el poder es todo mío?...

miércoles, 30 de julio de 2008

Dessestressándo-me





Impresionante tema de los Pixies, interpretado estupendamente por el propio Frank Black (ex-lider de Pixies) y Placebo, durante un concierto en París de estos últimos. Se la recomiendo con fervor, porque por mucho que la escuche... sólo me transmite buen rollo.

miércoles, 23 de julio de 2008

Espuma y cenizas

La foto

La espuma de los días, de los meses e, incluso, la de los cientos de años, siempre igual, se deshace al pie del acantilado, con cada chasquido de ola sobre su lomo. A esta distancia, que se me antoja kilométrica, puedo ver los jirones de blanca espuma deshaciéndose, perpetuos. Es como si lo llevaran intentando durante siglos, sin conseguirlo. Una lucha de desgaste milenaria.

Desvío la vista del fondo del precipicio y me centro en Teresa. Sonríe para si mientras me mira; debe llevar un rato observando como pierdo mis pensamientos frente al mar, siempre me pasa igual. Sostiene entre sus brazos a Sara, que todavía no ha cumplido un año y ya clava la mirada como lo haría un adulto. Les saco unas fotos mientras bromeo, tratando de arrancar una sonrisa para mí.

No me di cuenta en ese momento pero había conseguido atrapar con mi cámara un momento certero de felicidad; casi nunca nos damos cuenta mientras nos sucede. Fue después, cuando revelé las fotos que hice aquel día de sol inclemente en el cabo de San Antonio. La mirada de Sara emergió desde fondo de la cubeta, como la de su madre, directa al objetivo, entornada por el sol, reflejando nítido el hilo de la inteligencia. Al fondo el faro y un trozo de mar azul, oscuro, jalonado de pequeñas olas que llegan ufanas al final de su viaje: jirones de blanca espuma.

Jirones de blanca espuma

La carretera se encarama, estrecha y sinuosa, a lomos del cabo. Sara, a mi lado, pierde sus pensamientos a través de la ventanilla; su mirada se mantiene fija en el horizonte y en los pedazos de mar que aparecen y desaparecen tras cada curva. Creí que se pasaría el viaje llorando, pero ha conseguido contenerse. Apenas ha hablado y yo tampoco he querido perturbar sus pensamientos. Es algo que debemos hacer, los dos lo sabemos, no hay mucho más que hablar. Ambos lo decidimos, desolados, el día que murió Teresa.

Sopla poniente y el pelo de Sara se enmaraña rabioso hacia el mar. Permanece erguida frente a una pequeña valla de madera que la separa de ese vacío cortado a pico que es el acantilado, sobre el que se posa el faro de San Antonio. Con la urna entre sus manos, pierde el pensamiento en la misma espuma en que yo lo hacía, siempre que veníamos aquí, casi cada verano, antes de la enfermedad de Teresa. Sara es idéntica a ella. Me mira y me sorprende en una sonrisa pausada. Ahora, a sus quince años, aún no parece comprender el por qué de mi gesto, pero estoy seguro que lo hará, tarde o temprano, no hará falta explicárselo, es inteligente.

Las cenizas de Teresa vuelan arrastradas por el viento hacia un horizonte discontinuo;.Quiero creer que van en busca de todos los pensamientos que perdí aquí, mientras ella me observaba y sonreía para si. Sobrevuelan un Mediterráneo que hoy se ha vestido de azul intenso y plata, como si recordara que es ese tu color favorito… azul, oscuro, jalonado de pequeñas olas que llegan ufanas al final de su viaje: jirones de blanca espuma.

domingo, 20 de julio de 2008

Treinta y siete grados

El termómetro en la ventana no para de subir. Apoltronado en el sofá trato de moverme lo menos posible. Cada movimiento es un esfuerzo insoportable. El calor sofocante ralentiza la realidad que me rodea y el tiempo parece dilatarse igual que el mercurio del maldito termómetro, que no para de subir. Me viene al recuerdo la canción de Radio Futura, “treinta y siete grados y un montón de huesos…” que empieza a sonar machacona dentro de mi cabeza. La tarareo para intentar que salga pero no hay manera. ”…con algo de pellejo alrededor…”

Mi vecina, la Juana, acaba de salir al patio, supongo que a tender la colada. Si no hiciera tanto calor iría hasta la ventana, como cada día, y la observaría a hurtadillas por entre las cortinas. La ventana está abierta de par en par así que puedo oír como canta mientras tiende los calzoncillos de su marido, que es un mierda, que no la merece. “Arde la calle al sol del poniente…”. Vaya casualidad… también le ha dado por Radio Futura. No sé si estamos conectados o si me oyó tararear antes. Preferiría lo segundo, significaría que está pendiente de mí, que le intereso más de lo que da a entender.

Canto un poco más alto para comprobar si mis deseos son reales o se trata de un delirio más producido por el calor pegajoso: “No tocarte, o quizás, podría devorarte…” De entre las cortinas silba una respuesta que se mezcla con humedad de mar de verano y llega hasta mí espesa: “Eres tonto Simón y no tienes solución...” Me quedo congelado por un instante… me escucha, y yo a ella… pero estoy tan abrasado que no sé interpretar que querrá: ¿Seré tonto por cantar, porque no la entiendo o porque realmente piensa que lo soy?

Cierro los ojos y rasco en mi mente calenturienta. Dibujo su cuerpo lozano desnudo sobre la playa de arena fina. El sol justiciero empapa su figura, el mar en calma chicha y las sombras violentas que destacan aún más sus senos prominentes. El vello de su pubis es azabache y rizado. La miro pero no la toco. Sólo acierto a tocar mi polla, erecta como el mástil del barco que cruza por el mar de mi imaginación.

En el clímax de mi fantasía, justo cuando voy a eyacular en las tetas de Juana, la lozana, el sonido del timbre de la puerta atraviesa por entre la espesura de la habitación. Con pereza rabiosa me levanto, con lentitud dejo escapar a la Juana y a mi playa; acudo hasta la puerta y allí está ella, con su vestido de flores pegado al cuerpo, los pezones que se marcan sin pudor y la melena larga, negra y rizada, como su pubis, suelta… cubriendo esos ojos de mar profundo que me quitan el sentido.

-¿Eres tonto, Simón, o quieres que me ponga el disfraz de pecadora? -dice

Esta tarde, por fin, el termómetro va a reventar, el muy hijo de puta.




viernes, 11 de julio de 2008

Rutina implacable

Ricardo tiene la manía -persistente- de dejarse engañar por Aurora.

La pasada noche, después de una agradable cena con amigos, durante una sobremesa de confesiones al albur de las copas, se encontró con la certeza de frente: aquella mujer de aspecto resoluto y feroz carácter con la que estaba compartiendo su vida, no era la que él hubo creído. La realidad parpadeó por un instante, diáfana, de una evidencia hiriente y desesperada. En un instante, la inocencia impostada, el artificio de precario equilibrio que había sido su amor, bajó el telón y la obra que hasta entonces se había representado encima de aquel escenario que era su existencia compartida, acabó, sin más… aunque el aún no lo sabía, o quizás sí.

Se acomoda en el tren -siempre el mismo vagón, siempre a la misma hora, de lunes a viernes, camino del mismo trabajo, recorrido inquebrantable de rutina implacable - y su pensamiento se pierde a través de la ventanilla empañada de lluvia de mayo. Tras ella, borroso, se despliega un paisaje monótono de suburbio madrileño: la autopista atascada, al fondo; antenas sobre edificios monocordes, graffitis sobre muros semi derruidos, en primer plano… todo se jaspea entre esa mezcla de gris y ocre que son las riberas de la vía del tren de cercanías que une Parla con Madrid. Todo quiere ser lo mismo pero ya nada es igual para él, para Ricardo, que trae a su pensamiento, frente a aquel paisaje invisible -como invisible había sido, hasta el pasado sábado- la verdadera realidad de su amor.

-Tú sabes que yo siempre estaré a tu lado, que nunca te fallaré. Sabes que te quiero más que a nada en este mundo.

-¿Qué mundo? –se pregunta.

Las palabras de Aurora resuenan frescas en su memoria deshilachada. Se las había dicho tantas veces que había llegado a creerlas, se habían convertido en una letanía a la que aferrarse cuando ya no quedaba otra, cuando a Aurora se le escapaba algún ramalazo que hiciera palpable que él no le importaba lo más mínimo, que no era más que otra pieza de un puzzle que ella había ido construyendo en sus horas libres; pieza solitaria en mitad de una composición que nunca acabaría de comprender en su totalidad; hechos desechados, relegados hasta un estante de complicado acceso dentro de su memoria… por cobardía… por temor a que lo que allí pudiera encontrar desviara para siempre el cauce trazado, que es el que tiene que ser, que no puede ser otro.

Hasta la pasada noche, en la que una risa cruel reflejada en el rostro de Aurora, un comentario desafortunado que busca el absurdo lucimiento de la embriaguez, una mirada cómplice a otro que no es él, a otro que no es él, a otro que no es él…con el que era su compañero de trabajo, su amigo, acabó por desbordarlo; datos que anegan crueles su consciencia.

Ahora, frente a la ventanilla del tren, ha comenzado a colocar todos esos recuerdos abyectos, uno tras otro, y su propio puzzle ha terminado de cobrar forma.El cristal empañado sirve como base sobre la que ir completándolo, la lluvia fina lo enmarca. Puede ver la cara de la certeza, que le sonríe cruel y que muestra con su gesto que hasta este instante había estado huyendo de la evidencia.

Como una señal del cielo, suena el teléfono móvil y en la pantalla luminosa aparece el nombre de Aurora, que parpadea rítmico y sin emoción. Ricardo contesta con su voz apocada, apenas audible:

-¿Sí?

-¿Cariño?... no me esperes hoy a cenar que me ha surgido una reunión en el trabajo.

-¿Otra?... vale, no te preocupes

-Acuérdate de dar de cenar a los niños, puedes prepararles unos huevos fritos con patatas, que hace mucho que no los comen y a ti te salen de maravilla- y ríe hueca .

-Eso esta hecho, cielo, ya me encargo yo, tú levanta España.

-Bueno, casi seguro que llegaré tarde así que no hace falta que me esperes despierto.

-Vale, chao

-Chao

Son las nueve de la mañana y todo sigue igual que siempre… recorrido inquebrantable de rutina implacable.