jueves, 31 de marzo de 2011

Así se escribe la historia

Creo firmemente que la confianza es un valor inexistente. Quiero decir que como concepto está bien y eso pero… ¿Quién coño es capaz de confiar en alguien, así, a pies juntillas? Yo, por no ser capaz, ni siquiera soy capaz de hacerlo en mí mismo. Ya sé que decir algo así suena a ser un perdedor y eso pero es que yo tampoco creo en los triunfadores. ¿Quién establece los parámetros del triunfo?, quiero decir, que se puede triunfar por haber ganado mucho dinero y follar con muchas titis y tener un yate y un coche con un montón de caballos y cosas así, pero… ¿de qué sirve eso si te mueres de cáncer a los cuarenta? No sé si me explico… ¿Se puede considerar triunfo morir rico a los cuarenta?

Se preguntarán ustedes a que viene que les cuente todo esto. En realidad ni yo mismo lo sé, es probable que no sea más que un absurdo intento de justificarme pero, oigan, ¿quién coño no se excusa a uno mismo? ¿Quién no ha traicionado alguna vez a un amigo, a un padre, a un hermano, a un Maestro o a un compañero de trabajo, por poner ejemplos de gente cercana, que te puede importar, llegado el caso? Si encuentras ustedes a alguien, díganmelo porque lo propongo de inmediato para la canonización o algo así. Lo que está claro es que, llegada la hora de su muerte, habría que conservar su cadáver momificado en una urna, a la vista de todos, como el de Lenin, con un letrero en la base que dijera: “Este tipo nunca traicionó”. Seguro que como atracción no tendría precio. Ya imagino a gente llegada de todos los extremos del mundo a ver la cara del tipo que nunca traicionó a nadie.

¿Por qué nos cuesta tanto entender que la traición forma parte esencial de nuestra naturaleza? ¿Por qué lo tenemos que ver como un defecto? Vamos, que comprendo el rollo de la convivencia y la sociedad y la teoría de juegos y todas esas cosas que filósofos, científicos y eruditos ocasionales gustan de decir cuando buscan una explicación que justifique como somos (¿No les dije que siempre andábamos buscando excusas?) pero, oigan, sin que ello signifique negar nuestros más bajos instintos, que los tenemos y que los denominamos bajos, supongo que porque entendemos que hay otros que son altos… e inexistentes, como sucede con la lealtad.

Cuando yo me suicidé no sabía nada de esto, de lo contrario ni se me habría pasado por la cabeza semejante majadería. Lo he aprendido con el curso de los años. A mí se me catalogó como traidor y ya casi nadie quiso saber nada de mí, solo lo justo para vilipendiarme. Pocos fueron los que se interesaron por mi figura y lo que representé hasta que decidí extender las manos, coger las trece monedas y señalar el lugar en el que debían buscar. Pero ¿qué me dicen de Pedro, que negó tres veces, todo por salvar su culo? A él no se le recuerda por ser un miserable traidor ni nada de eso. Quizás sea que yo cometí la majadería de suicidarme (quizás, en realidad, lo hice porque era mejor persona que Pedro y sentí remordimientos) y que él fundó la iglesia católica. No sé, puede que si yo no me hubiese colgado de un árbol y, en vez de ello, hubiese corrido a llorar al lado del Maestro la historia hubiese sido distinta. ¿Quién sabe? Al fin y al cabo Él era magnánimo.

Pero está claro que si algo de eso hubiese sucedido yo no hubiera llegado a conocer a Lucifer, que es un tipo con las ideas claras, que vive acorde a lo que es y a su verdadera naturaleza.

viernes, 11 de marzo de 2011

Justo en ese preciso momento

Conan está prosperando, es indudable. Una amplia sonrisa se ha instalado en su cara desde que comenzaron aparecer los primeros invitados. Es todo cordialidad con cada uno de ellos. Los recibe con un fuerte apretón de manos, apenas atraviesan el umbral de la casa, cambia alguna que otra trivialidad y les señala el amplio salón adyacente en donde una tropa de camareros perfectamente uniformados circula entre los invitados portando bandejas repletas de bebidas y canapés.

Lucio observa la escena, sentado en un sofá de orejas blanco marfil. Fuma un pitillo y una débil sonrisa de incredulidad aflora en su rostro detrás de cada calada. Le había costado localizar a aquel hijo de perra pero ahí lo tenía, presa del azar de las circunstancias y de su vanidad: La circunstancia de que alguien del clan de los Minuesa se hallase en Barcelona haciendo negocios hace tan solo un par de semanas. La vanidad de alguien, que siempre tuvo la precaución de no destacar pero que cuando, ya casi en la cumbre, decidió inaugurar el que se antojaba como mejor puticlub de todo Barcelona y aledaños, sucumbió a la tentación de hacer una entrevista para una televisión local. El azar de que la televisión de la cafetería en dónde Raúl Minuesa desayunaba de buena mañana un pincho de tortilla estuviera encendida y el dichoso canal local sintonizado.

Conan no ha reconocido a Lucio cuando al franquear la puerta le ha estrechado la mano; aunque sí ha fingido conocerle, el muy hijo de puta. Qué arte tiene el tipo. Hasta Lucio ha dudado durante un instante si podría haberle llegado a reconocer. Pero no. Ha pasado demasiado tiempo y, además, Lucio no era más que un crío cuando Conan desapareció del barrio, justo el día después que Manu Minuesa apareciera apuñalado e inerte en la cuneta del camino de tierra que conducía a su chabola. No era más que un yonqui desgraciado y sin remedio pero era de la de la familia y la familia no puede permitir que ninguno de los suyos muera como un perro y mucho menos a manos de un enclenque que se dedicaba a chulear a cuatro furcias y a pasar jaco a lo más tirado de Pan Bendito. Eso no. Es probable que se lo mereciera pero ¿A quién coño le importa eso si se apellida Minuesa?

Ahora ya nadie le llama Conan, ese absurdo apodo que se ganó por ser un fanático del personaje de Robert E. Howard, nada que ver con su aspecto enclenque y desgarbado. Casi se podría decir que resultaba cómico llamarle así. Una de esas chanzas de barrio que uno no pude sacudirse por mucho que lo intente porque es lo que hay. De repente todo el mundo te conoce por tu apodo, por muy ridículo que éste resulte, y ya solo tu madre parece acordarse de tu verdadero nombre. Ahora atiende al nombre de Luis Sifré y finge ser alguien que no es y que nunca será por mucho que se empeñe en ello, por mucho dinero que dedique a tomar clases de protocolo y dicción.

--No existen My Fairs Ladies en Pan Bendito, amigo Conan-- piensa Lucio mientras apaga el cigarrillo en un recargado cenicero de pie al lado del sofá de orejas

*****

La fiesta ha sido un éxito. Y ahí está Conan. Tumbado sobre el raso rojo de una cama con forma de corazón esperando que Olga, la mejor de todas las putas que componen la extensa plantilla del burdel que acaba de inaugurar, sirva dos copas de champagne cristal, bebida de zares, y termine de preparar un buen par de rayas.

Ya comienza a sentir la excitación en forma de rítmica pulsión en la punta de su pene. Nota como el miembro se despereza dentro de los calzoncillos mientras él piensa en una aspiración profunda de farlopa, seguido del sabor amargo del cristal, un pitillo y Olga chupándosela como solo ella sabe hacerlo, despacito y con mucho amor. Y su perfecto culo en pompa reflejado en el espejo del techo, elemento indispensable en toda suite de puticlub que se precie.

Y mientras observa en el espejo el brillo del éxito y la farlopa reflejado en su pupila no se percata del zumbido que acaba de desparramar los sesos de Olga sobre la blanca alfombra de alpaca, al otro lado de la habitación.

--Olga, cariño, ¿te queda mucho?

--Los Minuesa todavía se acuerdan de ti—Le dice lucio plantado frente a la cama – y tú sigues siendo un hortera, Conan.

A Conan no le da tiempo a decir nada. Solo a estirar la mano y ponerla frente a su cara. Una bala atraviesa la palma y se le incrusta en el cráneo. En el espejo del techo se refleja una negra sombra que desaparece y después el gesto, tan atónito como inerte, de que aquel que no puede creerse que eso le pueda estar sucediendo a él. Justo en ese preciso momento.