domingo, 30 de diciembre de 2007

El infame que clama en mis adentros

No sé ustedes, pero yo, tengo un personaje en mi interior que me habla y me distrae de mis quehaceres, pero, no tranquilo con eso, también se permite el lujo de discutir y cuestionar mis deseos, digamos, más inmediatos. Tirando de ánimo imaginativo les pondré el clásico ejemplo: el despertar matutino. Yo clamo por dormir un poco más, pido poco, diez o quince minutos a lo sumo ¿es tanto? Sí. Es una barbaridad, es la diferencia entre llegar a tiempo, o no, a hacer la retahíla tareas que me fueron asignadas por el infame que vive aquí dentro, la pasada noche, justo antes de cortar mi conexión con él.

Paz…Hasta que el muy cabrón reanuda sus retransmisiones con el primer rayo de luz que atravesó por entre las cortinas, antes, mucho antes, de que el despertador sonara. Discutimos, entonces, mostrando ambos los razonamientos más sugerentes, unas veces gana él y otras consigo la retirada onírica, pero, siempre, absolutamente siempre, el infame está ahí, al pie del cañón, infatigable en su perpetua batalla. Pomposamente se autoproclama “La parte racional”. Ja, como si eso existiera más allá de su pobre imaginación. Y, por cierto ¿Parte de qué, de mí? ¿Dónde hay que firmar para que me den de baja?

No sé el de ustedes, pero el mío, como ya he apuntado, anda escaso de imaginación. Casi podría vaticinar, con un mínimo margen de error, cual será su siguiente palabra. Su capacidad de sorpresa es inversamente proporcional al tamaño de su aplastante lógica. Pero llegados a ciertos extremos ¿A quién le importa la lógica? Yo, desde mi espíritu tendente a la falacia y a la rebeldía, que no deja de ser la mejor formula para luchar contra lo inapelable, me encanta desafiar sus preceptos y sus certezas, tocar un poco los huevos y realizar actos que en apariencia, aparecen carentes de sentido pero, que curiosamente, suelen estar plenos de sensibilidad para conmigo mismo porque suelen ser etéreos, desintoxicantes, desatascantes, magnánimos pero, sobre todo, liberadores. Queda el infame, por esos momentos que pueden ser minutos u horas, relegado a la prisión de la lógica idiota, que también existe, como queda patente en esos instantes.

Luego viene el cantar de la culpa. Retorna el infame con el hacha de guerra en todo lo alto dispuesto a recobrar todo el tiempo perdido. Debo confesar, que últimamente, en realidad casi siempre, el tipo este que en un famoso cuento adoptó aspecto de grillo resabido y repelente (¿por qué será?), habla y habla sin que servidor le preste más atención de la debida. Se tienen que encender todas las luces de alarma, sonar implacables las sirenas, para que pase a desatascar mis oídos cansados y tome en consideración sus, casi siempre, sabios consejos.

Todo esto me lleva a ser como soy, un tipo despistado que ha aprendido casi todo lo que sabe por medio de la empírica. Incapaz he sido, a pesar de los años transcurridos desde mi alumbramiento como ser que piensa, de tomar las debidas precauciones antes de darme un ostión. Así ando, de ostión en ostión, aprendiendo los misterios de mi vida, que es mía y por eso hago con ella lo que me da la gana, escalando, como muy acertadamente dice mi padre, por el lado más arriesgado y complicado, esta montaña que es mi dualidad.

Y el infame señala las veredas de paz y tranquilidad, pero a mí se me antojan un coñazo. Además, ya me he comprado un casco. Sirve para amortiguar los golpes y la voz de este tipo que clama en mis adentros.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Soy esnob





Sucede a menudo que descubres un grupo, un cantante, que poca gente conoce y esto, en mi caso, suele tratarse de un valor añadido. Este extremo, es de por sí, una gilipollez lo reconozco, una marca de elitismo absurdo que tiene poca razón de ser pero que, sin duda, en mi caso, no me queda más remedio que reconócerlo, es.
Sucede que cuando estos grupos o cantantes, ganan como se merecen, el olimpo de la masiva fama, parecen descender escalones y experimento una necesidad de sacarles punta, en algunos casos inmerecida, tildándoles de haberse tornado excesivamente comerciales, haberse vendido al vil metal, abandonando en el camino esa crisálida de pureza artística que es el semi anonimato underground. Es un esnobismo que trato de evitar y buena prueba de ello es la pública confesión.
Lo cierto y verdad es que no hay cosa que más le joda a un músico que le digan que su último trabajo no es el mejor, porque generalmente han puesto la misma ilusión en su realización como la que puso en el anterior y para él es como un hijo recién parido, pulcro y sin defectos. Siempre hay un estímulo dentro que, si es un auténtico músico, le lleva a intentar mejorar en cada trabajo.
A modo de expiación por mis pecados de esnob dejo un par de temas de Fito Cabrales, un tipo que hace una música muy a tener en cuenta, que tiene un directo muy potente y que comencé a criticar por estimar que se repite como el ajo; y que ahora, escuchándole, me arrepiento porque lo cierto es que un músico como la copa de un pino.
Ah, y lo siento Fito, sé que “Por la boca vive el pez” es ahora tu niño predilecto, pero tus dos primeros discos son los mejores.





sábado, 22 de diciembre de 2007

Tarde gris

Hoy hace una de esas tardes plomizas en las que el gris se destila a través de la preñez de las nubes suspendidas a media altura, amenazantes hasta la insolencia. El mar se encona y lanza sus aguas hacía el cielo en un intento vano por unirse a él como lo estaban en el principio de los tiempos. Ese principio remoto en el que no existían palabras ni símbolos, en los que el equilibrio de todo el universo se condensaba paradójicamente en algo que muchos eones después un humano denominó como singularidad.

Hoy he estado viendo Million dolar baby, del viejo Clint. Viejo pero que porte tiene el tío. Parece increíble que el tipo que comía perritos calientes mientras disparaba con su magnum45 a incautos cacos que osaron cometer fechorías en sus inmediaciones, sea capaz de expresar tanto en un primer plano. Tanto Million Dolar como Mystic River son películas magistrales; no me cabe ninguna duda de que se convertirán en clásicos imperdurables junto con otros tantos de su carrera como actor y como director. Me fijé ayer en que en ambas hay un plano cenital que marca el punto de inflexión definitivo dentro de la trama. En Mystic river es ese en el que Jimmy accede con sospecha nerviosa al parque donde yace su hija asesinada; una barrera de policías le impide el paso y aquel que fue su amigo en la infancia le ratifica con la mirada que es su hija la que ha sido asesinada. El gesto desgarrado de un padre enloquecido por el dolor, agarrado por media docena de policías y el plano subiendo lentamente. En Million dolar baby sucede justo después de que la pérfida, hasta el punto de que deseas su muerte, Osa blanca golpea a Maggie con traición impotente. Ella cae, se parte el cuello y el plano subiendo lentamente. Ambos planos son escalofriantes no ya sólo por la maestría con que han sido filmados sino por lo que representan para los protagonistas. Jimmy pierde a lo que más quiere en el mundo, al único legado que le quedaba de su difunta esposa, a partir de ese momento el odio invade su mirada y ya nunca nada será lo mismo si bien es capaz de mantener firme el rumbo de su vida. Maggie pierde todo solo unos minutos antes de alcanzar la cima a la que había ascendido con un tesón y una determinación propios solo de elegidos. Es un golpe demoledor para el espectador impaciente por ver el triunfo de alguien que se lo merece más que nadie. Lo sientes como si fuera la misma Osa la que te hubiera golpeado a ti. Eastwood también noquea a traición con un golpe directo, seco y fundido en negro.

Recuerdo una conversación con una vieja amiga que me decía que fue al video club y que como no le apetecía deprimirse en vez de Mystic River, que había oído que era de bajón, mejor había alquilado Million dolar baby… En fin.

Como decía, hoy hacía una de esas tardes plomizas y el viejo Clint ha terminado de rematar la faena.




domingo, 16 de diciembre de 2007

Individuo individual


Recibí este texto por correo electrónico. No me pregunten quien lo escribió, sólo sé que me lo remitió mi vecino el cibernauta. Lo transcribo tal cual.

Soy un individuo individual. No crean ustedes que se trata de una contradicción. Podría ser otra cosa, una pieza más de este puzzle en el que nos encontramos inmersos y que hemos denominado sociedad, un diente más del engranaje que cuando quede desgastado e inútil, será sustituido por otro, sin que apenas nadie lo perciba. Sé que lo mío no es más que una cuestión de percepción, hace ya mucho tiempo que me percaté de ello, que por mucho que yo crea que soy un individuo individual no soy más que otra pieza, ya no trato de huir porque no hay donde, simplemente me resisto a encajar, quiero que mi desgaste sea consciente, sentir el dolor de mis músculos tras el esfuerzo inútil, morir extenuado, luchando por aquello en lo que ya no creo. Sé que habrá muchos que criticaran mi actitud, que la catalogaran como poco solidaria, de antisocial, otros me maldecirán por mi absoluta ignominia, por ser como soy, por parecerles, en realidad, distinto. Yo sé, porque puedo verlo en sus ojos, que aquellos que una vez soñaron lo harán con envidia, pero esos serán los menos porque la mayoría, o nunca supo o ya habrá sepultado el recuerdo de lo que supo bajo cientos de capas de responsabilidades absurdas, de madurez que no es otra cosa que aceptación, o si lo prefieren, rendición. Ya no queda espacio en sus angustiadas vidas para la esperanza, les hablo de la esperanza real, esa que va muriendo poco a poco hasta que un día desaparece y es sustituida entonces por un sucedáneo, que es sombra de lo que fue, un espejismo creado a medida. Deja de ser real para los restos pero seguimos sintiéndola como siente el brazo aquel que un día le fue amputado y ahora sólo tiene una prótesis que simula lo que era. La esperanza impostada que es un calidoscopio en donde se mezclan la desgracia de lo ajeno y la inalcanzable zanahoria en forma de fortuna de unos pocos. Desgracia para sentirse mejor, para saber que se puede estar peor y que no hay nada por lo que quejarse; fortuna irreal para pensar que también puede haber algo mejor. Todo en pequeñas dosis, todo a través de ese hipnótico aparatuelo que han conseguido meter en todas y cada una de las casas de este planeta enloquecido. Una de cal y una de arena, cuerpos desmembrados seguidos de futbolistas galácticos que gastan sus fortunas en creerse felices, en maquillar sus existencias, en construir su particular escaparate de felicidad artificial, para que el resto de los mortales crean que hay algo más aparte de levantarse todos los días, trabajar, pagar créditos, consumir, comer, mear, cagar y fornicar. Esperanza impostada.

No sueño con mundos mejores, no creo en las verdades de los otros, el animal que somos teje su tela de araña dentro de otra que no alcanza a percibir. Los veo sentados (y me veo a mí) frente a sus televisores soñando con mundos mejores, horrorizados y aliviados a partes iguales ante crueles escenas de realidades ajenas o, quizás, no tanto. Encerrados en sus cubículos, bailando al compás de las imágenes, de los eslóganes, de las bombas y del tintineo del dinero fácil de los concursos y los sorteos, que les transportará lejos de las vidas que llevan, sin darse cuenta que nunca serán lo suficientemente buenas… siempre habrá un foco de insatisfacción, un cabo suelto, un imprevisto. Y mientras tanto devoramos o, mejor dicho, buscamos la eterna insatisfacción en el consumo porque el consumo es un agujero negro en el que todo cabe, capaz de crear cualquier ilusión a la medida de cualquier bolsillo. Capaz de conseguir que gastes más de lo que tienes. Es el cebo, la fórmula perfecta para que todos andemos juntos al compás del pastor, y nos arrastra hasta esa tela de araña imperceptible sobre la que construimos nuestro mundo, inoculados por un veneno llamado madurez, o certeza, o solidaridad, o rectitud, Sea lo que fuere nos paraliza y nos aturde, hasta que un día, sin darnos cuenta, hemos sido devorados. Ya ni siquiera queda espacio para la rebeldía porque hasta esto ha pasado a ser un producto de consumo de masas, una etiqueta, un arquetipo, porque ya hemos constatado, con el paso de nuestra historia, que no conduce a nada, bueno sí, a más de lo mismo. ¿Y qué nos queda? No nos queda nada, sólo decir, de cuando en cuando, a modo de bálsamo para lo que nos queda de alma, gilipolleces del tipo “Soy un individuo individual”.





Publicado en El Termo Impostado

lunes, 10 de diciembre de 2007

Los Hits de mi vida (II)

Comencé a cursar una carrera que no acababa de convencerme así que, después de jugar mucho al mus y estudiar nada o casi nada, decidí que era tiempo de dar nuevos aires a mi existencia despreocupada. Era hora de hacer la mili (sí, yo fui de esos que les tocó en suerte servir a la patria) y quitármela de encima; después cursaría otros estudios, algo sencillo, que me permitiera alternarlo con un trabajo con el que empezar a ganar mis primeros panes. Mi madre no se mostró muy de acuerdo con mi decisión así que me insistió en que visitara un gabinete psicológico, de los llamados conductitas y que parece ser que son los que estaban en boga por aquel entonces. Como soy persona mansa y de escasos recursos a la hora de discutir accedí a visitar aquel templo en el que, cual oráculo, un señor me conduciría por la vereda correcta y me haría recapacitar sobre lo más adecuado para mis intereses, tras escucharme intensamente y cobrar ocho mil pelas por cada hora de su valioso tiempo. Para mi sorpresa (y la de mi madre, sobre todo) al cabo de tres sesiones me dijo que me veía estupendamente y que por favor le comunicara a mi señora madre que quería verla previo pago del importe antes mentado. Al cabo de tres sesiones mi madre renunció a acudir más al oráculo argumentando que para que le dijera lo mismo que, a la postre, ya le venía diciendo mi padre desde hace unos cuantos años, no le parecía ni coherente ni conveniente pagar tan desorbitada cantidad de dinero a un señor al que apenas conocía.

Todo esto viene a colación ya que en el periodo transcurrido entre el inopinado final de mis estudios de técnico en informática y el comienzo de mis gloriosos e improductivos días en el ejercito del aire mediaba un periodo de casi un año que había que ocupar con algo. Había llegado hasta mis manos, a través de un conocido que trabajó allí, la dirección postal de un picadero en Inglaterra. Les envié una carta solicitando abrigo, posta y un pequeño importe semanal a cambio de un puesto como “cuidador de caballos” y aceptaron, también por carta, un par de semanas después: me remitían un número de teléfono al que debía llamar para que pudiese anunciarles que día llegaría y ellos me indicaran el lugar en que me recogerían a mi llegada. Llamé y les indiqué que llegaría a Londres en un par de días. Me comunicaron que una vez en Londres debía llegar hasta la estación Victoria y comprar un billete para el primer tren que saliera hacia lugar llamado Moreton In Marsh. Allí habría alguien esperándome para conducirme hasta mi nuevo lugar de residencia y trabajo, The Vine. No fue así y tuve que llamar desde la misma estación para saber si había algún problema. Lo cierto es que el único problema era que se habían olvidado de mí y de mi llegada. Al cabo de un par de horas apareció por allí, en un todo terreno destartalado, la que resultó ser la dueña y gerente de la granja. Apenas me saludo, casi ni me miró, pues lucía un tremendo cabreo que yo no supe interpretar si era debido a que había tenido que interrumpir algo para venir a buscarme o simplemente que estaba indignada porque nadie se había apercibido del pequeño detalle de mi llegada. Más tarde supe que se trataba de lo primero y es que Jill, así se llamaba, era una mujer de armas tomar: magnífica amazona de rudeza difícilmente superable por ninguno de sus empleados, ex-maridos o caballos.

Resultó ser un trabajo bastante duro con jornadas de diez y doce horas, en el que sólo descansaba un día a la semana. Allí conocí el dolor de manos entre amaneceres limpiando cuadras por entre las piernas de ejemplares de caza de dos metros y purasangres que vivían mejor que el príncipe de Gales, que decir de mí. Mi trabajo consistía en limpiar una cuota de establos establecida, mantener todo aquel lugar en orden, alimentar, duchar y cepillar a los caballos, prepararlos para sus salidas, apilar fardos, trasportar heno y, en definitiva cualquier tarea que pudiera surgir en el tranquilo día a día de un picadero.

Lo cierto es que a pesar de la dureza de las condiciones, no sólo de trabajo, sino de clima y de entorno humano hostil, recuerdo esa época como una de las mejores de mi vida y de mayor aprendizaje personal… aprendí lo duro que puede resultar ganarse el pan con el sudor de la frente pero sobre todo me relacione de una manera directa con un entorno de naturaleza en el que todo parecía estar perfectamente equilibrado. Me resulta imborrable la relación que llegué a alcanzar con muchos de esos caballos a los que cuidaba y con los que me entendía mejor que con muchos de los compañeros de trabajo; cada uno tenía sus manías y una personalidad definida. Los había afines y los había a los que no aguantaba por su arrogancia o simplemente porque ellos no me aguantaban a mí. Hubo algunos que intentaron cocearme en más de una ocasión pero cuando llevas tiempo con ellos aprendes a predecirles, sabes de que humor andan y sobre todo, que si te intentan agredir lo último que tienes que hacer es amedrentarte porque es un animal que huele el miedo mejor que nadie y si te lo huele estás perdido del todo ya que no conseguirás que te respete. Así que antes de estar encima de uno de ellos ya los conocía a todos y ya había experimentado la sensación de tener que trabajar bajo sus patas o de cepillarles la cola, algo que requería colocarse “a tiro” justo detrás de ellos.

Conseguimos, el resto de curritos venidos de diversas partes del globo, y yo, que se incluyeran entre nuestros “honorarios” unas lecciones de equitación semanales a cargo de Jill, la mejor profesora de todos, muy bestia pero muy buena. Esto resulto muy importante porque aparte de aprender a montar a caballo con bastante pericia, me dio la oportunidad de poder salir un par de horas de vez en cuando a pasear varios caballos por carreteras secundarias jalonadas de bellos paisajes. Los caballos deben ejercitarse todos los días y aunque teníamos una maquina denominada muy propiamente “walker”, una especie jaula circular en la que los caballos daban vueltas y vueltas sin más paisaje que el culo del que tenían enfrente, había veces que convenía sacarlos a pasear de verdad. Cuando ascendí en el rango de escudero a caballero, pude comenzar a salir, solo, por carreteras poco transitadas que atravesaban pueblos anacrónicos en la zona conocida como the Cotswolds, en el condado de Gloucester. Esos paseos se han quedado grabados a fuego en mi torpe memoria; recuerdo que sentía como un vaquero solitario por entre paisajes de verde hiriente; subido a mi caballo, sabiendo como llevarle por donde yo quería que fuera, agarrando en mis manos un manojo de riendas que sujetaban a un par de caballos más y que seguían mi paso. Era como transportarme a una época remota en la que lo único que remitía al tiempo entonces presente era la carretera de duro asfalto, algún coche esporádico y los inevitables postes de alta tensión. Eran momentos de reencuentro con mi esencia en los que me congraciaba con el mundo que, desde mi extraña rebeldía, se había tornado enemigo de un tiempo a aquella parte.

El caso es que los días de libranza, acudía en autobús a Chelteham, la ciudad más cercana. Recuerdo los recorridos leyendo a Hesse que en aquella época me tenía prendido y más que calado, y recuerdo mi primer viaje hasta territorio civilizado con mi primera paga en el bolsillo. Pasee por la ciudad sin rumbo fijo y decidí gastar algunas libras en un walkman y varias cintas “nice price”. Entre ellas se encontraba el “Led Zeppelín II”. El día era plomizo, como tantos días por aquellas latitudes, una fina lluvia mojaba mis cabellos y caminaba cabizbajo y meditabundo. De repente sonó la canción que dejo y enderecé mi cabeza, cruce la mirada con todo aquel que pasaba cerca de mí y esbocé una sonrisa de oreja de oreja que contrastaba notablemente con el ambiente triste que destilaba aquel día de otoño lejos de mi hogar.

Las fotos corresponden a Stanton, el pueblo donde se situaba The Vine



domingo, 9 de diciembre de 2007

Recuperando el tono





Heart in a cage - The strokes

sábado, 8 de diciembre de 2007

Mar Cruel


Ojos que me miran de frente y me hablan de historias terribles tras de ellos, tan terribles como para haberse atrevido a llegar hasta ese punto en el que un fotógrafo los captó, llenos de miedo ante la inminencia de la muerte, de desesperanza al descubrir que el sueño es de cartón piedra, que ese mar de olas tranquilas que unos días antes se abrió ante ellos, plagado de sueños, brillante de luna llena, templado de verano que comienza, podía fácilmente convertirse en bestia hambrienta, que el sueño de un lugar en donde todo el mundo come a diario y tiene las mejores comodidades, es una celda llena de temores e incomprensión; o una tumba anónima en la que nunca nadie dejará flores. Me viene a la cabeza la noticia de hace unas semanas, quizá meses (¿quién sabe?), en la que diez de esos ojos que ahora existen, que son personas desde el mismo momento en que miraron a través de ese objetivo, se ahogaron a apenas unos metros de la orilla cuando se tiraron al agua pensando que ya habían llegado a tierra. Se ahogaron con el sueño todavía intacto, aún excitado en sus anhelos, dibujado ante sus ojos a tan sólo unas decenas de metros, con olas rompiendo sobre su orilla.

****

Hace unos días me llegó una presentación por mail. No una de tantas que llegan cada día a lomos del correo electrónico… puede que para otros sea una más pero no lo fue para mí. Con una esplendida canción interpretada por Moby y Amaral al fondo, prologadas y culminadas con textos de Bennedeti, se reprodujeron ante mis ojos fotos de desesperación y desgarro infinitos. Correspondía a una colección que fue expuesta bajo el título, Nos queda la palabra, aunque en realidad debiera llamarse sobran las palabras, lo que sucede es que a la fotografía les acompañan textos de escritores y periodistas que, en mi humilde opinión, son del todo prescindibles.

Mirando esas fotos, me he dado cuenta de que esta madurez de la que últimamente hago gala con dudoso honor, que este acopio de responsabilidades al que me he sometido y que se ha convertido, de manera paulatina, en rutina de vida, me ha ido carcomiendo la sensibilidad; que he ido poniendo escudos para defenderme de las amargas dosis de realidad a la que soy sometido cada día, desde todos los frentes, desde por la mañana hasta caída la noche. En mi ineludible (no sé por qué) tarea de de informarme a diario, ancestral necesidad que he mamado desde los tiempos de mi infancia, me he ido acostumbrando a cuerpos desmembrados y sufrimiento ajeno, a poner una distancia sideral entre los problemas de los demás y los míos propios. Me he ido escudando en mi rutina, en mis propias preocupaciones, y doy por sentado el mundo tal y como está concebido así desde mucho antes de que yo pisara por primera vez el suelo bajo mis pies; y que nada, o casi nada, puedo hacer yo para cambiar los designios de la naturaleza en su conjunto. Cada día estoy más convencido de que lo mejor que puedo hacer es tratar de modificar mi entorno más cercano y hacerlo habitable y sereno para mí y los míos. Rompe frontalmente con los sueños de adolescencia en los que aún creía que frente a la injusticia se oponía una justicia posible y ciega, como se la supone, como debe de ser. Lo que sucede es que pocas son como debieran ser y que en función de la perspectiva una misma cosa puede adoptar múltiples verdades o mentiras. He ido poco a poco introduciendo matices en mi vida hasta diluir lo que consideraba verdad incontestable y finalmente hacer mía la que más me conviene, la que me hace sufrir menos. Eso no quiere decir que no contemple todas las posibles… es que he aprendido que da lo mismo e intento sufrir lo menos posible.

Eso no me impide, a veces, cada vez menos, pararme de vez en cuando a reflexionar, mirar a unos ojos como los que me trajo una presentación a través de mi e mail, y sufrir con ellos, darme cuenta por unos minutos, una vez más, de que este mundo es una mierda pinchada en un palo, que no hay esperanza más allá del horizonte. Y luego corro a refugiarme en mi rutina anónima, a la seguridad de lo mío, a mis preocupaciones.

Puede que todo esto que cuento suene insensible, de hecho lo es, son esas capas que me han ido creciendo, pero yo les animo a que miren hacia dentro y se pregunten si no los pasa a ustedes lo mismo, si no sucede, como en el poema de Bennedeti con el que culmina la presentación, y que nos señala a todos acusadoramente. ¿Será esa la verdad sin matices?

****

Si cuarentamil niños sucumben diariamente
en el purgatorio del hambre y de la sed
si la tortura de los pobres cuerpos
envilece una a una las almas
y si el poder se ufana de sus cuarentenas
o si los pobres de solemnidad
son cada vez menos solemnes y más pobres
ya es bastante grave
que un solo hombre
o una sola mujer
contemplen distraídos el horizonte neutro

pero en cambio es atroz
sencillamente atroz
si es la humanidad
la que se encoge de hombros.

Mario Benedetti

Publicado en El Termo Impostado

jueves, 6 de diciembre de 2007

I`m listening

Hace tiempo que no encuentro esos momentos en los que una mañana me levanto y todo parece encajar, cada cosa en su lugar y yo en perfecta sincronía con mi mundo, que es mío y de los míos y de nadie más. ¿O quizás debiera decir que hace tiempo que esos momentos no dan conmigo?. Los echo de menos. Todo transcurre a demasiada velocidad. La vida se condensa en apenas unas décimas de segundo. Y me pregunto que debo hacer para que acudan a mi rescate, para que se tornen de nuevo, aunque sólo sea por un instante efímero, en tabla de salvación en este mar salvaje que es mi vida colapsada de nimiedades, de olas que se hicieron enormes sin darme tiempo a batirme en retirada hacia aguas más tranquilas . Y me pregunto quién tendrá la respuesta... porque estoy escuchando.








What do you want me to do

I've tried to do things my own way
I've tried to do what people say
And I'm going nowhere fast
and I'm turning to you at last

What do you want me to do?
What do you want me to do?
What do you want me to do Lord?

I can see the lights of home
but I can't get there on my own
I can see the landing strip
but I need you to steer my ship

What do you want me to do?
What do you want me to do?
What do you want me to do Lord?

I've been a foll and I've been a clown
I let the enemy turn me around
I've wasted love and I've wasted time
I've been rpoud and I've been blind

What do you want me to do?
What do you want me to do?
What do you want me to do Lord?

I've got a lot of things to change
a whole man to rearrange
And if you show me how
I'll begin right now

What do you want me to do?
What do you want me to do?
What do you want me to do Lord?

I'm listening...

The Waterboys

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Capitulo IV

Julia no podía desprenderse de esa sensación que se tiene cuando uno nota que lo miran con insistencia. A pesar de ello, a pesar de que notaba como la mirada de aquel extraño penetraba a través de las páginas del libro tras el que se escudaba, que leía sin leer, no levanto su mirada hasta que encontró a Lucio de pie frente a ella,

-Buenas noches. ¿Le importa que me siente aquí?

Julia le miró con una expresión a medio camino entre el escalofrío y la sorpresa
-¿Perdón?

-Disculpe mi osadía, no suelo hacer este tipo de cosas pero la estaba observando y no he podido evitar fijarme en el libro que lee. Es interesante.- Lucio utilizó aquella mentira para que resultase más creíble su particular asalto. Lo que le había impulsado a acercarse hasta ella era su mirada perturbadora, sus ojos casi transparentes que en apenas esas décimas de segundo le habían transmitido tanto dolor como el que él había sufrido e infligido.

-Si, sí lo es- contestó escueta, con cierto nerviosismo y sin demasiada precisión en sus palabras.

-¿Le importa que me siente?

-No, no, adelante- Julia no sabía muy bien como reaccionar ante aquella inesperada situación pero decidió no amedrentarse. Estaba segura, aunque no sabía por qué, que aquel tipo era capaz de oler el miedo a un kilómetro de distancia y no quiso dar muestras de inseguridad.

Lucio se sentó y quedó con su mirada de tiburón fija en las páginas del libro -¿Cree usted que la inmortalidad sólo se alcanza a través de la pervivencia en el recuerdo de los otros, de los que todavía viven?- Terminó la frase con una mirada seca, directa a los ojos de ella.

-No lo sé, quizás nadie lo sepa, el recuerdo es traidor, puede acabar por deformarlo todo.

-Una reflexión interesante. Nunca dejamos de movernos por terrenos subjetivos. En mi trabajo el punto de vista es un elemento fundamental.

Omitió indagar a que se dedicaba a pesar de que aquel tipo había dejado una puerta abierta a la pregunta, o quizás precisamente por ello. Prefirió esquivar los terrenos demasiado personales. No se fiaba de él, había algo en su forma de moverse, de hablar, de mirar que le producía escalofrío. Siempre tuvo un sexto sentido muy agudo y ahora sentía como las sienes le martilleaban con más fuerza que nunca. Continuó con su discurso como si no hubiese oído.
-Se supone que el tiempo es un juez implacable, ¿sabe usted?, pero en realidad es un gran embustero porque todo lo deforma. Nunca podremos saber a ciencia cierta como fueron Mozart o Goethe en su intimidad. Su inmortalidad, como la entiende Kundera, no es más que otra mentira más; si es cierto lo que cuenta en este libro, Goethe era imbécil, midiendo cada acto por no empañar su recuerdo, por mantener su integridad a través del tiempo. Debiera haber sabido que sólo su obra puede alcanzar la inmortalidad porque está indeleble y objetivamente escrita sobre un papel- Julia hablaba con una pasión que a Lucio le parecía casi imposible porque nunca antes la había visto en persona alguna.

-Pero su obra son ellos- Objetó Lucio intentando dar pábulo.

-No necesariamente. Yo prefiero saber lo menos posible de los autores cuya obra admiro precisamente por eso… puede llegar a caerse el mito a poco que se lo propongan. Me he llevado demasiadas decepciones por querer saber demasiado. Son parte de ellos, eso lo concedo
Cayó en la cuenta de que durante demasiado tiempo había guardado las reflexiones para si misma y se sorprendió al sentirse a gusto pudiendo compartirlas con alguien que parecía entender de qué hablaba, a pesar de que todas sus alarmas se habían encendido nada más verlo, o quizás precisamente por ello. Aquello era lo más cerca que había estado nunca de una aventura, como esas que tantas veces soñó a través de las palabras de otros. Lo insólito de la situación le producía una extraña mezcla de sensaciones que no consignaba en el catálogo de su recuerdo, extrañamente excitantes.

Era un recorrido corto, de apenas una hora, el que separaba Mataespesa de la estación de Atocha; el tiempo parecía consumirse a más velocidad de la habitual, comprimía los sentimientos que parecían flotar en el aire, como si un duende los hubiera traído hasta allí y los hubiese soltado para ellos, sólo para ellos y nadie más. Y aquellos dos extraños seguían conversando sobre el libro de Kundera, embebidos ambos, uno de pasión y la otra de aventura descabellada. Ya cerca de Chamartín, Lucio le entregó una de sus tarjetas y la invitó a asistir a alguna de las tertulias que celebraran en su casa. “Lucio Cortés, Anticuario”, rezaba.
-Me encantaría poder continuar con esta conversación, se lo aseguro, pero el trabajo me llama -esbozó una sonrisa ladeada y siniestra- Le ruego que me llame. Mi nombre es Lucio Cortés, para servirla. ¿El suyo?

-Julia…-Dudó si dar su apellido, pero casi se sintió obligada, así que lo inventó- Julia Somerset
De repente se vio mintiendo, poniéndose a si misma un apellido novelesco que quizás pudiera darle más enjundia y misterio a los ojos de aquel personaje que parecía sacado de una novela negra y que ahora veía alejarse con paso decidido por el pasillo de aquel tren de cercanías, enfundado en su largo abrigo y ajustándose los guantes de piel con gesto de matón de película. Estaba segura de que le llamaría.

****

Unos vagones más allá alguien pudo oír, según declaró poco después a la policía, algunos ruegos murmurados, un par de zumbidos como de insecto, el seco crujir de un cuerpo contra el suelo y una sombra deslizándose por entre la oscuridad de un andén desierto.

Julia caminaba entonces camino de una oficina en la castellana, embriagada de aventura, con una tarjeta entre sus manos y una sonrisa colonizando todo su rostro, a pesar de que el frío luchaba por ser el único protagonista de aquella madrugada invernal.

lunes, 3 de diciembre de 2007

El universo sobre mí - Amaral



Unas ponen triste... otras alegran el alma

domingo, 2 de diciembre de 2007

Gregory Colbert - Ashes and snow










Shadow - Nusrat Fateh Ali Khan

sábado, 1 de diciembre de 2007

Siempre supe que te quise



Sutil y evocadora la llama se contonea, dibujando, tenue rojiza, la forma inconstante de tu cuerpo de fuego. Viene a mi recuerdo en conjunción perfecta con aquel que fue el mío, memoria de nuestros pliegues, de cada surco paciente, cóncavo o convexo, armonía singular. Como la de esa hipnótica llama que me transmuta hasta aquello que fuimos, antes, mucho antes, de que encendiera esta vela -luz de fantasmas apocalípticos- que alumbra tu cuerpo inerte y -sí- de que se empeñara con su palidez en traernos hasta aquí, tal como éramos, en los mejores días de aquel esplendor que fue nuestro. Eres tan bella.







She is so beautiful
I've got no words to describe
The way she makes me feel inside
I'm flying solo
As free as light as a bird
yet I could lay my wings down in a moment
To guard and comfort her

She is so beautiful
light-filled, loving and wise
Laughter dancing in her eyes
all my road is before me
And I never did plan on a wife
yet she's the most beatiful soul
I ever have met in this life

For she is like a song
she is like a ray of light
She is like children pRaying
like harps and bells and cymbals playing
And she is like a wind
moving, soothing, bringing joy
And here am I, destroyed
she is so beautiful
I don't know what I'm going to do when I leave
except grieve


The Waterboys