martes, 30 de septiembre de 2008

Dos hermanas

(…)

-¿Y como es que este último también te pegaba?

-Que se yo… los celos, supongo… nunca me lo decía… resultaba tan difícil hablar con él.

-Así que como no sabía hablar se dedicaba a hostiarte sin más explicación… encaja con el resto de mandriles de tu colección, entonces. No sé por qué me sorprendo…

-Cuando te enamoras se te anulan el resto de los sentidos, Feli, te lo digo yo… sólo te queda el de querer, aunque, estrictamente, no sea un sentido… pero es que es lo único que tiene sentido y te agarras… luego llega el día en que los recuperas todos de un golpe… –Juana da una calada al cigarro mientras hace un movimiento brusco con la mano, simulando un golpe contra su mandíbula- …tacto, olfato, vista, oído y gusto… o más bien el mal gusto, digo, aunque esto, estrictamente, no sea un sentido…

-No sé, Juana… -Feli sacude la cabeza de un lado a otro, pensativa, con la mirada clavada en el suelo- …tienes muchos pajaritos en la cabeza… siempre has sido una suicida del enamoramiento… típico menda que se le ve conflictivo a media milla, ahí va la Juana como un misil teledirigido… –dicho esto, con la mano extendida Feli parece recobrar el hilo y comienza a animarse- … aférrate al mal gusto, ¡coño!, déjate de cachitas tabernarios y búscate uno que no le vayan los líos… mírame a mí… mira a Paco… allí en la barra con su mejor amigo: el cubata… mira la cara de gilipollas que se le queda al pobre viendo a su madriz… es un animal de bellota, típico representante de una especie casi eterna: el tonto del culo… lo único que ha leído en su vida son los temarios de una oposición que aprobó de coña, y no enteros… mira que cara de funcionario tiene… y es feliz… ¿le ves pinta de dar problemas?... ¿crees que me importa que no exista ni chispa, ni celos?… ni un carajo, querida, que le den morcilla a todo lo que tenga que ver con la pasión.

-No me extraña que no te importe Paco, no tiene nada interesante… lo has definido a la perfección… además, y por añadir algo más, seguro que se va de putas cada vez que tiene oportunidad.

-Chst… con el Paco me meto yo que para eso es mío… tú a callar que ya tienes bastante con lo tuyo y con que no ponga el grito en el cielo porque estás aquí… otra vez… pero es que me parece que no me has captado… es que si se va de putas también me importa un carajo… y además, mejor eso que utilicen mi cara de puching ball sin darme mayor explicación.

-Lo tuyo es un coñazo…

-Es que a los cuarenta prácticamente todo es un coñazo.

-Yo me divierto…en serio, me divierto.

-Sí, Juana, sí… todo es superdivertido de la muerte... Tú quieres creer que te diviertes… pero es que lo tuyo es compulsivo y reincidente y eso, por definición, no es divertido… o te falta un hervor, que me lo estoy empezando a plantear seriamente, o eres masoca, que quieres que te diga… es la cuarta vez en cuatro meses que te presentas con la cara como un tomate a que te acoja… joder, Juana, que con Paco y dos niños ya tengo bastante dosis de realidad en mi vida, como apechugar con tu descerebre.

-Siempre has tenido celos de mí, Feli… tu vida es una mierda y lo sabes

-Ya estamos con la milonga de la hermana guapa y amada… y la que ha fracasado en su vida… madura un poco y deja, al menos, de ser tú la que vaya en busca de los problemas… ya te encontrarán ellos sin necesidad de indagar.

-¿Quieres que me vaya?

-No… no te preocupes… de Paco, ya me encargo yo, dormirás en la habitación de la niña.

Juana, con una amplia sonrisa dibujada en su rostro amoratado, abraza a Feli, que trata de quitársela de encima con cara de resignación…

(…)

martes, 23 de septiembre de 2008

Rareza gratificante






jueves, 18 de septiembre de 2008

El último anarca



Hoy es uno de esos días en que lo único que me apetece es coger el mundo y tirarlo a la basura. Como diría Calamaro estoy down violento, down radical. Llevo varios días trabajando un excesivo número de horas, algo que, fundamentalmente, me jode ya que no me gusta en absoluto mi trabajo. En mis ratos libres, cuando el cabreo me sobreviene, me dedico a poner bombas caseras, nada espectacular, muy a la antigua usanza, una olla con clavos y algo de pólvora. Es algo que me desestresa.


Hoy, en El País, me tachan de romántico anarquista radical pero eso es porque no tienen ni puta idea. Hay que hablar. Sesudos analistas de tertulia mañanera o editorial, desguazan hipótesis a cual más ridícula sobre mi persona. Hay que especular. Héroe para unos o vil villano para el resto. Hay que polemizar. Me han bautizado como “el último anarca”, hay que joderse. Eso es criterio.

Será difícil que me echen la zarpa. Sin duda no encajo en ninguno de los perfiles que baraja la policía porque carezco de perfil. Trabajo más horas que el reloj, mi jefe es un hijoputa, como casi todos. Tengo hipoteca, dos hijos y una mujer eternamente cabreada, ya ni pregunto por qué. Consumo: gasto regularmente mi dinero y el que aun no es mío, en todo tipo de objetos absurdos que pienso que me hacen la vida más fácil. Me jode pagar facturas y letras. Me gusta el fútbol y soy de atleti...


...en fin, quitando esto último, no veo nada destacable que pueda sugerir con soy “el último anarca”, héroe para unos y vil villano para el resto.



miércoles, 10 de septiembre de 2008

Sobre Crímenes perfectos (otra de Lucio)

-No hay crímenes perfectos, amigo. Hay policías corruptos o ineptos que no saben ni como atarse el zapato… o hábiles picapleitos conocedores de todos los vericuetos legales. La perfección, como todo lo demás, nace de la imperfección de los otros o se compra…


Lucio, siempre Lucio y su eterna manía de instruir a los muertos.

- No tengo ni idea quien pagará a esos guionistas de series de televisión que alucinan con lo eficientes que son los policías y lo ineptos que somos nosotros, los delincuentes. Porque yo soy un delincuente… supongo que ya te habrás dado cuenta a estas alturas del guión... me dedico a matar a gente. Me pagan por ello. He matado varias docenas, lo llevo haciendo desde que era un adolescente y ¿quieres saber la verdad, ahora que la gran verdad te acecha?... nunca han encontrado ni una sola prueba que me incrimine en ninguno de mis múltiples delitos. No es que sea especialmente cuidadoso… tampoco doy facilidades, no nos engañemos, pero sólo me han investigado en un par de ocasiones y resultó fácil convencerles para que miraran en otra dirección.

Lucio aspira hondamente el cigarrillo y continua su monólogo. mientras exhala el humo. El tipo en el suelo, atado y quejumbroso, trata de emitir algún sonido pero tan sólo acierta a lloriquear.

-Te voy a contar que pasará dentro de unas semanas, quizás con suerte unos días, cuando alguien encuentre tu cadáver tumefacto en este paraje tan hermoso: Serán un par de excursionistas que aterrorizados llamarán al 112 y vendrán un par de guardias civiles del cuerpo rural, de esos que van en moto, que plagaran todo el escenario de sus huellas, eso si no ha venido antes algún animal de rapiña a nutrirse de tu carne, cosa harto probable. Luego vendrá alguien de la policía judicial, puteado por haber tenido que desplazarse hasta el quinto coño en pleno invierno con un frío de tres pares… y que lo único que tiene en su cabeza es acabar rapidito y volver a su oficina, que tiene calefacción. Después le tocará el turno a un juez de pueblo que los únicos cadáveres que levanta son los de ancianos a los que sorprendió un infarto mientras tomaban el sol en la plaza.

Lucio termina su cigarro y se prepara con ritual alevosía: tirar el cigarrillo, ponerse los guantes, sacar la Beretta y pasarla ante los ojos del infeliz.

-Te llevarán al tanatorio donde un forense no tardará más de cinco minutos en averiguar la causa de tu muerte… los hay muy tontos pero todos saben reconocer un tiro en mitad de la frente, por muy deteriorado que te encuentres… Al cabo de unos días te identificaran y comprobarán que no eres más que un camello de tercera fila que a nadie importa y tu expediente quedará sepultado per secula seculorum en el archivo de un pueblo de mala muerte: ajuste de cuentas, se titulara tu epitafio. Ya sé que no es perfecto, amigo… pero es lo que hay. En fin…

El viento arrecia y las hojas, secas y doradas, se arremolinan por entre el sotobosque y los pies de Lucio. El sonido de la detonación se pierde en la inmensidad del bosque, sin siquiera un mísero eco que lo denuncie. Cesan los gemidos y aparece el ruido de un motor al encenderse, ruedas que patinan sobre el barro y los primeros acordes de un blues. La noche viene fría y húmeda, y ha comenzado a posarse sobre la Sierra de Gredos.

lunes, 8 de septiembre de 2008

La mamma morta

El móvil para asesinar a Mercedes, Merce, Merceditas, era simple: la odiaba. Odiaba hasta su tuétano. Explicar las razones de tanta inquina -por ambas partes- y de cómo llegamos a tal grado de perversidad no viene al caso; baste decir que quince años de convivencia nos convirtieron a ambos en deleznables seres sin escrúpulos capaces de hacer casi cualquier cosa con tal de hacer la vida imposible al otro y que al final fui yo quien ganó la partida.

Nunca he pecado de avaricioso así que no me preocupé de comprobar que beneficio obtendría de la muerte de aquella víbora. Sería suficiente con saber que desapareciera para siempre sin que quedaran sombras de sospechas revoloteando sobre mi cabeza, algún cabo suelto que algún investigador pudiera seguir. Suscribir un nuevo seguro de vida a su nombre, cambiar nuestro estatus de separación de bienes al de compartidos o una consulta a nuestro notario por si hubiera cambiado su testamento en algún sentido durante los últimos años no sólo hubiese despertado sus sospechas sino que, a posteriori, habría supuesto dirigir los focos de la investigación hacia mi persona. Así que no hice nada de eso. En realidad no hice nada distinto a lo que cotidianamente venía realizando por aquel entonces: servirla.

La razón de estas líneas es dejar constancia de cómo sucedió todo, de cómo conseguí matar a mi mujer y salir indemne. En realidad está carta quedará consignada a buen recaudo hasta el día en que yo muera, en que será enviada a las redacciones de varios periódicos de tirada nacional. Debo contarlo porque, de morir conmigo, mi victoria carecería de sentido. Quiero que quede claro que mi conciencia está tranquila; siempre he considerado aquel hecho como la única salida a una vida de desgracia ya que dejarla me resultaba imposible y vivir con ella era un infierno.

Además está el asunto del orgullo, de haber sabido burlar a la ley y a esa mala pécora que era mi mujer, el simple placer que produce narrar la victoria, y la satisfacción que experimento al poder exhibir públicamente el infinito ridículo de las circunstancias que rodearon la muerte de aquella prima donna, a la que todo el mundo adoraba y que fue encaramada al altar de los inmortales el mismo día de su óbito.

Mercedes era una gran soprano. Además era bella y poseía un innegable atractivo. Nadie podía resistirse a su talento y pronto alcanzó las más altas cotas de fama y reconocimiento. Pero en su vida privada, como buena diva, era caprichosa y mezquina. Yo había dejado de importarle hacía mucho tiempo y sólo permanecía a mi lado, legalmente casada, por una cuestión de imagen y porque yo era el único que sabía satisfacer sus excentricidades con eficiencia de mayordomo británico. Eso no impedía que siempre que tenía oportunidad me hiciera sentir como un mísero gusano. Disfrutaba ridiculizándome en público, fuera ante el servicio, personalidades o allegados. Daba igual… yo no era más que un perro fiel al que podía apalear sin contemplaciones.

Pero yo era un perro que conocía sus secretos más íntimos, sus pequeñas manías y vicios. Durante mucho tiempo barajé la posibilidad de editar unas memorias en donde aparecieran reflejadas todas sus miserias, la verdadera faz de una arpía enferma. Pero se adelantó a mis intenciones y me obligó a firmar un leonino contrato de confidencialidad. No me quedó más remedio pues de lo contrario hubiera acabado de patitas en la calle, sin saber donde ir ni nada que llevarme a la boca.

La vida, en cualquier caso, es muy traidora y fue una de esos vicios –el más vergonzante de todos- el que me ilumino la puerta de salida: Mercedes, Merce, Merceditas tenía la manía persistente de hurgarse la nariz y eso, a la postre, fue su perdición. Lo hacía sin contención ni recato: comenzaba masajeándose las aletillas para a continuación introducir un dedo –índice o meñique, dependía de la dificultad del moco- como una sonda a la busca de tesoros escondidos. Aquel instinto, clara herencia de nuestros ancestros los monos, se volvía irreprimible cuando se detenía en algún semáforo o en mitad de un atasco: extraía un moco, jugaba con él, lo convertía en pelotilla y lo lanzaba, a través de la ventanilla, en cualquier dirección.

Sus largas uñas eran como catapultas pelotilleras. Se las limaba ella personalmente, con perfecta regularidad, todos los lunes por la noche mientras escuchábamos ópera; generalmente Verdi o Motzart, sus preferidos; recuerdo con claridad diáfana su expresión mientras miraba desde varios ángulos el anverso extendido de su mano: los ojos entornados, orgullosos y fijos en aquellas palas perfectamente esculpidas para un único cometido: sacar los mocos con óptima eficiencia. Las dejaba finísimas en su punta de manera que asemejaban un puñal. Unas semanas antes de perpetrar el asesinato, mientras la Calas acometía la mamma morta -¿no es una señal divina?-, vino la idea a mi cabeza, como un fogonazo. Fue entonces cuando comencé a pergeñar un plan que a la postre resulto ser perfecto.

La noche de autos, volvíamos a la mansión del lago de Como -la misma desde la que escribo- después de uno de sus conciertos de temporada en la Scala. Ella conducía su coche y yo, como era habitual, la seguía en el mío, otra de sus extrañas manías. Dejé que tomara la distancia suficiente y cuando vi como se detenía ante la luz roja del semáforo de acceso a la piazza Duomo, aceleré y estampé el guardabarros de mi todo terreno contra el culo de su elegante Jaguar de colección, ese al que nunca me permitió subir, a dios gracias, vayan ustedes a saber porque extraño mecanismo mental.

Como era de esperar uno de sus dedos -luego supe que era el índice- se encontraba en plena excavación, de manera que cuando sufrió el impacto súbito, aquel puñal que era su afilada uña se le hundió violentamente en el cerebro, produciéndole una muerte instantánea. No la embestí a demasiada velocidad por lo que todo se interpretó como un fatídico accidente fruto de un despiste, como cualquier de los cientos que se suceden cada día en las calles de cualquier ciudad del mundo.

Sé que me juzgarán con dureza cuando todo esto se sepa pero, ¿acaso no fue perfecto?





sábado, 6 de septiembre de 2008

Blues del pescador

Quisiera ser el pescador que se revuelca en el mar, lejos de la tierra firme y de los sueños amargos. Tiro el sedal con dejadez y amor y no encuentro nada, excepto ese cielo estrellado, que me limite. Con la luz sobre mi cabeza y tú en mis brazos


A veces desearía ser el hombre del freno, en un tren que se conduce desbocado que choca sin recato contra el corazón de la tierra, como un cañón a través de la lluvia; Sintiendo a los que duermen y el calor del carbón; atravesando la noche y contando ciudades que parpadean y desaparecen. Con la luz sobre mi cabeza y tú en mis brazos.

Estoy seguro que todas estas cadenas que me atan, que todos los vínculos, por fin van a caer. Y cuando llegue ese día magnifico y fatídico, te cogeré la mano, te montaré en mi tren y seré tu pescador. Con la luz sobre mi cabeza y tú en mis brazos.

Letra original de Mike Scott (The Waterboys) “Fisherman’s blues”. “Adaptación” libre al castellano y foto por el que firma.

La grabación de Fisherman's Blues llevo tanto tiempo y fue el resultado de tantas sesiones y tomas alternativas que, cuando se mudaron de los estudios Windmill de Dublín a Ringsend Road, tuvieron que alquilar un camión para transportar todo el material grabado.




jueves, 4 de septiembre de 2008

El fantasma de mi lugar

Llevo conviviendo con él desde hace más de quince años. Concretamente desde la primera noche que pasé en esta, mi casa, que no siempre fue mía.

Me mudé a este caserón, semi asilado en mitad de la peña de Francia, cerca de un pequeño pueblo llamado La Alberca, en busca de reflexión y pausa. Iban a ser sólo unos meses, de bálsamo contra el estrés, de fuga a lo bucólico, pero este lugar me atrapó y, ante la incomprensión de propios y extraños, ya no he podido regresar a Madrid. He seguido trabajando como consultor freelance pero ya apenas acepto trabajos, ya apenas me llaman; mi teléfono se ha ido apagando poco a poco y confieso que sólo he sentido alivio, cada vez más claro y evidente. Lo poco que gano me permite vivir sin grandes lujos, aunque es cierto que con mucho más, en Madrid, sólo sobrevivía… un sucedáneo para los no iniciados pero ¿quién se lo explica?

Julián –ahora sé que se llamaba así, o ese fue su nombre cuando vivía- aparece cada noche para sentarse en el sofá de mi salón. Se queda horas con la mirada perdida en escenas de un pasado que ya sólo existe para él, sin siquiera reparar en mi presencia. Se marcha al despuntar el alba; sale de la habitación con paso cansado y desaparece entre la oscuridad clareada del amanecer. Lo cierto es que es un fantasma bastante aburrido, no produce desasosiego, ni congela el aire cuando pasea, ni nada parecido a todo aquello que uno se imagina cuando piensa en seres venidos del más allá o que no llegaron a abandonar del todo el más acá.

Hace ya años, al principio de estar aquí, consulté los archivos del municipio para saber de aquellos que habían vivido en mi casa antes que yo. No tuve que remontarme demasiado porque, aunque la casa tenía más de cien años, el inquilino que buscaba había vivido en ella hacía apenas quince. En la hemeroteca pude encontrar su foto en un articulo de prensa local: Julian sonreía satisfecho junto a una enorme calabaza que según rezaba el titular había pesado más de quince kilos. Sin duda era él.

Preguntando aquí y allá averigüé que su vida había transcurrido sin sobresaltos. Fue agricultor, se casó joven, tuvo dos hijos y pocas veces se alejó de su casa. Quisiera poder decir algo más de él pero su existencia fue de lo más vulgar, como lo es su fantasma… un auténtico coñazo.