sábado, 30 de agosto de 2008

Hojas en blanco (simultaneo)

No sé si fue antes o después de que yo tuviera conciencia de que la juventud hacía tiempo de que me había abandonado y que ya había entrado de pleno en esa edad indefinida que transcurre lentamente y en la que pocas cosas tienen ya la capacidad de producir sorpresa. Lo que sí tengo claro es que había pasado con amplitud de los cuarenta y, ahora que lo pienso con más detenimiento, es posible que todavía tuviera cierta conciencia de juventud, como si una parte de mí se negara a admitir que la madurez me había atrapado sin temblar. Como en esa canción de Bob Seger, Agaisnt the wind, que retrata con nostalgia como tuvo y perdió… porque por mucho que nos empeñemos en ir contra el viento todos perdemos con los años. Queremos escudarnos en la experiencia y en las vivencias acumuladas, que quizás parezcan lo mismo pero que no lo son en absoluto. Pero esas vivencias, que uno puede convertir en experiencias mediante la reflexión, ya están vividas, ya están quemadas… páginas desvirgadas, tachadas y reescritas, plagadas de enmiendas y notas al costado. Desde el momento en que la vida escribió sobre ellas ya nunca serán lo mismo.

El amor era para mí un folio demasiado escrito y se me antojaba imposible pensar que alguien pudiera encontrar nuevos espacios en él. Podía fingir, cuando conocía a alguna mujer, que todo aquello me sorprendía, que sentía la pasión, podía engañarme y engañarla durante unos meses -nunca más de tres o cuatro- pero al final el hastío de lo ya vivido, de lo mil veces repetido copaba mi pensamiento y todo acababa por derrumbarse sin remisión. Se trataba de ver cuando llegaría ese momento porque, aunque viviera las situaciones como nuevas, íntimamente sabía que aquello no era más que una impostura. La vida no es más que una repetición de ciclos, una falsa renovación de momentos y de nosotros depende saber si queremos engañarnos o no.

Pero yo no había vivido –ahora, sí, ahora lo sé- el desamor… esa página estaba en blanco, impoluta e inaccesible. No lo estaba para aquellas que en algún punto de su vida compartieron conmigo la levedad de lo efímero, que lo sufrieron como me tocó a mí luego. Por eso me resultaba imposible llegar a comprender que veían de extraño en el final de nuestras historias, que yo estimaba inevitable, como lo es la muerte, como lo es el desamparo.

Paula entró en mi vida, como la madurez, con sigilo, y cuando me quise dar cuenta mis cimientos ya estaban devorados. Era mucho más joven que yo, con miles de páginas de su libro aún por escribir, con mil sufrimientos y alegrías por vivir e infligir. Caminaba por el mundo como si nada de todo aquello que la rodeaba fuera con ella. Era liviana pero su aspecto sólo podía conducir a engaños pues bajo ese cuerpo de apariencia frágil, tras esos ojos claros como un día de verano, había una férrea determinación que yo -incauto de mí- interpreté como inexperiencia.

Maldita fue la hora en que mi página del desamor fue escrita porque, aunque a muchos pudiera parecer que es la única manera de conocer que es el amor realmente, para mí sólo significó que el mundo que redacté nunca fue, que todo lo escrito en mi libro era equivocado, un garabato sin sentido ni razón, ni siquiera corazón.

Esa página en blanco, esa que me salté o que nadie supo emborronar hasta que ella se coló por la puerta de atrás, fue rayada demasiado tarde, cuando ya apenas quedaba tiempo para nada… demasiado tarde.

Maldita Paula… te quiero.

Este post está escrito en consonancia o concorcondancia o simultaneamente con otro que ha escrito LaLuz en su blog (dentro de la iniciativa Simultaneos a la que inevitablemente me prendí)








martes, 19 de agosto de 2008

Ciclos

Llega el momento de poner el cuenta kilómetros a cero, otra vez. Llega el momento de reponer el orden en mi existencia convulsa. El último tramo de carretera ha sido una locura, a bordo de mi bólido, corriendo como un kamikaze, desbocado y sin control... todo aparecía difuminado a mi alrededor... no existía claridad más allá del momento preciso.

Lucecitas de emergencia parpadean en la distancia. No son más que yo mismo que me alarmo de mi mismo. La ruptura de la rutina implacable, aceptada con agrado hace apenas un par de meses, es, otra vez, mi propia trampa... porque al fin, cuando ya he gastado los cartuchos, cuando ya he quemado toda la gasolina, me doy cuenta de que necesito la rutina, que no es otra cosa que orden... porque no sé volar sólo y en libertad... porque cuando la tengo no la sé utilizar como debiera... pero ¿quién sabe?... yo al menos lo intento... de vez en cuando...



Estaba solo y en caída libre, haciéndolo lo mejor posible para no olvidar
¿Qué nos pasa, qué me pasa, que pasa cuando dejo que se deslice?

Me confunden los poderes y olvido nombres y caras.
Los viandantes me miran como si pudieran borrarlos.

Cariño, ¿olvidaste tomarte tus medicinas?

Estaba sólo, paseando por el alfeizar, haciéndolo lo mejor posible para no olvidar
Toda esa diversión, todo ese regocijo y nuestra heroica promesa.

¿Cómo esto nos puede pasar a nosotros, me puede pasar a mí?
Y las consecuencias

Confundido por los árboles y las abejas, olvidando si lo comprendo

Cariño, ¿olvidaste tomarte tus medicinas?

Y el sexo, y las drogas y las complicaciones

Cariño, ¿olvidaste tomarte tus medicinas?

Estaba solo y en caída libre, haciéndolo lo mejor posible para no olvidar