miércoles, 23 de abril de 2008

Uno de esos días

Se ajustó los casquitos con mimo y puso en marcha el reproductor mp3. La música comenzó a sonar y sus brazos empezaron a moverse con la rapidez de costumbre: Picar un diente de ajo, cebolla; rallar una zanahoria, un tomate pelado y picado, orégano, laurel, sal y pimienta. Cocinar un momento. Agregarle unas hebras de azafrán y cocinar a fuego lento diez minutos (…) se movía con la precisión de un samurai entre los fogones de la amplia y moderna cocina. Mientras se aplicaba en una fina salsa de azafrán controlaba que todo discurriera como estaba previsto, cada uno en su lugar, sincronizados como los astros, impidiendo que nada pueda alterar el éxito de aquel momento: si aquel inspector, acodado displicente sobre una de las mesas de su restaurante, quedaba satisfecho, la segunda estrella michelín estaría en el bote. El fracaso no entraba en sus planes pues comenzaban a retumbar sobre sus sienes los primeros compases del bajo de “One of these days”. Aquella canción fue todo un hallazgo, un encuentro inesperado en mitad de un día cualquiera.

Fue durante una clase práctica en la escuela de hostelería; comenzaron a sonar sus acordes a través de aquella vieja radio a la que rara vez prestaba atención, concentrado, como solía estar, en la preparación del plato que el maestro hubiera mandado elaborar aquel día. Pero esta vez las notas fueron en su busca y como hechiceras le envolvieron en un estado de euforia consciente que pareció dar vida a sus manos, que comenzaron a funcionar autónomas y precisas. Aquel día tocaba elaborar un arroz; la receta era libre así que se decantó por un sencillo rissoto con setas. El maestro Gistau le felicitó con entusiasmo febril. Nunca antes le había visto tan satisfecho, ni con él ni con ninguno de sus otros compañeros.

- C’est magnifique monsieur Wan. El arroz es un plato aparentemente sencillo –dijo aquel gurú de su tiempo dirigiéndose al resto de la clase- considerado casi menor, pero… -hizo un pausa dramática- … la perfección en su preparación es patrimonio de sólo algunos pocos. Le felicito monsieur Wan, no sé si será fruto de la casualidad o es que estamos ante un talento hasta ahora escondido… ya veremos.

Tuvieron que pasar algunos meses hasta que volvió a escuchar esos acordes que le sumieron en un estado primigenio e insólito, ese que en una primera ocasión no acertó a catalogar acertadamente pero que luego supo que se trataba del trance del genio, algo inexplicable sólo reservado a aquellos pocos que tuvieron la suerte de encontrar la llave de su cofre; esa que a él se le prestó una tarde cualquiera, a través de una radio destartalada, y que volvió a aparecer, buscándole, mientras compraba discos en una pequeña tienda que había descubierto -por casualidad- cerca de la escuela superior en donde cursaba su último curso de cocina. La tienda estaba enclavada en el Montmartre, a medio camino entre la escuela y su apartamento; entró por primera vez en ella una lluviosa tarde de verano incipiente -o de primavera postrera- en la que había decidido volver dando un paseo y no en metro, como era su costumbre.

Mientras repasaba algunos viejos clásicos del jazz comenzó a sonar -otra vez- en el tocadiscos en el que el propietario de la tienda pinchaba viejas joyas de otros tiempos. Se acercó como un resorte hasta el mostrador y preguntó acerca de la canción. En el tiempo que llevaba acudiendo con regularidad semanal a aquella tienda apenas había cruzado unas cuantas palabras con aquel tipo de aspecto perezoso e indolente, siempre en Babia; la pregunta pareció sacarle del letargo y comenzó a narrar una detallada colección de datos que rodeaban la canción, al álbum y al grupo: nombre, año de publicación, músicos que intervinieron, productor, compositores, arreglistas, rock progresivo y psicodélico, una sóla frase contenida en su interior, anecdotario general del proceso de grabación, algo sobre droga y percepción y algunos apuntes generales de gloriosos tiempos ya pasados. Tras soltar toda la retahíla y regresar -sin transición mediante- a su estado natural, el anacrónico vendedor preguntó entre la pasividad y la retranca:

- ¿Qué pasa tío, que no conoces a los Pink Floyd?... hay que joderse

****

Con el devenir de los tiempos probó otras canciones, buscó hasta en los más profundos lugares otras llaves que abrieran otros cofres en su interior, que le condujesen a estados paralelos, o al menos parecidos, al ya conocido. Se convirtió en un buscador de sabores y músicas. Pero no pudo encontrar nada, ni una sola conjunción de notas que le transportase más allá del puro gozo. En realidad nunca dejó de buscar, pero yo ya les puedo contar que, nunca, durante su larga y exitosa andanza vital, lo halló.

Pulsó el stop y terminó de distribuir la perfecta salsa de azafrán sobre un plato de vieras, armonía de los sentidos. Todo su equipo le miraba con expectación mientras rebañaba la cucharilla entre sus labios con gesto de plena satisfacción. La segunda estaba en el bote.





8 comentarios:

La Mamba dijo...

humm que hambre.

Me he metido por un momento en la cocina y en la expectación del momento. Me estaba preguntando todo el rato. ¿Que tal le saldrá la salsa?

La verdad pocas veces consigues llegar a ese estado de "iluminación" pero cuando lo consigues te crees el creador del universo.

Yo he visto a alguien en ese estado. Su prodigio.... las palabras, salían y salían por su boca mientras yo escribía sin cesar. El resultado fue excepcional.

Mad Hatter dijo...

Esa conexión entre "Pink Floyd" y la cocina queda la mar de psicodélica, sobre todo con setas. Me parece que se le coló algún Psylocibe (je, je).
Cada vez escribes mejor, Coronel ¡Enhorabuena!

Mad Hatter dijo...

Por cierto, veo que tienes dos gatos, creo que te gustará mi última entrada, Coronel felino.

Germánico dijo...

Entre que hace poco vi una peli sobre una entrañable rata cocinera y que el grupo inspirador de tu cocinero es Pink Floyd, me han venido a la mente otros animales, las gallinas, y sus trances inducidos por la música del fluido rosa.

Me encanta el arroz, y más a estas horas. Me voy a comer.

Gi dijo...

Me leí de un tirón el anterior y este post. Me quedé con el alma literaria satisfecha, pero con un hambre que ni te digo!!!! Y aquí son, recién, las 10:22 AM!
Me pasa algo parecido con muchas canciones, logran abrir un cofre, y luego forman parte de mi.
Si se va a ausentar para escribir así, vaya nomás!

Coronel Kurtz dijo...

Mamba: Siempre buena, la salsa, me refiero. ¿Quién será ese tipo del que hablas?... me voy a poner "Selosón"

Hatter: Le debo muchas visitas. No se crea que no le leo, que lo hago. Lo de las alergias y los gatos coménteselo a la Mamba, que es la propietaria de los dos ejemplares que lucen en el blog y que a pesar de sufrir constantes ataques de alergia no renuncia a ellos. Hay gente pa tó.

German: Gracias por los enlaces y por pasar por aquí (cabrito). La peli esa de la rata está francamente...

Luz: Usted tiene muchos cofres abiertos, me temo. Tampoco te sentó a ti mal la ausencia

Besos y abrazos

Isabel chiara dijo...

Tuvo uno de esos días que se abren a la inspiración y el tacto sublime. Pink Floyd tiene temitas que para qué contar, sirven lo mismo para un roto que para un descosío, y siempre te dejan el aroma de una buena salsa. Qué hambre!

Un beso

La Mamba dijo...

Y que no falte esa gente "pa to".

Querido Coronel pensé que por una vez iba usted a traspasar la barrera de la formalidad y a lanzarme un piropo en público.

y que haría yo sin mi Teito y mi Cuchifritina ¿eh?
Porque aquí donde me ven señores estoy muy faltita de cariño o también puede ser que sea un pozo sin fondo como me dice mi Coronel.

Besos culinarios