El día siguiente al segundo encuentro entre Julia y Lucio nevaba sin parar y aquel poblado marginal del extrarradio de Madrid se asemejaba a una tundra de podredumbre. Por entre las veredas de vertidos y chatarra deambulaban yonkis habituales y ocasionales en una extraña romería sin más virgen que la heroína o la santa farlopa. Muchos de ellos habían hecho suya alguna ruina, cualquier cosa que significase mínimo recogimiento, y sin más dilación se inyectaban o fumaban su dosis sin que pareciera importarles demasiado que alguien pudiera reparar en ellos. En realidad nadie lo haría porque a nadie interesaban, cualquiera que tuviera el valor de transitar por allí o se drogaba o vivía de los que se drogaban. Todo quedaba en casa.
Teodoro estaba harto de ese horizonte, su inquieta imaginación dibujo durante años otros paisajes pero hacía algún tiempo que había dejado de imaginar y ya sólo podía pensar en huir. Veía en los yonkis el último eslabón de una cadena demasiado larga, el motor invisible de una economía subterránea y floreciente que alimentaba a fieras suburbiales.
En el centro de operaciones de aquella composición fantasmagórica se arraciman las chabolas formando un núcleo económico que, con los años y la prosperidad del negocio, había ido creciendo y evolucionando, como si de una ciudad paralela se tratase, con sus propias leyes y costumbres, como un parásito inevitable que subsiste mediante una simbiosis perfecta, un equilibrio en el filo de la gran urbe. En todas las casuchas destacan poderosamente las enormes antenas parabólicas y las pesadas rejas cubriendo todos sus posibles accesos. En sus puertas conviven elegantes coches de alta gama con sucios camiones de chatarreros y traperos. El contraste se le antojaba a Teodoro grotesco e insoportable. La nieve caía constante y el tráfico de especias continuaba como cada día, como cada año, como en un enorme mercado en el que la actividad no parece acabar nunca. Ríos de personas encadenadas a su particular rueda de los acontecimientos, que se suceden con total naturalidad, como si todo aquello fuera algo normal.
Tal y como Teodoro supuso, hubo gran chanza entre familia y allegados cuando se enteraron de su percance en el tren. Intentó ocultarlo pero, en cuanto su hermano le presionó un poco, acabó confesando la pifia. Trató, ya nervioso, ya con ese medio tartamudeo que tenía la manía de traicionarle en los momentos más inoportunos, de justificarse diciendo que el olvido de las balas se debió a la falta de costumbre, que él no había matado nunca antes.
-¿Qué fa-fa-fa-fa-alta de co-co-co-costumbre ni que niño muerto?- le increpó con voz enérgica su hermano Miguel entre las risas indisimuladas de todos los primeros espadas de aquel clan vergonzante- ...avé si aprendes a chamuyar como las personas humanas y te dejas de haser el pargo… maricón, que hases que la gente nos mire raro y piensen que tos somos de la misma ralea.
Teodoro no paraba de pensar, apenas escuchaba, se acorazaba en sus pensamientos para no tener que oír otra vez lo mismo… inconexo, absurdo, mediocre: ¿Cómo explicar a semejante animal de bellota nada acerca de la naturaleza humana? ¿Cómo decirle que al único en la tierra al que mataría con gusto es a él, que el resto del mundo nada le había hecho? ¿Cómo hacerle entender que, en realidad, aquel frío día de invierno, meses atrás, en que Lucio atravesó el corazón de su viejo con la bala de un 45, él sólo sintió un reconfortante alivio, ninguna pena? No se sentía culpable por ello porque pensaba que el mundo había ganado mucho más de lo que había perdido con la muerte de su viejo, especialmente el suyo.
Dio media vuelta y encaro la salida mientras oía carcajadas y algunos insultos a su espalda. La voz de Miguel Minuesa se alzó potente entre el murmullo y le atravesó el orgullo, como un último puñal que, por inesperado, si alcanzó su objetivo.
-Sí, nojaté parguela… y si quieres volver por aquí, si quieres el parné no me valen los paripés, sólo dejaré que pases por esa puerta con la chola de ese Lucio en las manos- las voces se mitigaron y animado por la expectación creada se animó con otra de sus gracias–…y, bueno, bizco, que no se sabe si miras pa Cuenca o p’albacete, que no hase farta que traigas la cabesa dil nota, que con qui traigas una prueba de que le has dao mule será suficiente. No se puede pedir más a un calorro como tú… eres una deshonra, padre dibió haberte mandao matar sin darte oportunidad de ná. No vales ni pa tomar por culo.
Escuchó quieto y con la mirada clavada en la puerta, la cabeza ladeada y el oprobio apretando sin compasión dentro de su cráneo, justo a la altura de las sienes. No quiso mirarle más, sentía vergüenza, sólo quería salir de una maldita vez de aquel lugar apestoso para vomitar la rabia y el nervio en la primera esquina que encontrara, fuera ya de la vista de aquella caterva de analfabetos desaseados a los que cada noche deseaba la muerte.
Después de vomitar hasta el alma se quedó sentado en el suelo, sudoroso y con la espalda sobre un muro medio derruido, sollozaba con la cabeza metida entre sus palmas extendidas. Daba la estampa de cualquiera de los cientos de yonkis -paisaje de su infancia- que se podían ver a todas horas, pinchándose desesperados para luego caer, casi de manera instantánea, en el sopor del zombi. Así se sentía él en aquel momento lamentable de su existencia. Quedó quieto sollozando entre nieve sucia, restos de jeringas y papeles de plata abrasados; sintió entonces un fogonazo que fue como salir de su cuerpo para hacerse una fotografía de sí mismo, así como estaba, componiendo aquel cuadro surrealista y patético. Levantó su mirada hacia ninguna parte y notó, como no lo había hecho nunca antes, que la determinación se apoderaba de él y, por unos segundos, cruzo como una ráfaga entre sus pensamientos un boceto del que sería su plan. Entonces una sonrisa acudió dócil hasta sus labios para acabar convirtiéndose en una carcajada, que nadie parecía escuchar pero que a él, le resultó una suerte de liberación instantánea.
1 comentario:
Uy! Qué sería? Qué intriga, Coronel! Nos va a develar la incógnita pronto? Por mi parte, la esperaré.
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