viernes, 18 de septiembre de 2009

Viento del Oeste - El Chanca

Tenía la cara picada por la viruela y un fulgor en los ojos que denotaba viveza de espíritu. En el barrio le conocían como el Chanca, por su larga melena, lisa y negra, siempre en perfecto estado de revista, y lo corto de su estatura, que hacían que se asemejara en su aspecto a los indios precolombinos. Como ya había uno al que apodaban el Inca, hubo algún gracioso, más cultivado de la cuenta, que propuso el Chanca como el mote idóneo para él. Y así se quedó para los restos.

Hasta dónde su conocimiento alcanzaba —nunca se puede poner la mano en el fuego por nadie, ni siquiera por una madre— él era madrileño de pura cepa y no corría por sus venas sangre amerindia. De hecho, ni siquiera supo, hasta unos años después de ser apodado, que hubiera una tribu en la América de antes de Colón, en lo que ahora es conocido como el Perú, que atendiera al nombre de los Chancas.

Estaba orgulloso, no obstante, de ese aspecto siniestro que los genes le habían otorgado y de su apodo porque, si bien ninguna de las dos cosas suponía la tarjeta de presentación idónea para una fiesta chic, sí que lo eran para dar forma a esa imagen al margen de la ley que él le gustaba cultivar.

En el comienzo de sus andanzas delictivas, alternaba el trabajo en la frutería de su padre con el tráfico de cocaína a pequeña escala, para los colegas del barrio. Era como un juego; la mejor de las maneras de financiar su propio vicio. Luego comenzó a frecuentar locales nocturnos de dudosa reputación y fue engrosando, gramo a gramo, su cartera de clientes, lo que le permitió dejar de trabajar en la frutería y dedicarse exclusivamente al tráfico.

Conocer a Carlos, ese pijo atormentado y medio autista, fue lo que le propulso definitivamente al Olimpo de los camellos, de los que hacen servicio a domicilio, sólo atienden a pedidos de mínimo cinco gramos y conducen una moto de gran cilindrada y colores llamativos. Sucedió, casi sin querer, el día en que Carlos probó su género y lo sentenció como la mejor farlopa que había catado su nariz hasta la fecha. A partir de ahí todo fueron beneplácitos y llamadas de amigos, y de colegas y de amigos de amigos… el Olimpo.

Como decía uno de sus mejores amigos, el mismo que le puso el mote, “lo del chanca es marketing del lumpen”. Lo decía porque había sabido sacar un indudable provecho de su aspecto de indio peruano y de su mote; fue aquello, en gran parte, una de las claves de su éxito ya que había hecho creer a todos aquellos pijos ejecutivos, ansiosos de distinción, que su producto era cultivado a los pies del mismísimo Machu Picchu e importado directamente desde ultramar, sin corte que desvirgara su amarillenta pureza. Inventó, no sin tino, un sello de calidad, que imprimía en cada sobre y que avalaba la procedencia del género. La realidad era otra muy distinta: compraba el género a una familia de gitanos, integrada en el famoso clan de los Minuesa, en un poblado chabolista del extrarradio. La farlopa no era para tirar cohetes pero sí lo suficientemente aceptable como para satisfacer la inexperta nariz de su, cada vez más selecta, clientela.

Ahora, mientras se acerca al poblado a recoger su pedido, puede ver a un personaje que no le resulta habitual, que no encaja en la escena. Alto y enfundado en un largo abrigo negro, Lucio espera, fumando un cigarro, con un hombro apoyado sobre el quicio de la puerta de la chabola de os Minuesa. Un escalofrío recorre la columna del Chanca. Ese tipo, de ojos fríos como los de un tiburón hambriento, no deja de mirarle, como si quisiera ensartarlo. Siente el impulso de girar sobre sus talones y regresar en otro momento. Sabe que algo va a pasar: su instinto de barrio no falla y ahora resuena en su interior como la alarma silenciosa de un banco, recorriendo desde la punta de los pies hasta el último de los negros pelos de su larga y cuidada melena. Finalmente decide no achantarse y seguir el paso, como si tal cosa. Al llegar frente al tipo se queda quieto y mira para arriba con gesto interrogante. Con un poco de suerte le franqueará el paso y nada sucederá. Lucio baja los ojos y se encuentra con la mirada viva del Chanca y con su cara picoteada por la viruela. Le rodea los hombros con su brazo, sin decir palabra. Con un leve movimiento de ojos, le hace girar sobre sus talones. Dice Lucio:

—Demos un paseo y… no te preocupes, relájate que se te ve muy tenso, si me dices lo que quiero saber no te pasará nada —la estampa, dada la diferencia de estatura, es un tanto grotesca. Pasean como lo haría un padre con su hijo. Lucio mira al frente mientras habla y deja entrever en su rostro algo parecido a una sonrisa.


—Y qué quieres saber? —El Chanca demuestra con su pregunta que su instinto de supervivencia queda por encima de sus cojones. No tiene curiosidad por saber quien ese tipo ni a que viene que le asalte así. Directo al grano, como le gustan a Lucio los soplones. Le jode perder el tiempo con preámbulos absurdos que sólo conducen a violencia innecesaria.

—Tú eres el que le pasa la farla a Carlos Almenara —Es una afirmación, sin duda. Ni una sola inflexión en su voz que denote dudas.

—Le conozco, sí

—Bien, la próxima vez que te llame, para lo que sea, me llamas y me dices dónde habéis quedado. Luego haces el servicio como si nada pasara ¿Estamos de acuerdo? —Chanca asiente con la cabeza y Lucio continúa hablando—todo irá bien si haces las cosas como te digo. No volverás a saber nada de mí y tú nunca habrás sabido nada de mí.

Chanca asiente de nuevo, en silencio, mientras recoge la tarjeta de visita que Lucio le tiende. En ella puede leer, “Lucio Cortés, Anticuario” y debajo solamente un número de teléfono móvil.

Lucio enciende un pitillo y se aleja sin mirar atrás, pensando que el muchacho tiene la mirada viva. Está seguro de que no fallará, que prefiere traicionar antes que sucumbir.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Tienes pensado ya cómo va a seguir, Kurtz?

Espero intrigada.

Un abrazo.

Kurtz dijo...

Hola Anderea: Tengo una ligera idea, sí. son cuentos escritos para un concurso y han de ceñirse a un tema. el de la semana en que presenté este cuento era "Traidores" y el de la anterior (la primera parte) era "Viento del Este". Así que en cierto modo voy improvisando.

En realidad tengo aparcada una novela sobre el personaje, Lucio. en cuanto tenga el tiempo y la serenidad suficientes la terminaré.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Gracias por tu respuesta.

El Tonto de la Colina dijo...

Encontré tu blog de casualidad, y me gustó la historia del Chanca. Lo que pensé al leerlo es, justamente, lo bien que está puesto el apodo. Al parecer sí conoces algo de la historia de este pueblo, y si no, te comento algunas cosas:
Los chancas eran un feroz pueblo guerrero en lo que hoy es el centro del Perú, del que llegaron a dominar una buena parte. Eran sanguinarios en sus batallas, y se dice que cortaban las cabezas de sus enemigos para conservarlas como trofeos. También llevaban a las batallas las momias de sus reyes muertos para que participaran de la lucha.
La guerra contra los incas fue épica, como la guerra entre Persia y Grecia, como la guerra entre Roma y Cartago, y decidió el destino del Perú. Sitiaron el Cuzco, y en esta situación desesperada surgió el Inca Pachacútec, quien liberó la ciudad y venció a los chancas, conquistándolos. Solo entonces nació el imperio incaico. Los vencidos chancas fueron masacrados. Los restantes fueron deportados en masa a las zonas selváticas y las mujeres de la familia real real convertidas en las concubinas del inca. Entre los que quedaron se conservan aún muchas tradiciones de ese tiempo.
Espero que te guste mi pequeño aporte, hecho a la volada y de memoria.