domingo, 20 de abril de 2008

Muerte de una cabra

Recorro con lentitud las amplias estancias de piedra y madera de la vieja casa familiar, en aquel que un día fue mi pueblo; del que huí con un petate a la espalda y todo el ansia de mi juventud inconsciente preñada de un pensamiento, de una sola idea: Salir de aquel lugar perdido en mitad de la nada, o de una planicie Extremeña, que para mí es (o era, no sé) lo mismo que la nada.

Camas desvencijadas, colchones raídos, aperos oxidados, cochiqueras y caballerizas abandonadas… todo yace en el olvido del desuso, sepultado con paciencia por el polvo del tiempo. Lo observo con pesadumbre y, a pesar de todo, con melancolía. Imagino que son cosas de esta vejez testaruda que en su avance nos va dotando de extravagantes preferencias que antes siquiera hubiéramos llegado a intuir.

Me detengo observando las ruinas de mi pasado y aparece ante mis ojos, fruto de algún conjuro inevitable, lo que un día fue aquello, en plenitud de actividad del último estío: de tabaco secando, granero preñado, olivas macerando, cerdos que miran de cerca a la muerte y gallinas deambulando sin rumbo ni razón aparente. Todo en perfecta sintonía con el devenir inexorable de las estaciones, sin relojes ni calendarios que las predigan, sólo el sol, que como un dios imperturbable, mata o da vida, que marca el ritmo de todo aquello que fue.

Pensé que todo estaba olvidado pero acuden sin permiso estos recuerdos que creí exiliados para siempre, que luché por desterrar porque entonces sólo significaban pasado campesino de manos encallecidas, sudor de huerta y olor a bestia. También desterré a mi padre, ese que nunca quise reconocer como mío, al que odié y luego olvidé porque sólo significaba palizas, incultura, desesperanza y muerte.

He recorrido los cinco continentes y he trabajado siempre con el viento arreciando en la cara. Me hice marinero porque el mar significaba libertad, horizontes despejados y días y días sin tierra a la vista que me recordara mis orígenes. Era lo menos parecido a aquello entre lo que crecí, su olor penetrante alejaba en cada bocanada el recuerdo de este lugar que creí olvidado para siempre y que ahora recorro con exasperante lentitud, recreándome en cada rincón, sólo mi vejez sabe por qué. .

Y ahora, con la mirada perdida en otro tiempo, recuerdo el momento exacto en que tomé la decisión de alejarme para siempre de todo esto: En medio del patio veo a mi padre, con esa cara de bestia parda que creí olvidada, con el gesto en una mueca entre el esfuerzo y el gozo, su eterno cigarro en la comisura de los labios, degollando aquella cabritilla que hubo nacido de mis manos unos meses antes, a la que alimenté con esmero pues su madre quedó seca, a la que hube cogido un especial cariño a pesar de ser bestia, aún cuando nadie lo comprendiera bien del todo.

“Hoy comeremos carne tierna, hijo, que te paise”. Dijo ahogándose en una carcajada tuberculosa.

Publicado originalmente en el Tintero Virtual de Terra (Escritores).



12 comentarios:

Belén dijo...

Madre mía, que bueno...

Normal que se fuera, pero también es normal que la bestia matara a la cabra... jo

Duro...

Besos

Kurtz dijo...

Gracias, Belén :)

Las cosas son como son, ¿no?

Un beso

Isabel chiara dijo...

Coronel, es una gran idea escribir sobre un tema propuesto, obliga a agilizar la pluma y a rebuscar experiencias. Tu relato del Tintero es muy bueno; utilizar la cabra para expresar la conciliación con el pasado tiene miga.

Un saludo

Juan Pablo dijo...

Wowww que escalofrío me dió!

Viste que era como yo te decía!! ¿cómo iba a competir yo con un Federer como vos??

Bueníissimoo!

Mad Hatter dijo...

¡Genial Coronel! Es francamente bueno.
Resulta muy curioso y atemporal que, salvo por el detalle del cigarro en la boca del padre, podría tratarse del relato biográfico de Pizarro o de alguno de nuestros ilustres conquistadores de las Américas.

Anónimo dijo...

Coronel!!!
contra escritos así, ¿cómo quiere que compita?, lo mejor es que me quite el sombrero y haga una reverencia, o que haga la ola, lo que prefieras!!

Un beso, buenísimo!

Anónimo dijo...

¡No; si ya ......!.

A mi no me extraña demasiado; es que hay que estar como una cabra para hacerse marinero.

jejejeje

Un abrazo.

La Mamba dijo...

Batiola, es lo mismo que dije yo.... que se fué de Málaga y entro en Malagón.

Anda pues..............

Saludos

Carlos Paredes Leví dijo...

De mayor quiero escribir como usted, Maestro.
Saludos.

Coronel Kurtz dijo...

Les agradezco los elogiosos comentarios.

Hatter: Lo de los conquistadores no lo había pensado pero es cierto que encaja

Carlos, amigo... usted escribe tan bien que se puede permitir el lujo de ser modesto. Luego pasaré por su lugar, ya he visto que sigue en la espiral de las musas.

Abrazos y besos

Anónimo dijo...

...recuerda cuando eras joven
Brillabas como el sol.
Sigue brillando, diamante loco.
Shine on you crazy diamond

Saludos

Germánico dijo...

Una de las cosas que tienen los centros urbanos es que uno se desvincula de la naturaleza tanto en los aspectos buenos como en los malos. La muerte sucede en hospitales (la nuestra) y en mataderos (la de los otros seres vivos), y los árboles y las plantas sobreviven con dificultad en pequeñas islas perfectamente delimitadas por el hormigón de una acera.

El comienzo de este post me ha traído a la mente una canción preciosa y muy triste de Serrat, cuya letra te enlazo. Dado que a veces acompañas los post con canciones escogidas, quizás después de escuchar esta te animes a unirla a este, aunque el pueblo de Serrat no era de Extremadura, sino del mediterraneo.