domingo, 1 de junio de 2008

Sobre pájaros

- Más vale pájaro en mano que ciento volando… ¿no eras tú el que no paraba de repetir esa gilipollez, cuando todavía te creías alguien?, mal pájaro fuiste a cazar... ¿Sabes algo de aves?... Mientras me terminó este cigarro te contaré algo sobre halcones… se pueden adiestrar y se utilizan para la caza, aunque supongo que esa parte la conoces… son capaces de cazar aves en pleno vuelo, su habilidad, su dominio de las alturas, se lo permite. Expertos voladores con garfios en las patas y mirada kilométrica. Vuelan recto hasta la presa, que cuando quiere percatarse del peligro ya es demasiado tarde, luego es como una sinfonía, algo que no te lo puedo explicar, hay que verlo... pero me temo que tú ya no podrás… je je je… decía, el arte de la cetrería, sí, caza de volatería, disciplina ancestral, afición de reyes, amigo… una rapaz a tu servicio, como una prolongación de tu mano. Divisan su presa, vuelan recto y la atrapan entre sus garras. ¡Zas!, en un instante, si previo aviso, sin señales que los delaten. ¿Tú eres halcón o paloma, amigo?... je je je, no hace falta que contestes… je je je.


Lucio habla y ríe mientras pierde la mirada en un cielo de nubes espesas y ramas desnudas -mal día para morir- A sus pies, amordazado y atado al tronco de un castaño, yace ensangrentado y apenas consciente -acaba de volver en si- un muchacho bien vestido que no debe de tener más de veinticinco años. Trata de suplicar piedad pero la mordaza se lo impide; sólo es capaz de emitir, de cuando en cuando, con ojos muy abiertos y mueca de muerte, súplicas guturales de garganta que quema. Lucio no parece prestarle demasiada atención; su figura se recorta erguida al sol de atardecer del otoño; corre el viento frío y su abrigo ondea con levedad; con la espalda apoyada en el coche, fuma tranquilo mientras continúa con su perorata sobre halcones y cetrería:


- Hoy en día casi todos los halcones son de criadero pero aún hay quien los caza salvajes... hay que esperar que estén ahítos -¿Sabes lo que significa ahítos, Víctor?, bien comidos, sí-. Luego con una red es suficiente. Durante el adiestramiento, los tienen al menos un mes encerrados, a oscuras, para que se acostumbren a los nuevos olores y sonidos… ¿Imaginas el miedo que pasan los bichos, desprovistos de su mejor arma, de la vista, agarrados a una percha, único asidero?... seguro que ahora si eres capaz de imaginarlo… se les entrena en el miedo, hay que desorientarles, sólo pueden ver la luz cuando van a volar. Luego tienen que enseñarles lo más complicado, a regresar al amo. Hay que acostumbrarles a comer de tu mano, emitir un chasquido… tech, tech, tech… mientras lo hacen; un sonido que cada vez que lo oigan les haga regresar a tu puño, en busca de carne fácil. Tú no oíste el chasquido del amo, Victor…-Lucio acompaña su explicación con amplios movimientos de manos y cuerpo; aspira una calada prolongada, con rostro adusto y la mirada perdida entre las hojas secas, y tira, con gesto de desdén, la colilla candente sobre el pecho del joven- …por eso estás en esta situación.


Víctor comienza a gemir más fuerte ante la inminencia de su muerte. Él siempre había sido un buen chico, algo tarambana pero nada que pudiera despertar las alarmas en su acomodada familia. Había sabido medrar, sin apenas trabajar, dentro de la empresa del tío Fausto, todo un magnate de la construcción, uno de esos tipos hechos a sí mismo, de los que todavía piensa que nadie le ha regalado nada en la vida; Víctor creció a su sombra, aprendió rápido a moverse entre empresarios y políticos de medio pelo; vestía elegante, presentaba buenas maneras y era bien parecido; manejaba pasta, tenía un buen coche, una buena casa y follaba casi todos los días… pero quería más, quería agarrar todo lo que se pusiera a su alcance, quería sentir el poder, ejercerlo, aunque, a tenor de la circunstancia en que se encontraba, equivocó su ruta .


Lucio acaba de pisar la colilla, que ha caído rodando desde el pecho de Víctor hasta el lecho de hojas, se calza los guantes con gesto estudiado, e introduce su mano entre el abrigo y el cuerpo, para extraer la Beretta. La pasea ante los ojos desorbitados de su presa y observa sus reacciones, se recrea en cada gesto del pequeño amago de magnate. Así disfruta Lucio, en convivencia directa con el horror de los demás, con su mirada cuando descubren que ya no hay vuelta atrás, que es el fin. Con la pistola negra en la mano, no quiere terminar sin antes añadir un ingrediente más, la guinda de su sádica tarta:


-La chica, sí, la novia de tu tío, esa que te follaste en el despacho… va en el maletero. Se empeño en gritar y le tuve que rajar el cuello antes de lo previsto -abre el maletero del coche, carga un fardo ensangrentado al hombro, lo deposita al lado de Victor y sigue hablando con respiración entrecortada - …tu tío Fausto te manda saludos y dice que no es por la chica, que eso te lo podría haber pasado, que le importaba un carajo -como queda patente- …dice que no tenías que haber echado mano a la caja para llevarte esos documentos y los dos kilos... pájaro equivocado -esto último es mío, no lo he podido resistir- ¿Tienes algo que añadir en tu defensa?... je je je… ¡Ah no, que no puedes!, y parece que ella tampoco… je je je


El viento arrecia y las hojas, secas y doradas, se arremolinan por entre el sotobosque y los pies de Lucio. El sonido de la detonación se pierde en la inmensidad del bosque, sin ni siquiera un mísero eco que lo denuncie. Cesan los gemidos y aparece el ruido de un motor al encenderse, ruedas que patinan sobre el barro y los primeros acordes de un blues. La noche viene fría y ha comenzado a posarse sobre la Sierra de Gredos.

No hay comentarios: