Aún recuerdo los días en que todo tenía su sitio, en los que los acontecimientos, -su sucesión-, no necesitaban de explicación porque todo encajaba sin fricciones. Nada chirriaba. Son recuerdos borrosos, prendidos del acantilado de mi memoria, recuerdos de infancia.
Mi hija se mira en el espejo de la habitación. Tiene cuatro años pero ya se mira como lo haría una mujer adulta. Una luz tenue ilumina la estancia, luz de hogar. Yo leo un cuento, recostado en la cama, y la observo furtivo, tratando de que ella no se dé cuenta. No lo sabe pero es ella la se ha encargado de ir rescatando muchos de esos recuerdos que yo creía perdidos. A veces, como ahora, la serenidad me encuentra observándola, los ojos perdidos en el acantilado y una sonrisa que se esboza tenue. La realidad se me escurre entre los dedos y, por unos instantes benévolos, se fusiona perfecta con mi pasado.
Añoro tanto, -tanto-, mis días felices de infancia, de despreocupación, que me duele. Porque yo ya no los siento como los siente ella.
Yo sólo los puedo recordar.
4 comentarios:
La nostalgia a veces es buena, te hace saborear momentos pasados...
Besicos
Por eso está bueno sufrir del síndrome de peterpan.
Nada como volar, conquistar el mundo y cazar dragones.
Saludos Coronel.
De mi parte estás perdonado. A veces me siento así también.
Besos
Belén. Es una mezcla agridulce, esto de la nostalgia. Besicos
Dueño de los cajones. Volemos, conquistemos mundos y cacemos dragones, aunque sólo sea con nuestra imaginación. Bienvenido y saludos.
Luz, gracias por tu perdón. ¿Para cuando un simultaneo? Un beso
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