—Ya nadie daba un euro por Leo —Berni hablaba con su mirada de sonado clavada en la pared. Plantaba sus ciento veinte kilos sobre la banqueta de madera de la entrada al garito, que gemía con cada movimiento —no es sólo que debiese pasta a media ciudad, es que, el muy hijo de puta, se había estado follando a la hermana del jefe… ¡y pretendía dejarla! Ella estaba muy enamorada, ¿sabes?
—Ya entiendo —a Lucio le importaba un carajo lo que aquel trozo de carne y músculo pudiese pensar o decir, que sin duda no era mucho. Le daba igual que Leo se hubiese estado tirando a la hermana de Tatín, que la hubiese dejado o que le hubiese transmitido la sífilis. Él hacía su trabajo y lo cobraba, por supuesto —¿Está tu jefe? Tengo un asunto con él.
—Está abajo pero no sé si podrá recibirte, tiene visita —dijo el portero con una voz gangosa que rompía toda la fiereza de su rostro romo —Te advierto que está cabreado de cojones. Baja si quieres, puedes esperar en la barra, tomando algo —sacó un pañuelo de papel y se sonó los mocos con estrépito —puto trancazo.
—Eso haré, Berni, cuídate ese catarro —Lucio se encaminó a través del estrecho pasillo de paredes descascarilladas, mustias de humedad. Al final, una angosta escalera bajaba hasta una puerta de chapa, similar a la que custodiaba Berni. Tras de ella se abría un enorme espacio diáfano en el que se desperdigaban mesas de juego por doquier. Sobre ellas aún quedaban los restos de la noche anterior: vasos vacíos, ceniceros repletos y cartas amontonadas sin ningún orden concreto. Eran las cuatro de la tarde y aún olía a vicio reseco. Al fondo había una barra. Detrás, una camarera adormilada pasaba una bayeta, tan desgastada como ella, por la pegajosa superficie y maldecía por lo bajo. Debía tener unos cincuenta. Eso o estaba demasiado perjudicada por la vida nocturna, implacable con la salud y la frescura. En su rostro cansado y demasiado maquillado se podían leer varias vidas juntas. Lucio avanzó hasta ella y, sin quitarse el abrigo ni los guantes, se sentó en un taburete metálico, tapizado con una tela indefinible que simulaba la piel de un leopardo.
—¿Qué se te ha perdido, encanto? —dijo la mujer sin ápice de emoción, casi de carrerilla. Miró a Lucio a los ojos, por un instante, y luego bajó la vista hacia la barra. Era como si el instinto de miles de noches de lumpen la hubiese puesto en guardia, advirtiéndola que mirar directamente a esos ojos sólo podía traer problemas.
—Vengo a ver a Tatín. Pon un café con leche —Mientras hablaba, Lucio recorrió con la mirada todo el espacio hasta detenerse en una puerta disimulada en el dibujo incierto de un mural de escaso valor artístico, dibujado sobre la pared, al otro extremo de la sala. Encendió el pitillo y miró de reojo a la mujer. No era ninguna jovencita despampanante pero Lucio la hubiera cabalgado con gusto. “La experiencia es un grado y seguro que la chupa como los ángeles”, fue todo su pensamiento
La camarera le sirvió el café y siguió puliendo la barra.
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Tatín frisaba los cuarenta. Era tan bajito como robusto, de cabeza redonda, sin un solo pelo en ella; para compensar su alopecia, lucía un enorme mostacho, que se mesaba cuando pensaba y que le había hecho famoso. Golpeaba con fiereza la mesa de su despacho al tiempo que profería gritos al tipo sentado al otro lado, que permanecía imperturbable.
—No me toques los huevos, Felipe, los Minuesa aceptaron el trato y ahora soy yo el que controla esas discotecas, si hay que ir a la guerra iremos.
—Sinceramente, Tatín, no creo que merezca la pena. Son sólo un par de locales y los Minuesa todavía tienen mucho poder —Felipe había sido siempre un consejero tan fiel como precavido. Nunca le había gustado la guerra, demasiada sangre, demasiada pérdida absurda, pero esta vez se equivocaba.
—Me parece que no lo entiendes. No se trata de un par de locales, se trata de una cuestión ética, de principios. Es un trato, hay que cumplirlo. Además, si les dejo que se salgan con la suya, la próxima vez vendrán a arrebatarme lo que es mío. Joder, parece mentira que te tenga que explicar esto. No podemos mostrar debilidad.
—No somos débiles y no es malo que ellos lo piensen. Deberías leer “El arte de la guerra” de Sun Tzu. Tú no lo ves así porque piensas con las pelotas y lo enfocas todo desde ese extraño sentido ético que sólo entiendes tú. Cuando los Minuesa quieran venir a por lo que es tuyo lo harán sobre un cálculo equivocado y eso nos dará ventaja suficiente para acabar con ellos para siempre. Y si no vienen, podremos cogerles desprevenidos. Ahora sólo esperan que les ataquemos.
- Tú y tus putas lecturas, ¿Quién coño es Suzún, o como coño se diga? —Tatín se quedó pensativo y comenzó a mesarse el mostacho.
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Lucio apuró el café, apagó el cigarro y llamó a la camarera.
—¿Es esa la puerta del despacho de Tatín? —acercó la boca hasta su oreja, como si fuese a hacerle una confidencia.
—Sí, ¿por qué? —Antes de que pudiese darse cuenta, Lucio la agarró por la nuca. Con un movimiento rápido pegó la boca contra su hombro y le clavó un punzón en el cuello, que le atravesó la yugular y la garganta. “A tomar por el culo el abrigo” pensó mientras la mujer trataba de zafarse de su muerte con grito mudo.
Se levantó, ajustó sus guantes en un gesto mil veces repetido, y se dirigió con paso firme a la puerta disimulada, al otro extremo del local. Sacó la Beretta, ajustó el silenciador y la abrió con una violenta patada.
A Felipe, el fiel consejero, no le dio tiempo a girar la cabeza. Recibió un tiro en la nuca y cayó, junto con la silla, con ruido seco. Tatín, que estaba mesando su bigote, sólo pudo esbozar una mueca absurda Quiso gritar pero Lucio le acertó con un disparo en la garganta, que le destrozó las cuerdas vocales. Se desangraba , con el gesto congelado en un grito, los ojos desorbitados y la boca muy abierta, cuando Lucio le dijo:
—¿Te creías alguien? —y disparó tres veces más, balas de ejecución: dos en la carótida y una en la base del corazón. Mientras se dirigía a la puerta, y sin mirarle, remató a Felipe que todavía acertaba a respirar. El despacho quedó en silencio. Cerró la puerta a su espalda y observó una vez más la sala. Seguía en calma. Subió por las escaleras, atravesó el angosto pasillo y antes de que Berni pudiese preguntar nada le atravesó el cráneo con un único disparo, a quemarropa. Berni no llegó a caer del taburete. Fue el taburete el que no pudo aguantar más su peso y quebró las patas, en una suerte de dimisión perpetua. Quedó con la cabeza apoyada en la pared, sobre su propio charco de sangre y vísceras, en una posición que a Lucio le pareció inverosímil Sus ojos parecían seguir clavados en el mismo punto del espacio y su rostro desencajado mantenía la expresión pasmada.
Ya en la calle, con mueca de asco, Lucio tiró el abrigo ensangrentado y los guantes en el primer contenedor por el que pasó, guardo su arma, subió las solapas de la americana, se ajustó la corbata y encendió un pitillo. Salió con paso decidido del callejón y subió al coche que estaba esperándole con el motor encendido.
—¿Todo bien? —le preguntó el menor de los Minuesa.
—Sin problema… —se quedó Lucio con la mirada perdida en la calle iluminada de Navidad mientras terminaba de murmurar entre dientes de rabia — …al menos Leo ha tenido una justa venganza, aunque él no lo sabrá nunca.
10 comentarios:
Me he trasportado a Little Italy, ;)
Ya se que igual no lo es, pero...
Besicos
No creas, Belén... en realidad tu comentario es todo un elogio. Soy un fan del Padrino :)
Besicos
Hola Coronel, me alegra que estés de vuelta por el "inkwell", espero que pronto podamos también leerte en el "papyrus".
Por cierto, ¿te gusta Muñoz Molina?
Un saludo!
Hola Milenia. Feliz año!
Te debo algo... lo sé... lo sé. A ver si me aclaro, que de último no sé ni donde tengo el pie derecho y puedo mandarte el mail que te prometí.
Por cierto, que me encanta Muñoz Molina. En mi opinión uno de los mejores escritores con los que contamos, autor de varias novelas magistrales.
Un saludo
Se me olvidaba preguntarte, Milenia, por qué preguntas lo de MM
Pues por el extraviado viajero, of course. Solo he leído las primeras páginas, pero casi esperaba ver aparecer a Santiago Biralbo, ya sabes, el de "El invierno en Lisboa" ;-)
Preciosa ambientación, por cierto. Cuando acabe, te mando la opinión por extenso. Y sí, me debes un e-mail pero seré paciente.
Un abrazote y feliz año a ti también.
PD. ¿Has leído "Pura alegría" de MM? Es fan-tás-ti-co. :-)
Jue... es verdad... lo de MM me lo dijo otra persona al leerlo.
Lo estuve releyendo cuando te lo envié y tiene mucho que pulir. He de confesar que sentí una punzadilla de vergüenza porque, aunque tiene cosas que están bien, es muy irregular. Pero bueno... no voy a decir más no vaya a ser que no lo termines :)
ah, y justo ese de MM, Pura alegría, no lo he leído, lo tengo en lista de espera. Ahora justo estoy con el viento de la luna.
"Pura alegría" es una recopilación de conferencias y artículos de MM, un auténtico disfrute para cualquier lector, más para un admirador de MM.
No te preocupes, que no hay nada de qué avergonzarse, ¿eh?
Saludos!
Por cierto, gracias por linkearme, yo lo hice hoy sin pedirte permiso ni ná... :-)
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