viernes, 6 de febrero de 2009

Inacabado

Todo comenzó con una pequeña grieta, como casi todo lo que se acaba. Así, como una arruga que surca con timidez el rostro y advierte que la madurez ha comenzado su avance; así, como una hendedura que se dibuja sobre el muro e indica que la piedra comenzó a fatigarse; así, con una mentira, leve e inocente, comenzó a resquebrajarse la confianza entre Marta y Daniel.

Por supuesto que aquella mentira —que ya nadie recuerda— fue sólo el comienzo de una sucesión; una brecha angosta que poco a poco se agrandó hasta que ninguno de ellos pudo discernir donde empezaba y donde tenía su fin; de una profundidad que ya ningún emplaste, ninguna cirugía, podría arreglar.

Daniel espera en pie frente al enorme ventanal que preside el despacho del abogado. La tarde es oscura y la lluvia golpea el cristal. Las gotas se arrastran temblorosas por la superficie y el reflejo de su rostro envejecido se plaga de pequeños surcos acuosos. Esa lluvia espesa trae hasta su recuerdo la tarde en que por primera vez vio a Marta, cobijada bajo la marquesina de aquel café en el Retiro. A él, que como un galán de película se acercó para ofrecerle su chaqueta. Y una mirada fugaz —contenida en un segundo— que le dijo que aquello tenía que ser diferente.

Marta acaba de entrar en el despacho. Su reflejo en el cristal aparece detrás de su rostro acuoso y envejecido. Habla con el abogado y finge despreocupación, como si nada de lo que está sucediendo —porque está sucediendo— le afectara lo más mínimo. Diez años de convivencia son suficientes para distinguir la impostura. No como la noche en la que se sentaron en el sofá de la que fue su casa y pudo leer la determinación en sus ojos. “Ya no aguanto más” le dijo, y una profunda fosa se abrió bajo sus pies. No acudieron las palabras al rescate, como tantas otras veces. Su mirada se quedó perdida en la pared plagada de fotos, de rostros que sonríen ajenos al futuro de esa noche irremediable en que la brecha acabó por convertirse en insalvable.

—Dani, los papeles ya están listos, sólo queda firmar —la voz del abogado suena hueca y distante. Daniel se da la vuelta y esboza una sonrisa vieja y gastada. No sabe muy bien si dar un beso a Marta o estrechar su mano. Todo se queda en un gesto grotesco que comienza con un apretón de manos y termina con un beso inacabado. Como todo en su vida.

3 comentarios:

Isabel chiara dijo...

Pues sí que es grotesca esa situación de no saber cómo despedirse de ese o esa con quien has estado acostándote en los últimos años. Lo malo es que cuando uno comienza a peinar canas es cuando empieza a tener las cosas medio claras. Antes has sufrido todas las cagadas.

Buen cuento Coronel

Beso

Belén dijo...

escribes poco, pero lo que haces me encanta...

Esos momentos de sin amor te parten por la mitad, pero si aprende, lo superará...

Besicos

Coronel Kurtz dijo...

Gracias, Isabel.

Gracias Belén. Creo que el drama del protagonista es que considera que esta era su última oportunidad.

Besos a las dos