Caron despierta súbitamente en mitad de la noche. Los ojos muy abiertos y la boca entornada y jadeante componen la mueca del horror que asalta en sueños. Siempre la misma pesadilla, en realidad.
Comienza en una tibia mañana de verano incipiente. El B-29 surca imperturbable un cielo despejado y el mar se extiende infinito y azul bajo su panza. En sus entrañas la muerte. No una muerte cualquiera, un relámpago que quema y asfixia, que arrasa y absorbe el aire, que fulmina miles de almas con un solo golpe. Desde su posición a la cola del aparato Caron se entretiene observando la estela vaporosa que el avión deja a su paso, a miles de kilómetros por encima del nivel del mar. Escucha los preparativos a su espalda, escucha al coronel cuando explica la realidad de su carga, pero no es capaz de imaginar la realidad que unas horas más tardes se dibujará indeleble en sus retinas y en su alma.
Todo en orden, el plan sigue su curso. Primer objetivo Hiroshima: despejado. El coronel Tibbets da unas breves instrucciones por radio y comienza la aproximación. Se acerca el momento para el que se habían estado preparando intensamente los últimos meses. El pulso se acelera y Caron agarra con fuerza la ametralladora de cola. Escucha a su espalada el lento engranaje del portón que se abre. Casi puede oír el sonido gutural que emite al reírse esa vieja dama que es la muerte. Rie porque hoy se dará un gran festín.
El B-29 se aleja del objetivo y de repente Caron puede ver desde la más privilegiada de las posiciones la primera e intensa deflagración del más grande instrumento de matar jamás inventado por el hombre. Y todas las explosiones sucesivas que, como las ondas sobre la superficie de unas aguas calmas que ha sido golpeadas por una piedra, van plagando de oscuridad, como un eclipse que no avisa, todo lo que encuentran a su paso. Y luego un hongo gigantesco conformado por nubes púrpuras que dibujan la nueva fisonomía de la muerte. Cegadora y asfixiante muerte que se pega indeleble a la retina y al alma. Caron, ametrallador de cola del Enola Gay, aún no lo sabe pero es el primer testigo del comienzo de una nueva era.
Bob Caron despierta aterrado en mitad de la noche con la única compañía de miles de rostros abrasados que le miran silenciosos con una interrogación dibujada en ellos.
8 comentarios:
¿Tú crees que lograba dormirse?
Buenas noches.
Desembarcos, hongos nucleares.
¡Cuánta tristeza!
¿Cómo has pensado en este personaje, Kurtz?
Ayer olvidé decirte que me gusta tu relato.
Gracias.
Pero estoy segura que no solo caron, si no todos los que entraron en el proyecto Manhattan, no pudieron dormir en varias noches...
Besicos
Coronel: cada vez me gustan más sus textos. Es como estar ahí, viendo y sintiendo junto a Caron.
Hola Anderea. Supongo que dormir después de saberse participe activo de semejante matanza debe ser complicado. Las justificación que utilizó el Coronel Tibbets en su arenga antes de tirar la bomba, ya a bordo del Enola Gay, fue que morirían muchos pero que de ese modo se salvarían muchas más vidas ya que aquel acto de barbarie pondría fin a la guerra. Nos duela o no, no se equivocaba. El problema era que se trataba de víctimas civiles.
El relato se me ocurrió hablando con una buena amiga. Ambos escribimos en un concurso de relatos semanal y ella iba a escribir sobre los efectos de la bomba en una niña. Me propuso escribir algo sobre los que lanzaron la bomba y así salió.
Un saludo
Belen, yo creo que no sólo en varias noches... creo que es algo que tienen que cambiar el rumbo de cualquier existencia para siempre.
Un besico
Luz: ¡Tú si que eres una amiga! :)
Gracias por tus palabras, son una inyección de moral.
Por cierto... que la novela el Lucio ya está en marcha.
Un beso
Gracias por tu respuesta, Kurtz.
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