domingo, 13 de septiembre de 2009

Viento del Este - Carlos

Con los ojos muy abiertos, redondos como planetas, clavados en el techo, Carlos hace ya un rato que perdió la esperanza de poder conciliar el sueño. Otra noche en blanco sin nadie que consuele su soledad. Sin levantarse enciende un cigarrillo y su pensamiento se escapa entre las volutas del humo de la primera calada.

El mecanismo del insomnio de Carlos es sencillo: Cena en algún restaurante de moda, con o sin compañía, una o dos botellas de vino y, tras el postre, al calor de un orujo de hierbas, un susurro viperino en el oído que le hace olvidar la última noche de ojos en techo. Sólo tiene que marcar el teléfono del Chanca. En media hora estará esnifando en el cuarto de baño y su percepción del mundo cambiará como por ensalmo. El camarero que le ha mirado altivo durante toda la velada pasará a ser un ser insignificante y ridículo cuya mirada ya no resistirá el brillo de su pupila al sacar la visa oro y pagar la abultada cuenta.Como el de papá cuando les lleva a comer al Horcher y el camarero no para de hacerle reverencias desde que entran.

--Carlos, Carlitos, deja ya en paz a tu prima que no te ha hecho nada –-el niño Carlos persigue a una niña pelirroja con el terror pintado en el gesto. Corren sobre la fina arena, el mar al fondo se presenta encrespado. Él Lleva en la mano, que alza en lo más alto, un rata muerta que agita sobre su cabeza a la vez que profiere gritos como los de un indio enloquecido.

--Este niño -–dice su madre con cara de resignación -–es como el mar cuando sopla levante, que se agita… no vayas a creer que siempre es así, no, normalmente es muy tímido, casi autista. Nos preocupa, chica.

--No te preocupes, querida, en el internado lo enfilarán. Conmigo lo hicieron, y mira dónde estoy ahora --el padre abre una sonrisa diabólica, sencillamente diabólica, en su cara y guiña un ojo en un gesto tan estudiado que parece natural.

Valiente gilipollas su padre, que se creía que tener un buen puesto de ejecutivo en una multinacional y un par de mercedes aparcados en el garaje de su chalet en la moraleja, le daban derecho a ir arrasando por la vida, a dar lecciones al mundo sobre cuál era el mejor camino hacia el triunfo ¿Triunfo lo tuyo, hijodeputa, si no me hiciste caso en tu vida; si no era más que un número en tu pizarra… suficiente, insuficiente, notable, bien… si estoy aquí esnifando sobre el wáter de un restaurante chic porque es lo único que me llena, que me hace sentir realizado; si cada vez que te miro el careto ese de hijoputra que gastas es porque me he metido una loncha de medio kilometro antes? Vergüenza debería darte tener un hijo yonki ¿Eso es triunfar? Cualquier día voy y lo confieso en medio de una de tus fiestas sólo por ver la jeta de imbécil que se te iba a quedar.

Carlos se pone en cuclillas de nuevo y aspira hondo una segunda raya que había permanecido, inmutable al discurso, posada sobre la blanca tapa del wáter. La mandíbula se tensa y el calor comienza a agobiar en el cuello. Se deshace parcialmente el nudo de la corbata. Se baja la cremallera y comienza a mear

Valiente gilipollas su madre. Piensa en ella con una mano en la polla, la otra en la nariz, los ojos entornados, la cabeza hacia atrás y el polvo entrando directo al celebro, como el puto gusano del anuncio, ese que tanto asco daba a su madre, que se tapaba la cara cada vez que salía en la tele y comenzaba a dar grititos medio histéricos de pija desfasada. Luego un lingotazo de güisqui, dos o tres orphidales y a olvidar que existes. Pero no un gusano entrando en la nariz, que no es nada chic, todo lo contrario, es repugnante.¿Tienes que ir maquillada hasta para ver el telediario?

Carlos, Carlitos, abre la puerta del wáter con las pupilas dilatadas y picor en la nariz. Mientras se moja el pelo en el lavabo, puede ver, reflejado en el espejo, a un tipo de aspecto siniestro, enfundado en un largo abrigo negro, que bloquea la puerta de salida al restaurante. Si quitarse el pitillo de la comisura de los labios Lucio agita la pistola que estaba disimulada entre los pliegues del abrigo. Con un leve movimiento de cabeza, que acompaña con un movimiento del cañón de su Beretta, le indica que vuelva a entrar en el pequeño cajón de madera y que se siente en el wáter. Apura el cigarro mientras con el rostro ladeado, clava sus ojos de tiburón en el muchacho que no tiembla, no tiene miedo. Le gusta.

--Tu padre me ha dicho que estás suspenso, que no quiere hijos yonkis en la familia, no es nada personal. ¿Algo que decir?

--Sí, dile que es un hijoputa y que me la pela vivir o morir, que hace mucho que sopla levante en mi vida, hace demasiado que sufro de insomnio.

2 comentarios:

Belén dijo...

La verdad es que has retratado muy bien la vida de un yonky rico... además siempre echando la culpa a los demás, eso lo conozco...

Besicos

Kurtz dijo...

Gracias Mañica. Yo también lo conozco... también.

Un beso