No sé ustedes, pero yo, tengo un personaje en mi interior que me habla y me distrae de mis quehaceres, pero, no tranquilo con eso, también se permite el lujo de discutir y cuestionar mis deseos, digamos, más inmediatos. Tirando de ánimo imaginativo les pondré el clásico ejemplo: el despertar matutino. Yo clamo por dormir un poco más, pido poco, diez o quince minutos a lo sumo ¿es tanto? Sí. Es una barbaridad, es la diferencia entre llegar a tiempo, o no, a hacer la retahíla tareas que me fueron asignadas por el infame que vive aquí dentro, la pasada noche, justo antes de cortar mi conexión con él. Paz…Hasta que el muy cabrón reanuda sus retransmisiones con el primer rayo de luz que atravesó por entre las cortinas, antes, mucho antes, de que el despertador sonara. Discutimos, entonces, mostrando ambos los razonamientos más sugerentes, unas veces gana él y otras consigo la retirada onírica, pero, siempre, absolutamente siempre, el infame está ahí, al pie del cañón, infatigable en su perpetua batalla. Pomposamente se autoproclama “La parte racional”. Ja, como si eso existiera más allá de su pobre imaginación. Y, por cierto ¿Parte de qué, de mí? ¿Dónde hay que firmar para que me den de baja?
No sé el de ustedes, pero el mío, como ya he apuntado, anda escaso de imaginación. Casi podría vaticinar, con un mínimo margen de error, cual será su siguiente palabra. Su capacidad de sorpresa es inversamente proporcional al tamaño de su aplastante lógica. Pero llegados a ciertos extremos ¿A quién le importa la lógica? Yo, desde mi espíritu tendente a la falacia y a la rebeldía, que no deja de ser la mejor formula para luchar contra lo inapelable, me encanta desafiar sus preceptos y sus certezas, tocar un poco los huevos y realizar actos que en apariencia, aparecen carentes de sentido pero, que curiosamente, suelen estar plenos de sensibilidad para conmigo mismo porque suelen ser etéreos, desintoxicantes, desatascantes, magnánimos pero, sobre todo, liberadores. Queda el infame, por esos momentos que pueden ser minutos u horas, relegado a la prisión de la lógica idiota, que también existe, como queda patente en esos instantes.
Luego viene el cantar de la culpa. Retorna el infame con el hacha de guerra en todo lo alto dispuesto a recobrar todo el tiempo perdido. Debo confesar, que últimamente, en realidad casi siempre, el tipo este que en un famoso cuento adoptó aspecto de grillo resabido y repelente (¿por qué será?), habla y habla sin que servidor le preste más atención de la debida. Se tienen que encender todas las luces de alarma, sonar implacables las sirenas, para que pase a desatascar mis oídos cansados y tome en consideración sus, casi siempre, sabios consejos.
Todo esto me lleva a ser como soy, un tipo despistado que ha aprendido casi todo lo que sabe por medio de la empírica. Incapaz he sido, a pesar de los años transcurridos desde mi alumbramiento como ser que piensa, de tomar las debidas precauciones antes de darme un ostión. Así ando, de ostión en ostión, aprendiendo los misterios de mi vida, que es mía y por eso hago con ella lo que me da la gana, escalando, como muy acertadamente dice mi padre, por el lado más arriesgado y complicado, esta montaña que es mi dualidad.












