viernes, 25 de enero de 2008

Horizontes imperfectos

Creo que una de las maneras que tienen tus hijos de pagarte por el esfuerzo que depositas en ellos, de compensar de alguna manera todo lo que de renuncia implica el que ellos aparezcan en tu vida, es devolviéndote, de manera inconsciente pero absolutamente natural, vívidos, recuperados del fondo de un estante en que permanecían polvorientos, ocultos en algún corredor del alma intrincada, recuerdos y sentimientos que creíste perdidos para siempre, y que, en realidad, solamente permanecían aletargados esperando la llegada de ellos, que son esa mano que los rescata y los hace patentes en la retina de los deseos recobrados.

Pienso en ello mientras observo, con paz de espíritu, como mi hija, recortada al borde de un mar plateado, incansable tira piedras desde el borde de una roca, esperando que estallen en el agua, haciendo esfuerzos para mantenerse erguida. Un sol resplandeciente de media mañana baña la estampa de su figura feliz, sonriente y despreocupada; ajena por completo a los problemas que acucian y devoran el día a día de mi existencia de hombre ya definitivamente abducido por el suceder de unas responsabilidades que hace mucho se tornaron inevitables.

Tira pequeñas piedras y me mira. Pregunta si he visto lo lejos que ha llegado, lo bien que lo hace, espera mi aprobación con cada lanzamiento. Escucha con la cabeza ladeada de interés los consejos que le doy para lograr llegar más y más lejos sin desequilibrarse; como los hago extensibles a otras parcelas en un intento de desarrollar la precaución como arma contra el sufrimiento inútil, el evitable, el que yo ya conozco y que ella aún no ha experimentado. Quiero creer que conseguirán que el número de golpes sea el menor de los posibles, y lo quiero creer a pesar de que yo he sido uno de esos que aprendí muchas de las cosas que ahora ya sé, tras caerme y volverme a caer, de ser yo mismo uno de los que no quiso escuchar y siempre, incluso ahora, ha escalado la montaña por la ruta más complicada, la más severa y lacerante. La frustración y el sufrimiento son parte indisoluble de la existencia de todo ser viviente. Sé que es inútil, incluso contraproducente, protegerla en exceso, no mostrarle la cara más amarga de la existencia que le queda por vivir, porque ello implica que al final los golpes serán más imprevistos, más dolorosos. Pero la visión de su pureza infantil en forma de sonrisa inquieta me impide hacerlo, por lo menos hacerlo de una manera explícita y contundente. Quizás sea porque quiero ver recuperada mi inocencia perdida a través de ella, quiero preservar ese estado de felicidad que aún conserva el mayor tiempo posible; porque, al fin y al cabo, su felicidad inopinada, es la mía, sus piedras lanzadas con torpeza son las mismas que yo lancé un día, hace ya muchos años, con mirada expectante, con el pensamiento puesto en que era seguro que algún día llegaría hasta ese horizonte que ahora se recorta tras la figura de mi hija, allá donde el cielo y el mar se funden en un abrazo y donde todo parece posible. Un horizonte que todavía se puede llegar a alcanzar.

Y mientras el sol baña mis pensamientos y el olor de mar salado inunda mis pulmones, mientras sonrío con ella, recupero, de un estante olvidado, la esperanza que creí perdida hace mucho tiempo. Quizás demasiado.





13 comentarios:

Mad Hatter dijo...

Muy bonito, Coronel, todos los que tenemos hijos hemos sentido eso mismo alguna vez, es quizás lo mejor de tener hijos, el redescubrir el mundo con ellos, el reflotar ese niño que todos tenemos dentro.

Antígona dijo...

Nunca he querido tener hijos y sigo sin quererlos. No por nada teórico ni ideológico, sino, simplemente, porque ese deseo nunca ha estado en mí ni lo he sentido como propio. No obstante, soy perfectamente consciente de que esa falta de deseo me priva de muchas experiencias que muchos otros consideran como parte de las más valiosas de sus vidas. De entre ellas, he pensado mucho precisamente en las que mencionas en tu post: redescubrir en los propios hijos algo que fue también nuestro pero que hace ya mucho que olvidamos. Redescubrirnos entonces a nosotros mismos al reconocer en su mirada limpia una mirada que también poseímos pero que a estas alturas sólo por azar, y muy casualmente, aparece. Contemplar en su inocencia un modo de afrontar la realidad tan ajeno a los que ahora nos pertenecen.

Pero, ¿sabes? hay otra cosa que siempre he creído que será una pena perderme por no tener hijos: asistir a su propio descubrimiento del mundo, al proceso por el que empiezan a hacer uso de un lenguaje que les permite empezar a preguntarse cosas, poder ser espectadora del nacimiento en ellos de esos eternos porqués que nunca deberíamos dejar de plantearnos.

Tu hija, como todos, acabará dándose de bruces con el sufrimiento. Trata simplemente de fortalecerla para cuando llegue ese momento, de brindarle armas y escudos que la protejan cuando no estés tú para hacerlo. Al menos, es lo que creo que yo trataría de hacer si fuera mía.

¡Un beso!

Kurtz dijo...

Hatter: Sucede que te das cuenta de lo que has perdido y agradeces que te lo devuelvan.

Antígona: Las dos opciones son válidas. Tener hijos implica sacrificios y muchas veces también echas de menos lo que pudo haber sido y ya nunca podrá ser.
Eso otro que comentas es sin duda otra de las cosas que más se disfrutan: Ver como van construyendo, desde la lógica más aplastante, la infantil, su propia concepción del mundo que les rodea. te hacen ver lo absurdo de muchas de las cosas que ya damos por supuestas porque en realidad no nos ha quedado más remedio. Pero no significa que sean las más lógicas.
Tú seguro que no lo harías nada mal. Quizás debieras planteártelo no como una necesidad sino como un paso más.
Un beso

Carlos Paredes Leví dijo...

Disfr�tela, coronel, que para preocuparse ya tendr� tiempo cuando sea adolescente.....
Eso de las piedras me recuerda a la escena final de la estupenda pel�cula argentina "Tiempo de valientes".
Tiene suerte de la peque�a de tenerla a usted y a su se�ora como progenitores. Les va a salir buena.
Saludos, maestro.

Peggy dijo...

Afortunados los que teneis hijos , yo con sobrinos me conformo ...un superesfuerzo que por lo que leo compensa

kiss

Gi dijo...

Ya tendrá tiempo ella de golpearse, y ud no va a poder hacer nada por evitarlo porque, como antes ud, ella querrá probar solita como mantenerse erguida, más allá de sus recomendaciones. Y está bueno que así sea Coronel. Mientras tanto, si ella le contagia la esperanza, aproveche el impulso. No siempre nos vienen esos fugaces destellos, y seguro que su hija disfruta de un papá que puede mirar esperanzado el horizonte, aunque sea de a ratos.
Besos a ud y la flia

NoSurrender dijo...

Esa sensación que tan bien relatas, también la tengo yo con mis hijos. Pero muchas veces se me mezcla con la angustia de la certeza de que la más mínima palabra o actitud mía, puede convertirse en el mayor de sus recuerdos de infancia. Y recuerdo así detalles de mi infancia que quedaron grabados a fuego en mi alma y que mis padres ni recuerdan. Y me angustia, sí, esa responsabilidad sobre cualquier futuro diván de psicoterapeuta que puedan ocupar mis hijos ante el dolor, inexorable e inevitable, de la propia vida.

Redescubrimos lo bueno, sí. Pero también terribles fantasmas. Y una obsesión se apodera de mis pensamientos mientras arrojo la piedra al mar; “no quiero ser como mi padre, no quiero ser como mi padre... ¿podré evitarlo?”

Un saludo, coronel.

Miss.Burton dijo...

Los hijos.... los que con una edad preciosa y de pocos años nos dan lecciones de vida y nos despiertan un montón de cosas que quizás estaban dormidas en nosotros, supongo que es pasar por la etapa de la niñez, de su mano, de nuevo...
Y siempre estoy dando ese ejemplo que alguna vez no vi en casa, y que necesité. Se, como nuestro amigo común lagarto, que de pequeño se guardan muchas cosas en la cabeza que luego de mayor tendrán peso en la formación de ese mundo que tomaremos por casa... y la verdad, no quisiera ni uno solo de los gritos que escuché de pequeña para ella... y siempre, siempre, me repito que aunque tenga la necesidad de estallar... ningún niño se merece, ni tiene capacidad de asimilar, ciertas cosas que los mayores sí podemos digerir, y que deberían estar prohibidas.
Vamos a educarlos en cimientos sólidos de amor, respeto, igualdad... si van bien armados, como digo yo... lo demás no será tan dificil, una cabeza bien definida no es tan facil de "golpear"...
Un beso, y sí, tener hijos implica renunciar a muchas cosas, pero no sabríamos de la existencia de otras de no ser por ellos. Y el orgullo que se siente cuando se ve por ahí ese pedazo de nosotros... es... es magia.

Anónimo dijo...

realmente es imposible explicarle a alguien que no es padre lo que los hijos significan para uno. Es imposible.

Belén dijo...

Eso si es hacer un gran plan para el universo, no te imaginas lo que te envidio, sin duda...

Un beso muy fuerte, otro para tu niña y muchísimas gracias por firmar en mi blog.

Besos

Bernar dijo...

no se si ha salido mi comentario anterior, creo que no, pero lo que te decia, papito, era que la foto buena era la de la niña tirando la piedra... una pena, pero estas a tiempo de rectificarla... un abrazo y espero tengas tu espalda mejor.

Kurtz dijo...

Queridos amigos y queridas amigas (como diría un político cualquiera). Por defecto profesional, o deformación, o quizás sea porque no me quedan más cojones, ando de viaje por los Madriles. Se celebra la feria de los saludos, Fitur, para el común, y ando más liao que la pata de un romano preparando toda mi gama de genuflexiones (harto diversas). He leído todos los comentarios y me gustaría darles respuesta más adelante pero también a través del siguiente post (que ya publiqué en mi otro blog y que viene al caso). Lo hago aún a riesgo de repetirme como los ajos y (fundamentalmente) porque ando escaso de tiempo y neuronas, en estos momentos. Esperemos que lo de las neuronas no sea perpetuo (quiás sea debido a tanta genuflexión).

Abrazos y besos!

Germánico dijo...

Es una de esas dolorosas verdades de la vida que no podemos transmitir gran parte de nuestra sabiduría, porque es fruto de nuestra necedad. Equivocarse es el camino del aprendizaje. Las abstracciones que nos tratan de transmitir no se imprimen en la mente con la misma fuerza que nuestras caídas y nuestros ascensos sufridos.

A mi me pasa con J, con mi nene. Le veo jugar con los muñecos a batallas salvajes y recuerdo cuando yo hacía lo mismo. Siento como si fuera él....quizás esa sea la clave de mi alegría al contemplarle.