Sucede que esta señora se puso la libertad de religión por montera y alzó sin tapujos una bandera de justicia ante la discriminación a la que estaba siendo sometida, dando como resultado la siempre sana rebeldía de no quitarse el crucifijo y retar a la empresas que le paga su salario. La compañía aérea, viendo el cariz que estaban tomando los acontecimientos y dado que la prensa había comenzado a clavar sus garras en el jugoso asunto y comenzaba a hacerse eco de tamaño escándalo contra la dignidad humana, le ofreció a la susodicha, no sólo cambiarse a un puesto en el que no debería uniformarse y por tanto podría ejercer su preciada libertad religiosa, sino una jugosa indemnización económica que ascendía a
Pero amigos… la dignidad no se vende… tan barato. Así que nuestra Juana de arco rechazó la oferta y acudió a los tribunales, imagino que en busca de una indemnización algo más jugosa, en donde se ha fallado en su contra, si bien, y este es el problema, podría no haber sido así y también nos parecería fantástico, y eso es lo terrible.
Lo que a mi me queda claro de toda esta historia y de las muchas similares que se producen a diario (fundamentalmente en países anglosajones aunque ya nos vamos contagiando en otras latitudes) es que hemos llegado a unos extremos en la defensa de nuestros derechos que a lo único que puede conducir es a la reversión, tarde o temprano, de los mismos. El hecho de que nos aferremos a clavos ardiendo, bien por motivaciones puramente económicas o bien porque alguno crea haber sido tocado por la varita de la iluminación salvamundos, nos conduce a situaciones tan paradójicas como las acaecidas a raíz de los atentados del 11-S contra las torres gemelas, en las que nos encontramos con que nuestras libertades solo se pueden defender recortándolas (Si no me creen no tienen más que hacerse un viajecito a cualquier destino de EEUU). Porque, señoras y señores, es inevitable que esas libertades de las que gozamos dejen huecos, recovecos por los que colarse, y las convertiremos en una farsa desde el mismo momento en que usemos su nombre en vano y nos aprovechemos de ellas para nuestro beneficio personal y no para el colectivo, que es para el que fueron concebidas. Y si no que se lo pregunten al tipo ese que fue crucificado sin juez ni parte, hace unos dos mil años.
4 comentarios:
Es evidente que los valores humanos no pueden regularse a través de los Tribunales, hasta en sus más ínfimos detalles.
La judicialización de la sociedad me parece una de las mayores perversiones y aberraciones a las que nos está conduciendo el Estado de Derecho.
Con lo fácil que hubiese sido, si las leyes fuesen más racionales, que el administrativo encargado de recibir las denuncias (ni siquiera un juez) hubiese dicho "Mire usted señorita, lleve el crucifijo si quiere, pero colgado por dentro de la camisa y así todos contentos ¿No le parece?".
La Justicia ya está suficientemente colapsada con temas más o menos importantes como para que pierda el tiempo con estas chorradas ¡Por Dios!
Es cierto... Hatter, la justicia está colapsada y lo peor es que en la mayoría de estos casos sólo se persiguen intereses particulares, eso sí, recubriéndolos de su capa de lucha por la dignidad humana, o la libertad religiosa o cualquiera otro que se te pueda ocurrir.
Un saludo
Cualquier cosa se enarbola como libertad, sobre todo cuando es bandera propia, y sopla gracias a la demagogia.
Sus reflexiones, Coronel, son brillantes!
Es cierto Luz... no he contado (quizás otro día) las numerosas acepciones que puede llegar a adoptar el término Libertad en función del político que lo utilice.
Para Libertad, la mejor, la de un compatriota suyo, un tal Quino, esa que era amiga de Mafalda.
Gracias por la parte que me toca. Un beso
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