domingo, 8 de junio de 2008

Winston ama a Chopin

Winston era sordo aunque no de nacimiento. Un accidente jugando, un balonazo fortuito cuando apenas contaba los diez años, le dejó sordo del oído derecho. Más tarde -hasta ahora nadie ha sabido explicar aún el por qué- fue perdiendo, de manera paulatina, la audición en el otro, hasta quedar completamente sordo. Cuando esto sucedió ya había cumplido los doce años y desde entonces dejó de ser el niño risueño que encandilaba a propios y ajenos para convertirse en un adolescente taciturno y ensimismado.

Walter y Allie, sus padres -una pareja acomodada cuya única prole era él- lo intentaron todo. Winston, arrastró inútilmente su recién adquirida sordera de consulta en consulta, de camilla en camilla; una cara tras otra, todas doctas y sonrientes al principio y luego apesadumbradas, tras semanas de pruebas -quince especialistas y un único rostro en su retina-. Me contaba que soltaban el dossier sobre la mesa mientras se sentaban, se ajustaban las gafas de leer, miraban fugazmente hacia él y se dirigían a sus padres. El médico en su recuerdo le miraba por encima de las gafas, justo antes de soltar la única respuesta que recibieron, Walter y Allie, tras casi cuatro años de recorrer medio mundo: “Incurable”. Ninguno reconocía abiertamente su ignorancia -se excusaban en la inoperancia de las pruebas o en la falta de recursos de la ciencia que profesaban- pero todos cobraban la gruesa factura a través de enfermeras de gesto compungido que daban a firmar boletas de importes exorbitantes. Walter y Allie, ya se encontraban al borde de la bancarrota cuando finalmente desistieron y, tras una larga conversación de madrugada desesperada, decidieron asumir su nuevo destino, algo que consideraban toda una tragedia.

A Winston, yo le conocí algunos años después, los dos habíamos terminado nuestros estudios de arquitectura y el destino quiso que coincidiéramos en el mismo estudio, trabajando como becarios, suspicaz al principio y codo con codo al final. La recuerdo como la mejor etapa de mi vida. Habíamos estudiado durante cinco años en la misma facultad y ni tan siquiera me era familiar su cara. Al principio llegué a dudar de su palabra, me resultaba impensable no haber reparado nunca en él, en la cafetería, en la biblioteca o por los pasillos de la facultad. Más tarde comprendí el por qué: Winston era una especie de espectro que se desplazaba por la vida sin levantar ninguna clase de expectación. Era como si el silencio de su mundo hubiese traspasado la frontera de su cuerpo y lo hubiera recubierto hasta volverlo invisible a los ojos de los demás. Sus puentes con el exterior no estaban del todo cortados, pero él, quizás como medida básica de subsistencia, había minimizado sus interacciones con la realidad de los demás, hasta lo imprescindible. Esto le permitía continuar transitando sin contratiempos por una existencia que a mí siempre me resultó demasiado profunda y solitaria, imagino que como el silencio que le acompañaba.

En cierta ocasión, en una de nuestras primeras conversaciones de índole personal –luego serían muchas más- le pregunté, con algo de torpeza, si no le resultaba demasiado molesta su sordera. Se quedó mirando algún punto del inexistente espacio, algún lugar encima de mi hombro derecho, y tras un prolongado silencio me contestó que no, que quizás lo fue un poco al principio, hasta que se acostumbró al silencio perpetuo -así lo dijo- …luego pasó a no importarle demasiado hasta que llegó al punto de encontrarle ventajas. Solía decirme, a modo de chascarrillo, que echaba de menos la música pero se había ahorrado tener que prestar atención a miles de conversaciones insustanciales.

-¿Sabes? -me dijo en otra ocasión tomando un café en el bar de la esquina-… imagina son las tres de la mañana y duermes -lo normal- y repentinamente, cinco horas antes de lo previsto, los primeros rayos de sol cruzan por tu ventana y te golpean en los ojos. Sentirías un aviso desde tu cerebro de que algo no encaja, mirarías con extrañeza el reloj y luego acabarías de abrir la persiana para observar asombrado el amanecer. Buscarías otros relojes en la casa e incluso enchufarías la televisión para cerciorarte de que realmente está sucediendo, que la trayectoria del planeta se ha alterado y que el sol ha comenzado a iluminar tu hemisferio cuando no debía, nunca debería -enfatizó esto último con un enérgico gesto de manos- …tú todavía no lo sabrás, solo lo intuirás, pero tu mundo, todos los conceptos, todos los asideros, todo lo que creíste referencia, habrán comenzado a caer… y ya nada volverá a ser lo mismo… porque el eje de tu planeta se habrá desplazado n grados alterando su órbita irremediablemente.

Fue en un amanecer de madrugada cuando Winston empezó a congeniar con el silencio; fue cuando lo supo perpetuo; mucho antes de que sus padres hubieran desistido de curarle, apenas tres meses después de oír el ultimo de los sonidos, algunos acordes de un nocturno de Chopin que su padre puso en una soleada mañana de domingo, como era su costumbre; ese nocturno que aún le prendía en el recuerdo, como un tesoro insondable, la última vez que le vi.

2 comentarios:

Isabel chiara dijo...

Se quedó colgado de Chopin, o de Robert Johnson si lo hubiera escuchado, y de los cuentos del Coronel... En este proceloso mundo de relaciones extrañas que es la blogo lo importante es que cada cual le encuentre su sentido. Yo amo la literatura, me alimenta colarme de tapadillo en las casas de gente que admiro (y usted está entre ellos) y saborear la buena ejecución, las ideas que a mí no me vienen, la calidad... Nuestra cotidianeidad es a veces tan burda, tan cansina, que vamos a salto de mata. Sólo quería decirle que el autismo es algo que siento a menudo y me impide dar con la palabra precisa para admirar, o hablar en la casa de otros.

Si en algo aprecio la blogosfera es en la libertad de cada uno de expresarse, y la libertad de cada uno de leer, en silencio si es lo que desea.

Un beso

Coronel Kurtz dijo...

Gracias Isabel, es un placer saber que te gusta mi manera de narrar. A mí también me admira tu manera de escribir. Deberías plantearte escribir en el tintero virtual, no es mala escuela y las votaciones son lo de menos.

Un beso