martes, 12 de febrero de 2008

Los Hits de mi vida (III)

Hay tipos que realmente merecen sacar siempre una sonrisa cuando los escuchas, menear la cabeza con la certeza de hay veces en que todo encaja, suavemente, sin disonancia, como un puzzle de armónica perfección. Músicos que parecen hechos a la medida de los momentos más satisfactorios, o quizás sea que su música invita a la satisfacción de los momentos, conducir con la ventanilla del coche abierta, el sol tibio y la brisa suave golpeando mi cara sonriente. Y el paisaje se hace vívido, se despliega al compás de sus acordes, cobrando la verdadera dimensión que hasta entonces había aparecido oculta a mis ojos y a mis pensamientos.

Durante los meses que padecí el paro sin dolor (gracias Levi), meses en los que el girar mi mundo se desaceleró casi de forma instantánea y que, ahora, desde la velocidad excesiva que he vuelto a recobrar intuyo como irrecuperables, descubrí a través de mi hermana a Jack Johnson, un surfero hawaiano metido a músico. Alguien que hoy es signo inequívoco de que aquellos tiempos existieron y que fueron posibles. Me aferro a ellos en momentos de crisis, los acuno y los recobro. Recuerdo con nostalgia los lentos amaneceres desde el ventanal de mi cocina, en mi casa de entonces, en Altea; un enorme ventanal que volcaba su vista sobre un mediterráneo casi siempre tranquilo, que parecía desperezarse, cada mañana, al mismo ritmo al que yo lo hacía. Aunque si lo pienso un poco, es muy probable que fuera al revés, que fuera él, en su casi infinita inmensidad, el que me atrapó y me otorgó el vivir por unos meses dentro de su cadencia imperturbable de profunda gratitud. Un lugar, un tiempo en el que aprendí a disfrutar de otra forma de vivir, de sentir, donde caí en la cuenta de que el tempo puede ser otro, que siempre debiera ser otro, más acorde a lo que somos, o mejor, eso que fuimos y que ya hemos olvidado hace demasiado, demasiado tiempo.

Recobro mis paseos por aquella playa de piedra casi desierta, de olas tímidas, ajena del mundo, inmersa en una enorme bahía que era mía y de mi pensar… sosiego de mis pensamientos. Caminaba hasta llegar al pequeño restaurante vasco en el que me esperaban la sonrisa de Fernando, un buen vino, conversación despreocupada y yantar pausado. Aquel marco de madera que era la puerta por el que penetraba vívido un trozo de mis horizontes imperfectos y yo sentado en un taburete con la copa entre mis manos, observaba el infinito, delante de un enorme barril que hacía las veces de mesa. El rioja comenzaba a surtir sus efectos y Jack Johnson sonaba de fondo haciendo de aquellos momentos lugares indelebles y de obligado retorno cada vez que intuyo el desasosiego. Entonces, cuando creí que mi vida estaba naufragando, no era capaz de darme cuenta de que ese pedazo de mi vida, esos momentos, se acabarían convirtiendo en el tablón del naufrago que soy ahora, salvavidas al que me aferro como a un sueño grato de vigilia matutina. Siempre están ahí cuando creo que ya no puedo soportar más el ritmo ingrato y lacerante que es mi actual devenir, el ritmo del triunfo que no es más que otra mentira más, otra forma de camuflar mi inopinada existencia, que me arrastra por un río que en su fiereza apenas me deja mirar hacia atrás.

Mi triunfo, el de verdad, es ese rioja, un choricito al infierno, una buena charla, tiempo para pensar y Jack sonando de fondo.





8 comentarios:

Belén dijo...

Merece muchísimo la pena este hombre si... a ver hasta donde es capaz de darnos ;)

Besicos

Anónimo dijo...

Descubrí a Jack Johnson de la mano de un detestable canadiense cuyo recuerdo me jode retener y al que desearía no haber conocido de no ser precisamente porque me descubrió su música. Pero, qué carajo, me quedo con el recuerdo y con Jack, y habiéndote leído, me apunto además a tu triunfo (que pinta de maravilla).
Un abrazo.

Carlos Paredes Leví dijo...

Las cosas suceden por algo, coronel.
Gracias por la alusión y saludos.

Mad Hatter dijo...

Coronel ¿Seguro que no tiene usted algún gen riojano? Porque eso del rioja y el choricillo, me resulta muy familiar (je, je).
Habrá que escuchar a ese Jack Johnson, que a mí el surf siempre me ha tirado mucho.

Gi dijo...

Si pudiéramos darnos cuenta de lo valiosos de esos momentos, en el preciso instante en que ocurren, no tendríamos luego tanta nostalgia, y disfrutaríamos mejor del tiempo. Pero es difícil arrancarse del "ritmo del triunfo". Al menos, quedan los Jack Johnsons y los recuerdos.

Anónimo dijo...

¡Jó, macho!; ¡como se nota que eres de secano!.

-Mi triunfo, el de verdad, es ese rioja, un choricito al infierno, una buena charla, tiempo para pensar y Jack sonando de fondo.-

Mucho de ir a los USA y de recorrerte medio mundo, y resulta que todavía no has venido a visitarme para comprobar (porque sé que ya lo sabes) que también es un triunfo un albariño o un manzanilla, con unos pescaditos fritos, la buena charla (eso siempre), y tiempo para quedarte extasiado (la mar, el horizonte, el ocaso.....) sin pensar en nada y sin nada en qué pensar.

Siempre es un placer leerte (llevaba tiempo sin entrar).

Un abrazo.

Kurtz dijo...

Belen: Besos para ti. Da de sí lo suyo... ya verás.

Jafa: Te lo presto... a Jack y al recuerdo

Carlos: Un placer

Hatter: Hará usted requetebien. Lo del gen riojano... pues no me importaría, la verdad.

Laluz: Yo los disfruto... lo que me jode es que sean tan efímeros.

Bati: Eres el tío con los pies más en la tierra que pisa este espacio virtual ;)

Abrazos

Anónimo dijo...

Recuperada de días de dejadez obligada reuslta que entro en tu cuaderno y me encuentro con el surfista. Yo no le conocía hasta hace poco más de un año pero tengo que agradecer que me lo "prestaran". Ahora ya es también un poco mío, y, casualidades, hace un par de días anunciaban la salida de su nuevo disco. Totalmente recomendable por cierto.