miércoles, 1 de octubre de 2008

Per saecula saeculorum

En vida fui un vago de relumbrón. Tenía la firme convicción de que ser vago era un artística manera de sobrevivir sin demasiadas aspiraciones, algo que al fin y al cabo es lo que hace la mayoría de los mortales con un derroche de energías, en mi opinión, a todas luces excesivo. Para ejercer la vagancia como yo lo hice, durante algo más de noventa y cinco años, sólo se precisa de reconocer en uno mismo ciertas aptitudes innatas y dejar que se desarrollen, a ser posible, solas.

La mayoría de la gente piensa que un vago es un ser en constante estado de inactividad pero se equivocan. Hacer de la vagancia un estilo de vida, disminuir la actividad motora y mental al mínimo imprescindible requiere de cuidada planificación y, en algunos casos, de esfuerzos puntuales que ayuden a alcanzar el supremo objetivo. Para ser un buen vago hay que estar perfectamente integrado en la sociedad y dar la impresión, en todo momento, de que se es uno más. Tener casa, préstamos, familia y un puesto de trabajo es parte del escenario requerido.

La selección del puesto de trabajo adecuado requiere de un cierto esfuerzo si no se quiere echar por tierra el plan trazado. Es de vital importancia que ofrezca posibilidades de diluirse en aras de pasar lo más desapercibido posible, Aparte de la administración pública, que es algo así como el súmmum de la perfección, el lugar ideal es una gran empresa en la que abunden ambiciosos mandos intermedios en lucha permanente por nimiedades tales como ascensos, mejoras salariales o ganarse a los superiores. Tratar de destacar o hablar más de lo estrictamente necesario son errores que hay que evitar a toda costa si se quiere perdurar en el feliz anonimato. No importa que los compañeros te consideren un cero a la izquierda o una persona sin aspiraciones en la vida. Son ellos los que se equivocan y tratar de sacarles de su error requeriría de un esfuerzo que va en contra de los principios de un buen vago, además de ponerlos sobre la pista de secretos que no conviene que conozcan. Como es lógico la suerte juega una baza importante pero si finalmente uno consigue un trabajo en el que sea sencillo pasar desapercibido habrá dado un gran paso en la creación del entorno idóneo y de este modo habrá contribuido de manera definitiva para que las aptitudes innatas, a las que ya he hecho referencia, se desarrollen de un modo óptimo.

Una vez consigues acallar los remordimientos de infamia y llegas al íntimo convencimiento de vivir desocupado es una opción tan válida como deslomarse de sol s sol por unos cuantos euros más, alcanzas la plenitud de espíritu y comienzas atisbar la virtud en tus actos. Yo me consideraba como un asceta que ha renunciado al las luces del éxito y se ha centrado en la consecución del noble objetivo de alimentar el espíritu con lo mínimo imprescindible. ¿No hay acaso virtud en ello?

Además puedo asegurarles que aunque la pereza está catalogada como uno más de los pecados capitales, no es algo que tenga un peso excesivo a la hora de saldar cuentas en el la otra vida. El infierno, tal y como lo concibió la biblia o Dante, no existe. Aquí, simplemente se establecen castas y cada cual paga su Karma –en esto tienen razón los hindúes- Los más afortunados, aquellos que durante sus existencias fueron ejemplo de abnegación y sacrificio, pacen a sus anchas en el paraíso en un estado de felicidad que yo todavía no he alcanzado, si bien tampoco puedo quejarme. A mí me fue encomendado el siempre noble cometido de cuidar de las almas candidas de los pobres mortales. En mi opinión asignar a un vago probado, como fui yo, el trabajo de ángel de la guarda son ganas de joder la marrana porque, entre que somos muchos y difíciles de controlar –esto parece un ministerio- y que yo tengo muy desarrolladas las dotes para el escaqueo, pocos van a ser los que estén seguros bajo mi invisible tutela.

Ahora me encuentro a los pies de la cama del hospital en donde ayer ingresaron a mi nuevo “asignado”. Ya he tenido unos cien desde que la palmé y ninguno a alcanzado los cincuenta - la última fue soprano y no iba mal encaminada pero, en uno de mis múltiples despistes, pereció en un extraño accidente de coche mientras se comía los mocos-. Este es un niño tierno de cuatro años que ayer, durante mi partida habitual partida de mus de los jueves, no se le ocurrió otra cosa que tragarse medio botiquín pensando que eran un cargamento de golosinas. Está rezando con su madre:

-Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares no de noche, ni de día, si me desamparas, que será de mí, Ángel de la guarda, pide a Dios por mí.

Casi me da pena, en serio, pero no querrán que renuncie a toda una filosofía a estas alturas de mi eternidad, ¿verdad?

5 comentarios:

Belén dijo...

Me has recordado a un colega que conocí hace tiempo, que siempre se había caracterizado por vivir de la mejor manera sin tener ni idea de nada, daba clases de guitarra, teatro e incluso escribía, cágate jajajajajaj

Besicos

Anónimo dijo...

me gustan los vagos

Mad Hatter dijo...

La historia es muy buena, me ha gustado, pero hay algo que no me cuadra: Si la pereza es uno de los peores pecados capitales (recordemos que San Pedro santificó el trabajo) ¿Cómo es posible que un vago sea ascendido a la categoría de ángel y menos aún de la guarda? Quizás hubiese sido más apropiado ser ángel e figurita de belén o quizás nunca pasen de vegetal, seta, koala o perezoso.
Saludos de un funcionario no demasiado vago, que haberlos haylos (je, je).

Isabel chiara dijo...

Qué gran virtud la vagancia, pasar de largo por el mundo sintiéndose invisible.

Besos

Kurtz dijo...

Belén: Un vago de principios. :)

Mari: a mí me gusta vaguear

Mad: ¡Qué alegría! La parte que no te cuadra es la parte subversiva del cuento. Ya lo dice Ichiara... no es defecto sino virtud.

Abrazos a todos