Al fondo del vagón, levemente recostado y difuminado por una oscuridad tenue, Lucio fuma con la mirada clavada en la negritud parpadeante de la noche. Las brasas del cigarrillo se avivan con cada calada e iluminan fugaces la comisura de sus labios y la punta de la nariz. Su rostro parpadea con cada haz de luz seca que entra a través de la ventanilla y los ojos se le reflejan fieros sobre el cristal empañado de invierno.
Sus pensamientos andan perdidos en su último trabajo, un ejecutivo de medio pelo que creyó poder llegar hasta lo más alto y que acabó por descubrir, entre las hojas secas de un bosque perdido, que su destino nada tenía que ver con el que había imaginado. Recuerda sus ojos de imprecisión, amoratados y difusos... esa mirada que es patrimonio de todos cuando son conscientes que ya no hay marcha atrás, que todo acaba allí, que da igual que supliquen o no. Una sonrisa aparece en su rostro tras las brasas de la última calada.
En el otro extremo del vagón un muchacho hace arrumacos con la que debe ser su novia. Se llama Juan y él aún no lo sabe pero esas serán las últimas tonterías que haga en este mundo. Dentro de unos minutos, cuando el tren atraviese el túnel que enlaza Chamartin con Atocha, Lucio se levantará, se enfundará sus guantes, sacará la beretta, colocará el silenciador, atravesará el pasillo con lentitud y acribillará a tiros a la feliz pareja. Luego desaparecerá entre la penumbra como un pasajero oscuro que nunca existió.
De Juan sólo conocía el nombre y su rostro sonriente en una fotografía recortada. De ella no sabe nada, pero da lo mismo, la vida es inoportuna en ocasiones. Él hubiera preferido raptarle y someterle a su peculiar juego, enseñarle bajo la sombra de un álamo alguno de los muchos misterios que tiene la vida, antes de darle muerte, consignar el rostro imberbe de aquel muchacho -sus ojos imprecisos- en su particular memoria de los muertos... pero la orden era clara, el asesinato debía ser público y sangriento, un escarmiento que abriese la sección de sucesos de todos los telediarios y periódicos. A veces pasa, se dijo.
El tren abandona Chamartin y se adentra en el túnel con aullido nocturno. El traqueteo hace que el andar de Lucio parezca el de un borracho. Juan levanta el rostro a su paso pero apenas le da tiempo a percatarse del zumbido seco de la primera detonación… y luego más pero esas ya no las escuchará nunca, como tampoco ha escuchado el grito ahogado de la que Lucio supone que era su novia... la vida es tan inoportuna a veces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario