En su rostro sereno, muy poco poblado de expresiones, tan sólo destacaban unos ojos negros y profundos como los de un tiburón, espejo que era el perfecto resumen de su rabia, de su ira acumulada durante años de dar muerte; había aprendido a contener los músculos de su cara al mismo tiempo que comenzó a saber hacerlo con sus impulsos naturales, pero sus ojos seguían delatando fiereza y con tan sólo una mirada era capaz de paralizar a una persona de nervios templados, era capaz de transmitir que él no jugaba ni advertía, como el perro que no ladra ni mueve la cola pero que sabes que te arrancará una mano si intentas acariciarlo.
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El viento de aquel febrero soplaba fuerte en la gélida madrugada de la sierra madrileña. Agitaba irreverente el pequeño cartel en el que a duras penas podía leerse Mataespesa; y lo balanceaba siempre apunto de sacarlo del gozne cruel que lo había fijado al mismo poste durante décadas, siempre jugando a maltratar su endeble fisonomía de cartel informativo, sin liberarlo, sin dejar que fuera jubilado en un arrastre final, libre y definitivo, como la hoja seca en el otoño.
A Lucio Cortés poco le importaba aquel insignificante cartel que se agitaba sobre su cabeza. Su figura se erguía solitaria y desencajada en el andén, como lo estaba la noche, aterido de frío, con el pensamiento perdido en la cama caliente que tuvo que abandonar cuando sonó el teléfono en medio de la noche de aquel hotel de carretera al que había acudido a esperar. Y esperó como mejor supo ese momento en el que el teléfono rompió el silencio cortante de la noche invernal en la sierra de Madrid. Una voz ambigua, como casi siempre, sonó al otro lado: “Ya es la hora, el próximo tren es el tuyo”. Colgó sin decir nada, pagó generosamente a la puta que todavía dormitaba la borrachera y enfiló camino de aquella maldita estación en la que el frío parecía haberse tornado perpetuo y en la que el cartel informativo encima de su cabeza no paraba de chirriar, al son de un viento cabrón, como en un quejido de anciano desconsolado que quiere morir y no puede. Pensó en atravesarlo con dos tiros y terminar para siempre con su agonía pero hacía demasiado frío.
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Nunca tuvo Lucio un buen carácter, siempre fue cruel, desalmado como decía su madre, y en su barrio de la periferia madrileña, cercano a poblados de gitanos trapicheros de chabola y mercedes, se crió desde bien joven la fama de violento hijo de puta al que no convenía buscarle las cosquillas con demasiado ahínco. Aquellos gitanos supieron apreciar de inmediato sus cualidades innatas y prefirieron tener al payo de su lado mejor que en contra; además, desde el punto de vista de los negocios, no había nada mejor y más útil que tener cerca a un personaje sin escrúpulos como Lucio, capaz de asesinar sin pestañear, sin ruegos ni preguntas, pim, pam, pum, ya está, la pasta. No tardó demasiado en hacerse un hueco en aquel mundillo subterráneo y en convertirse en asalariado ocasional de prácticamente todas las familias que habitaban los diferentes poblados. Daba lo mismo que hubiera que dar una paliza a alguno porque se retrasara en los pagos, que hubiera que quemar la chabola de algún infeliz o que alguien decidiera que había que liquidar a alguien, Lucio siempre aceptaba gustoso, por desagradable o complicado que fuera; y poco a poco todo aquello acabó por convertirse en el mejor modo de vida posible pero… quería más, anhelaba el día en que pudiera decir adiós definitivamente a su odiado barrio, ese lugar que le traía constantemente al recuerdo lo que era y no quería volver a ser, nunca más.
El haber acabado convirtiéndose en eficiente asesino a sueldo significaba poder costearse sus cada vez más caros y extravagantes vicios, su Aston Martin de colección o el ático con vistas al Retiro; le daba posibilidad de vestir ropa cara, comprar respeto, disfrazarse de algo que no era y frecuentar los restaurantes y locales de copas más en boga, comenzar a codearse, en definitiva, con un mundo para el que se había estado preparando desde años atrás y en el que aprendió a desenvolverse con inusitada rapidez. Fue su habilidad para desenvolverse en ambientes más o menos selectos y una fama en forma de pasado legendario, bien cultivada por él mismo hasta en el más mínimo de los detalles y las mentiras, lo que le permitió dar el salto de las chabolas a las mansiones, a los lofts en Alfonso XII y a los amplios despachos de poderosas vistas y cuidada decoración en la Castellana. A partir de ese momento, su cartera de clientes comenzó paulatinamente a engrosar y la agenda de su teléfono móvil se llenó de nombres de mafiosos, altos ejecutivos, corporaciones multimillonarias y políticos corruptos. Todos tenían su mierda para limpiar, todos necesitaban a alguien como él, que se manchase las manos por ellos, con total discreción. Pagaban con generosamente y sin regatear, extendían flamantes cheques llenos de ceros con total naturalidad. Resultaron ser, sin lugar a dudas, mucho más rentables e interesantes que aquellos gitanos que se conformaban con un mercedes y una antena parabólica encima de una chabola de mierda. Y él observaba, escuchaba, mataba, aprendía y callaba.
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7 comentarios:
GUAUUUUUUUUUUUUUUUU¡¡¡ Qué bien escrito, que ritmo mas trepidante, y qué trama tan cercana.... corrupto... todo está corrupto. Dime de dónde bebes para inspirarte así, dime con qué licor conseguiste esto... Por cierto, ese señor me vendría muy bien para ciertos asuntos míos pendientes... si de verdad existe, no dudes en darle mi nombre... pago mal, pero tengo mis contactos... ya sabes, agenda, que se dice..jejeje
Un besazo, te quedó de miedo, segunda entrega.. cuando????
Juro que me encantaría que existiese más allá de mi imaginación para prestártelo por unas horas. Me temo que tendré que meter a alguna rubia de bote en la trama para darte una satisfacción ¿La matamos? :)
Capitulo II?... En breve.
Gracias y un beso
Buenísimo Coronel,
"era capaz de transmitir que él no jugaba ni advertía", eso requiere realmente ser así. Muchos quieren crear esa impresión, y algunos incluso lo logran (en el clásico juego de palomas y halcones, cuando juegan dos palomas, una puede hacer creer a la otra que es un halcón), pero cuando uno es un halcón está en su naturaleza, no se anda con "mariconadas".
Por cierto que el cartel de Mataespesa hace mucho que cayó, o más bien lo tiraron, y pusieron en su lugar Alpedrete (caga y vete).
Muy bien Coronel, estupendo regalo de color negro. Me ha sorprendido mucho, no esperaba un relato y ahora me deja usted con la incognita y el deseo de la continuación. Por cierto y por alusiones, una, que es rubia de bote como casi todas las chicas malas del cine negro, prefiere quedarse vivita y coleando, asi que mejor me da usted un final de rubia fría y dura con mirada canalla, a lo Stanwyck ;).
Querida Funambula: Poco se puede hacer ya para arreglar lo de la rubia de bote. Atiendo, en cualquier caso, a tu petición y la mataremos con gusto. Ya tienes el segundo capítulo, recién salido del horno. Este va por usted ;)
Un relato muy interesante. Me he quedado con ganas de saber más cosas del matón a sueldo. Saludos
Javier, Bienvenido. Te retitero las gracias or dejarme utilizar tu foto. Me gusta mucho el toque de negritud que tiene.
Un saludo
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