Era fea a rabiar. Me lo había comentado un compañero antes de que entrara por primera vez en su despacho, pero no fui capaz de imaginar que algo así fuera posible hasta que la tuve delante. Recuerdo que estreché su mano y miré a bocajarro a sus ojos, que no se sabía a ciencia cierta, si iban o venían. No les voy a decir que al estar en su presencia uno tuviera ganas de vomitar ni nada por el estilo, no soy amigo de las exageraciones. Simplemente resultaba difícil apreciar su fisonomía sin asombrarse de lo mal colocado que tenía todo.
Ese detalle condujo, en aquella primera reunión, a una situación incomoda ya que cuando me percaté de que el asombro que estaba experimentando podría traspasar más allá de mi pensamiento y adquirir rango de gesto, comencé a comportarme como un auténtico imbécil. Quiero decir, como uno de esos idiotas tipo Jerry Lewis, que llegada una situación no saben muy bien como actuar y se van poniendo más y más nerviosos cada vez, hasta que llegan al punto en que definitivamente parecen auténticos memos. Así de fea era la tía… capaz de descentrar al más templado sólo con su cara, sin esforzarse.
-¿Qué te dije? –preguntó el compañero cuando salí del despacho. Ni siquiera le contesté.
Quizás la mejor terapia hubiera sido soltar una enorme carcajada pero, por desgracia para mí, se trataba de mi jefa y aquel era mi primer día de trabajo. No fue el mejor de los comienzos pero me imagino que estaría acostumbrada a reacciones parecidas porque ni se inmutó ante mis muestras de anormalidad congénita. El ser humano es predecible hasta decir basta y si yo, que me considero hombre de nervios templados, reaccioné así, no quiero imaginar otros casos. Debía estar acostumbrada.
Había accedido a aquel trabajo de pasante, en un prestigioso bufete de Madrid, tras un duro proceso de selección en el que nos hicieron pruebas de todo tipo. Se trataba de una oportunidad para alguien recién licenciado como yo. Tenía un impecable expediente y aquel puesto significaba el espaldarazo necesario. Sólo se trataba de estar dos años trabajando como una animal por una mierda de sueldo y no pensar demasiado en ello. O eso creía yo. En realidad el precio a pagar por el billete al mundo de las buenas oportunidades, fue mayor que eso porque fui a caer en manos de la depravada Mercedes Carvajal, alias La Mamba, en su otra vida.
Como digo, no dio muestras de sorpresa. Quizás porque tenía su venganza preparada desde mucho antes de que yo entrase en su despacho por primera vez. Con el tiempo descubrí que no sólo era fea, sino que era muy capaz de hacerme la vida imposible a pesar de que trabajaba como un cabrón. Además era una depravada sexual. ¡Qué paradoja, ser ninfómana y estar encerrada en semejante envoltorio! Me pregunto si sería así de hijadeputa y estaría así de salida si tuviera un rostro, ya ni digo guapo, pero al menos normal, del montón. Lo suyo parecía una venganza más que una actitud.
Me tenía cogido por los huevos porque, aparte que podía, cuando le viniese en gana, pegarme una patada en el culo sin tener que explicar nada a nadie, era ella quien tenía que escribir las cartas de recomendación al finalizar mis dos años de esclavitud. Sería ella la que daría referencias de mí a todo el que llamara. Tenía en sus manos el veredicto del que dependía mi futuro laboral. Era ella la que decidiría si yo acababa trabajando en algún prestigioso bufete o como asesor jurídico de una empresa familiar de Villaboyullos de Abajo.
Yo era, literalmente, su esclavo.
A La Mamba le gustaba vestirse de cuero y sentir que dominaba todo. Al menos, cuando me encadenaba al potro, enfundada en su traje negro de piel de serpiente y armada con una fusta, tenía el detalle de ponerse una máscara que cubría casi toda su horripilante fisonomía. Aún así, me resultaba muy difícil dejar de imaginar su mirada bizca, que se colaba sin permiso en todos mis amagos de fantasía, destrozándome la libido una y otra vez. Tenía que realizar esfuerzos ímprobos para excitarme ante semejante panorama, lo cual hacía que ella se excitara más, vayan ustedes a saber por qué extraño proceso mental. Lo que está claro es que nos movíamos en polos opuestos en lo que al asunto de sexo respecta. Cuando por fin conseguía mantener mi pene erecto, me cabalgaba y me azotaba con la fusta hasta alcanzar un éxtasis exterminador en el que se ponía a chillar todo tipo de barbaridades obscenas y en su mayoría ofensivas. Era como si se volviera loca de remate, una involución total a sus orígenes africanos. ¿Se lo imaginan? Como digo, un auténtico infierno que ni siquiera Dante hubiese atinado a describir fielmente, que decir yo.
En fin, amigos, que todo en esta vida pasa y yo conseguí atravesar firme (o casi) aquel mar proceloso en que se convirtió mi vida durante aquellos dos años. Apenas me han quedado secuelas, tan sólo alguna que otra pesadilla de vez en cuando, cada vez menos. No se pueden imaginar lo fea que era.
3 comentarios:
casi todo
casi
Con una experiencia curricular así ya se podrá enfrentar el letrado a toda una jauría de su-señorías vestidas de cucaracha.
Me partí de risa
Besos
Gracias, Isabel.
Un beso
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