martes, 20 de noviembre de 2007

Capitulo II

No era Lucio un tipo de gustos bastos ni gustaba de estridencias, muy al contrario era persona de refinamiento exquisito y a la vez que fue creciendo en su profesión de asesino, también fue cultivando su espíritu, si es que se pudiera decir que alguien como él puede tener alma. Admiraba, por encima de todos, como no, a Nietzche aunque si he de ser riguroso en mi relato tengo que decir que leía todo tipo de literatura: filosofía, novela, ensayo, divulgación científica, todo lo que cayera en sus manos; dedicaba muchas horas a estudiar una de sus pasiones, el arte románico, por el que sentía auténtica debilidad, especialmente por el leonés y palentino; se convirtió en algo más que un pequeño coleccionista y acudía a todas las subastas en las que se pusiera en juego algo que pudiera ser de su interés. Llegó a pagar auténticas fortunas por piezas insólitas y de indudable valor para alguien, que como él, supiera apreciarlas. Acudía con regularidad a exposiciones, conferencias, representaciones teatrales y era, sobre todo, un asiduo a varias tertulias de buena enjundia en la que las consiguió labrar un apreciable círculo de amistades, muy alejado de su entorno de trabajo habitual; gente que nada sabían de sus auténticas artes. Había conseguido crear una fachada casi perfecta, una doble vida imprevisible: se presentaba como un heredero sin oficio, refinado y aristocrático, del que nadie indagaba, más allá de las típicas preguntas de conveniencia, por la procedencia de su dinero ni por sus orígenes porque, en determinados ambientes, como pudo darse cuenta al poco de transitarlos, son cosas que se dan por supuestas.

Una vez alguien quiso meter sus narices más allá de lo que él estimó prudente; un adinerado marchante de arte de carácter rencoroso que no pudo soportar que su mujer le pusiera los cuernos, y que un día, medio enloquecida, confesara a gritos en el rellano de la escalera su infidelidad, ante todo un atónito vecindario, mientras expresaba a voz en cuello sobre lo que ella consideraba o dejaba de considerar un hombre de verdad. Encargó que siguieran a Lucio para sacar algún que otro trapo sucio y realizó algunas pesquisas por su cuenta, sin demasiado éxito. Pero eso no pareció importar demasiado a Lucio y el rencoroso cornudo apareció en su domicilio de la calle Fuencarral con un disparo de Beretta alojado en el cráneo y una convincente nota de suicidio escrita de su puño y letra en la que legaba todas sus posesiones a esa viuda desconsolada que, sin saberlo, había sido el motivo real de su repentina defunción. Pocos días antes había aparecido el cadáver de un afamado inspector privado, que dejó de reportar noticias de manera repentina una tarde de abril, despeñado en el fondo de una cantera, cerca de Alpedrete. Nunca nadie supo que es lo que le había llevado hasta aquel inhóspito paraje ni en que andaba metido, así que cerraron el caso como un mero tropezón, un mal paso en el sitio inadecuado, sin saber que, en el fondo, esto era rigurosamente cierto, pues entró en terrenos que nunca debió haber transitado y encontró la muerte de manera casi accidental.

Además de vicios caros los tenía, como ya he apuntado, extremadamente extravagantes. Entre las mujeres tenia fama de ser gran amante, un potro salvaje al que gustaba ejercer dominio y dolor, siempre medido, siempre el justo para que las mujeres a las que montaba sintieran el placer indigno y sucio que nunca antes habían probado entre las finas sabanas de seda de sus lechos conyugales; mujeres podridas de dinero que buscaban un poco de aventura fuera de la monotonía del matrimonio y que sentían gran excitación al ver como un hombre de verdad les ponían en un lugar en el que nunca antes habían estado, un paradero donde el delirio era el leitmotiv . Se consumían de placer con esposas de cuero frunciendo sus muñecas, con bozales tapando sus bocas, se desencajaban cuando las insultaba groseramente y las hacía sentir, con una fusta trenzada de equitación, la humillación que sienten las furcias con sus clientes más obscenos. Todo era un juego para él, un tablero en el que se sabía desenvolver a la perfección, un teatro dentro del decorado que había creado en su habitación. Las conducía al paroxismo sobre una enorme cama de época restaurada situada frente a un altar que alojaba una auténtica virgen cisterciense del siglo XII que había adquirido ilegalmente al afamado Eric el belga cuando este aún se dedicaba al trapicheo indiscriminado de obras de arte. Su habitación, su lugar de recreo, era el extravagante templo que a él y a ellas, a todas, les conducía hasta el delirio de lo extremo. Le encantaba esnifar largas rayas de coca sobre una reproducción de la majestuosa tabla pintada de Juan de Flandes “La Adoración de los Reyes” apoyada sobre una mujer amordazada y acuclillada que adoptaba forma de mesa de decoración. Una más de sus excentricidades que parecían volver locas a esas mujeres, siempre casadas, las que mayor placer le producían, maduras con buena posición social, dispuestas a ser vejadas frente a imágenes religiosas, a ver como todo su mundo cambiaba radicalmente en el momento en el que entraban en aquella habitación, en aquel templo de salvaje irreverencia. Cuando salían de allí, todavía con la excitación temblando en sienes y muslos, volvía a tratarlas con exquisita galantería, como si nada de todo aquello hubiera pasado aunque se trataba, como todo en él, de una fachada ya que en el intimidad sentía un profundo desprecio por todas aquellas rameras desdichadas capaces de convertirse en meros objetos de humillación sólo porque deseaban, siempre deseaban, introducir algo de novedad en sus aburridas existencias.

En realidad a las únicas mujeres a las que guardaba algún respeto era a las auténticas putas, como lo fue su madre, que en paz descanse. Su padre, un chulo de mierda que no hacía más que drogarse y dar palizas a todos los componentes de su pequeña familia, murió asesinado de varias puñaladas a la salida de un bar infesto mientras meaba en la esquina de un callejón. La policía llegó a barajar a Lucio como un posible candidato pero lo descartaron casi de inmediato por tener tan sólo trece años y no ser excesivamente corpulento. No contaban con que aquel chaval de granos en la cara y un bozo preadolescente cubriéndole el rostro era capaz de cualquier cosa cuando la furia asesina se apoderaba de él.

En otra ocasión, cuando todavía no sabía controlar adecuadamente sus impulsos, asestó a un infeliz yonki, cuya única culpa fue deber más dinero del permitido a la gente inapropiada, más de setenta puñaladas, que son las que llegó a contar el forense antes de cansarse y emitir su informe. Pero poco a poco fue aprendiendo a controlar su furia y fue sofisticando sus sistemas homicidas, introduciendo en todas sus acciones criminales, el terror, buenas dosis de sadismo y algunos elementos de psicología bárbara. Tenía la costumbre de analizar con cautela a sus víctimas días antes de asesinarlas; obtenía datos que le permitieran un conocimiento de posibles puntos débiles en los que luego hurgar impune; siempre había mostrado un interés desmedido por todo lo referente a la resistencia humana, los límites, los extremos, las fronteras. Quería saber hasta dónde era capaz de llegar una persona cuando se la presiona en sus miedos e inseguridades, cuando se le pone ante la muerte inevitable y luego se le hace entrever una pequeña rendija de salvación. Era, en toda regla, un estudio de campo realizado con seres humanos aunque él no los considerara como tales. Se dedicaba, tras cada acción, a consignar en un pequeño cuaderno de notas todas las impresiones y luego contrastaba los datos con los de anteriores asesinatos. Aguardaba paciente el momento de poder volcar sus conclusiones en un libro, al que ya daba forma en su perversa mente criminal y soñaba con que sería un indudable éxito de ventas por el inevitable morbo que despertaría el saber que estaba basado en hechos reales. Pensaba titularlo, “Memorias de un asesino sin escrúpulos” y subtitularlo “De cómo el ser humano es capaz de arrastrase hasta lo más profundo”.

Una vez enfrentó a dos hermanos y consiguió que se mataran ellos mismos; los encerró en una habitación completamente opaca, desnudos y sin alimentos, a la luz de potentes focos. Los observó durante días, vio como se consumían en el delirio y como las notas que les iba pasando hacían más y más mella en su creciente paranoia hasta que no pudieron más y se enzarzaron en una cruel lucha cuerpo a cuerpo de la que sólo uno salió victorioso. Le ofreció al más fuerte una pistola con una sola bala y cerró la puerta tras de él. Al poco pudo escuchar los sollozos desconsolados de culpa y locura… y después la detonación seca. Esta ocasión le resulto especialmente gratificante porque corroboraba de manera contundente su teoría primordial de que el hombre sometido a circunstancias excepcionalmente duras tiende a la regresión, involuciona y acaba siendo presa únicamente de sus instintos más primarios, retorna al ser animal del que proviene, por muy evolucionado que, como ser humano, como homo sapiens, crea encontrarse. Además la policía pasó meses intentando encontrar algún sentido a todo aquello y al final no les quedó más remedio que cerrar el caso sin una explicación convincente. Esto era lo que más le gustaba, enloquecer a los policías, mofarse en su jeta, ver como se rompían el coco y como trabajaban de sol a sol, jodiendo sus familias y sus vidas por cuatro duros de mierda; y él tan campante, como cuando asesinó a su padre mientras meaba en la esquina de un sucio callejón, mirando fijo al policía que le interrogaba y simulando sorpresa ante cada pregunta formulada. Nunca más desde entonces volvió a pisar una comisaría.

Así era Lucio, no puedo describirlo de otra manera porque no hay otra manera posible de describirle. Pocos matices se pueden introducir en la narración de los hechos que preceden a la historia que en realidad quiero contarles y que comienza con nuestro protagonista en el andén de una estación inhóspita y vacía, aterido de frío bajo un cartel inconsolable, en una madrugada gélida como lo es la de cualquier Febrero en la sierra de Madrid.

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10 comentarios:

Mad Hatter dijo...

Bonito relato.
Te he puesto un comentario en la entrada del domingo 18 sobre música ¿Tocabas con "Los Nervios" y ensayabais en los "Faico" quizás? No me lo puedo creer ¡El mundo es un pañuelo tío! ¿No te acuerdas de nosotros?
Saludos colega!

Kurtz dijo...

Sr Hatter: Sí me acuerdo de vosotros, os escuché en algún concierto, no recuerdo donde, ¿quizás en siroco?, si bien no coincidimos en locales de ensayo. Ensayabamos en unos locales llamados Iceberg, por la zona de tetuan, dudo mucho que sigan existiendo, te hablo de los años 89, 90, 91, si no me fallan los datos. Sex Museum tenían su local allí por entonces. También el Garaje de Willy, que como vosotros ganaron un villa de madrid y hacían música, como su nombre indica, de garaje, tan en boga por entonces.
Nuestro grupo era para divertirnos, nunca concursamos, dimos muy pocos conciertos y, en definitiva, no hicimos nada medianamente serio. Se llamaba Reservado, aunque dudo que el dato sea relevante.
La verdad es que el mundo es un pañuelo... y ahora tú en la Rioja y yo en Alicante, no deja de tener su gracia.
Un saludo

Mad Hatter dijo...

La verdad es que no conocí ni a "Buenas Noches Rose", ni a el "Garaje de Willy", ni a vosotros "Reservado". Quizás fue por ser de la etapa inmediatamente posterior a nuestra separación en 1989. Los "Rescuers" estuvimos en los locales de "Faico" en el 87 y el 88 ¡Hay que ver lo despacio que pasaba el tiempo entonces! Un año nos parecía una eternidad, en cambio ahora se pasan volando.
Por Valencia, inexplicablemente, teníamos bastantes fans, había un chaval que tenía un fancine llamado "La Marabunta" que hasta nos mandó una carta.
Desde entonces me he desconectado bastante del mundillo musical, aunque, como suelo decir, "la cabra siempre tira al monte".
Si algún día vienes por Logroño, no dudes en darme un toque.
Un abrazo Coronel.

Anónimo dijo...

Coronel si pretendía poner los pelos de punta a sus lectores yo creo que lo ha conseguido sobradamente. Me he quedado impactada sobre todo con la "anécdota" de los hermanos... La verdad es que esta usted creando un clima perfecto para un relato oscuro y violento. Estoy un poco despistada sobre hacia donde nos llevaran estas aguas tenebrosas, pero deseando la continuación, que la historia avance y nosotros con ella. No puedo por menos que agradecer un regalo como este, es un soplo fresco de novedad en este mundo bloguero y me esta encantado. Seducida y a la espera quedo :).

Germánico dijo...

El tal Lucio es todo un personaje, el ejemplo perfecto de sádico.

Le sucede como a muchos cuya sordidez es incorregible: se maquilla con una cultura coleccionista y de triviales reuniones sociales.

Y digo yo que qué coño habrá ido a hacer a Mataespesa ese hijoputa.

Kurtz dijo...

Sr Hatter: Lo de Valencia no me llama la atención. Por ejemplo Sex Museum es donde más éxito tenían, allí y en Amsterdam. Curiosidades de la vida. No es difícil desconectarse del mundillo si no se vive desde dentro. No es lo mismo... aunque a juzgar por sus vastos conocimientos musicales muy, lo que se dice, muy desconectado, no está. además, todavía conserva el vox y el leslie (dos auténticas maravillas, sin duda)
Un abrazo,

Kurtz dijo...

Querida Funámbula: Me encanta lo de crear expectativas... y me asusta. Tengo claro por donde discurrirá el relato porque lo estoy escribiendo sobre la base de un cuento corto que redacté hace años. Me lo encontré el otro día haciendo limpieza de papeles, ya no me acordaba de él, y me pareció bastante aprovechable. Ya veremos como acaba todo esto. Según lo escribo, lo cuelgo... Es una narración "casi" en vivo y en directo. :). Avanzaremos pues

Kurtz dijo...

Germánico: Un poco sádico si me está quedando el personaje y tienes razón, suelen cubrirse de una ligera pátina de cultura y refinamiento.
Supongo que en Matespesa habrá ido a hacer lo único que sabe hacer... matar a alguien.

Anónimo dijo...

lucio es.

Kurtz dijo...

Bienvenida Mari...
Lucio, era... y es, es. Y será :)